¿Cómo identificar entre la corriente de pensamientos tóxicos que cruzan la mente las inspiraciones que realmente provienen de Dios? Aquí el método de san Francisco de Sales en cuatro ejercicios
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¿Por
qué es tan difícil tomar en serio este consejo de san Pablo: «Dejaos llevar
por el Espíritu» (Gal 5,16)?
De hecho, algunos consideran que una vida guiada por el Espíritu
Santo está reservada solo para una élite que practica un deporte extremo, otros
inmediatamente imaginan un estilo al margen de toda vida «normal».
Sin embargo, para san Francisco
de Sales no es ni un lujo ni una extravagancia, sino fundamento
esencial de toda vida cristiana.
En Introducción a la vida devota, el religioso recomienda prestar atención a las «inspiraciones interiores», es decir, a «todas las atracciones, movimientos,
sentimientos de contrición, iluminación, conocimiento que Dios ha hecho conocer
en nosotros».
Sin embargo, como explica el Padre Joël Guibert en su libro, en
francés, El secreto
de la serenidad, la confianza en Dios con San Francisco de Sales (Artège), estas
inspiraciones sopladas por el Espíritu son extremadamente delicadas, «no imponen
nunca la fuerza sobre la libertad humana».
Son tan sutiles que simplemente pueden pasar desapercibidas.
«La persona que no cultiva un cierto silencio en
su vida difícilmente podrá escuchar la voz del Espíritu», explica.
Una
vez que el oído interno está atento y la oración enfocada
en lo esencial, ¿cómo podemos discernir esta sutil y discreta voz del Espíritu
de nuestra propia vocecita interior?
¿Cómo identificar en el flujo de pensamientos que cruzan la mente
las inspiraciones provenientes del Espíritu? He aquí el método de san Francisco
de Sales en cuatro ejercicios.
Para
escuchar las sugerencias del Espíritu, san Francisco de Sales aconseja rechazar
sistemáticamente todos los pensamientos tóxicos, como los relacionados con la amargura,
la ira,
los celos o
la venganza…
Cuando se identifique un pensamiento así, debe ser inmediatamente rechazado. El
santo aconseja:
«Estas pequeñas tentaciones de
ira, sospecha, celos, envidia, infidelidad de corazón, frivolidad, vanidad,
fingimiento, coquetería, malos pensamientos. Si vienen a aguijonearte, y se
detienen algo en tu corazón, no las combatas, no las respondas, sino
simplemente sácalas de ahí, manifestando interiormente lo
contrario y especialmente tu amor a Dios. En cambio, dirige tu corazón a
Jesucristo».
¿Un consejo que puede ayudar a detectar mejor estos «malos
pensamientos»? A diferencia de las indicaciones del Espíritu, los
pensamientos tóxicos hacen mucho más ruido y crean cierta agitación interna.
¿Quién
no ha rumiado algún día hasta la obsesión en torno a una preocupación
cotidiana? ¿Quién no ha cultivado con anticipación el oscuro escenario de una
entrevista o un encuentro que despierta inquietud?
Estos pensamientos pueden parecer triviales y sin importancia,
pero en realidad pueden terminar creando un muro interior que el Espíritu Santo
no podrá derribar. ¿Por qué?
«Cuanto más nos abruma la
preocupación, más buscamos por nosotros mismos y con tensión una solución para
vencerla», analiza el padre Joël Guibert.
Para él, la trampa está precisamente ahí: «Salimos poco a poco de
la confianza en el poder del Espíritu hacia nosotros insistiendo en valernos
por nosotros mismos». San Francisco de Sales lo deja claro en una carta a un
amigo:
«Debes desahogarte, despreciando
todas esas tristes y melancólicas sugestiones que nos hace el
enemigo con el único fin de cansarnos y preocuparnos».
Para él sólo hay un camino: practicar la «oración del corazón». En
cada momento de angustia, consiste en repetir con fe:
«¡Señor Jesucristo, Hijo de
Dios, ten piedad de mí, pecador!».
También llamada «oración de Jesús», tiene como objetivo hacer
presente a Cristo en el corazón de quien ora.
El
Espíritu Santo actúa en la medida de la confianza depositada
en su acción. Las curaciones relatadas en el Evangelio ilustran esto muy bien.
En consecuencia, el atajo de los pensamientos tóxicos «no es sólo
una cuestión de virtud o ascetismo, es una cuestión de fe en la influencia real
de Dios sobre nuestro lugar», explica en su libro Joël Guibert.
Tener fe es, por tanto, hacer la elección de descargarse de la
preocupación que abruma el espíritu y encomendárselo
a Dios.
Al detener este «mal pensamiento» de esta manera, dejamos actuar
al Espíritu Santo, quien luego se hace cargo de las cosas. Esto es lo que
explica Francisco de Sales en una carta a santa Juana de Chantal:
«Nuestro Señor quiere
despojaros de todas las cosas para que solo Él lo sea todo para nosotros!».
Y le toca a ella confiarle:
«Me parece que ya no debo
pensar en nada, desear, ni pretender más que lo que Nuestro Señor me haga
pensar, amar y querer».
Entre
el torrente de pensamientos excesivamente ruidosos y las sutiles inspiraciones
del Espíritu, este ejercicio de discernimiento requiere una cierta disciplina interior.
Sin embargo, no se trata sobre todo de caer en cierto perfeccionismo.
San Francisco de Sales lo explica muy bien dando este precioso
consejo a un conocido visiblemente comprometido en obras de caridad:
«Cuidado con todos esos pensamientos mezquinos de vanagloria que
vienen a tu alma entre tus buenas obras. Así que no te entretengas en examinar si has
consentido o no; pero simplemente, continúa con
tus obras como si no fuera de tu incumbencia», le escribió.
Para los religiosos sólo hay una regla de oro: el amor. Debemos
rechazar los pensamientos tóxicos por amor a Dios.
Lo que cuenta en este ejercicio no es el número de pequeñas
victorias, sino una actitud humilde y un deseo
profundo de avanzar en este camino, de dejarse guiar cada vez más en la propia
vida por el Espíritu Santo.
Marzena Wilkanowicz-Devoud
Fuente: Aleteia