Dios es nuestro Padre y quiere que nosotros nos reconozcamos como sus hijos. Hoy te traemos algunas claves para mejorar nuestra relación con Él
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La
relación con el padre puede ser compleja. Él viene a romper ese vínculo
profundo que tenemos desde antes de nacer con nuestra madre y casi siempre nos
pone ante la dura realidad del límite, la norma y la obediencia.
Cuando escuchamos en la predicación o leemos en la Biblia que Dios
se revela como Padre, surge toda esta complejidad que está necesariamente
involucrada con nuestra vida espiritual, porque a la vez que sabemos que Dios es un Padre
bueno, también sabemos que es un Padre justo.
Jesús sabe
bien que la experiencia del padre es ambigua, conoce bien la maldad de muchos
padres. Sin embargo, siempre hay algo bueno que se puede salvar: ni siquiera el
amigo, nos dice Jesús, puede expresar esa benevolencia
que permanece en lo más profundo del corazón de un padre.
Por
mucho que encontremos en un amigo lo que buscamos, solo el rostro de un padre
bueno revela más propiamente el corazón de Dios. El amigo puede defraudar, el
padre bueno no. El amigo puede cerrar la puerta, el padre bueno no. El amigo
puede escucharte tal vez por cansancio, el padre bueno nunca le dará a su hijo
una serpiente o un escorpión. El amigo es libre con respecto al amigo, el padre
bueno está ligado por un vínculo que no puede romper.
Independientemente de cuál haya sido o sea nuestra experiencia con
nuestro padre, la buena noticia de Jesús es que para ti siempre habrá un Padre
bueno dispuesto a escuchar tu clamor.
Nos
dice Jesús en la parábola (Mt 21, 28-31):
Un
hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero para decirle: «Hijo, hoy tienes
que ir a trabajar en la viña». Y él le respondió: «No quiero». Pero después se
arrepintió y fue. Luego el padre se acercó al segundo y le mandó lo mismo. Este
respondió: «Ya voy, señor», pero no fue. Ahora bien, ¿cuál de los dos hizo lo
que quería el padre?» Ellos contestaron: «El primero».
Jesús utiliza la metáfora de la relación padre-hijo para describir
las diferentes modalidades de la relación entre Dios y nosotros.
Los dos extremos identificados por Jesús son la protesta y la
complacencia. La protesta es la del hijo que dice que no,
pero luego se pone a trabajar haciendo la voluntad de su padre. La complacencia
es la del hijo que dice que va, pero no lo hace.
A veces los hijos somos rebeldes, esa es una forma de hacernos
notar, de llamar la atención. Nos resistimos un poco a
lo que nos piden nuestros padres, pero luego, prevalece el cariño, la
conciencia y quizás hasta el dolor del mal hecho con esa negativa. Los hijos
que a veces protestan, son los hijos que se dan cuenta de que se han
equivocado y vuelven sobre sus pasos.
En la vida espiritual, esta es la situación que se da cuando
comprendemos que pecamos y que necesitamos reconciliamos con Dios.
La otra actitud descrita por Jesús es la de la falsa complacencia:
cuando tenemos
miedo a perder el cariño, cuando queremos defender nuestra imagen, cuando
queremos ganar tiempo, damos una respuesta afirmativa que oculta lo que
realmente llevamos en el corazón.
Un sí parece sacarnos de la vergüenza, evita discusiones, nos
exime de dar razones. Pero todos los síes ambiguos, corren el riesgo de tener
un efecto devastador y destructivo. ¿Qué pasará cuando el padre vea la viña no
trabajada por ese hijo que lo engañó?
Para Jesús, los hijos complacientes pero falsos son aquellos que
tratan de ganarse el cariño de Dios con una forma de vida que salva las
apariencias, pero que esconde lo que llevan dentro.
Sin embargo, como el dueño de la viña, Dios sabe
reconocer cuándo la viña ha sido realmente labrada.
Puede que no encajemos del todo ni con
el hijo descarriado ni con el complaciente, quizás tengamos un poco de uno y un
poco de otro, quizás nuestra situación esté más cerca de uno que de otro. ¡No
importa! Lo que importa es el coraje de reconocer lo que realmente llevamos hoy
en el corazón y desde allí emprender nuestro camino personal de conversión
y de acercamiento al Padre.
En la
oración estamos ante un Padre bueno. Estar frente al Padre es estar frente al
que me generó, frente al origen, frente a mi historia. Estoy frente a
un Padre que se pregunta si quiero vivir realmente como su hijo.
Solo puedo hacerlo si confío en Él y me dejo guiar desde una
obediencia llena de amor.
Te dejamos algunas bonitas frases de
algunos santos sobre el amor a Dios:
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia