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| La salud mental de muchas personas es algo a lo que la Iglesia no quiere dar la espalda. triocean | Shutterstock |
En este caso un ente demoniaco
impregna la materia inerte o el mundo animal o vegetal.
Las manifestaciones son varias: sombras (llámense
fantasmas), ruidos materiales, olores, movimientos inexplicables
de cosas, aparición extraordinaria de insectos, etcétera.
En consecuencia la persona afectada
percibe conscientemente la acción demoniaca.
Esta influencia, como las otras dos siguientes, afecta sólo a las personas.
La posesión es la acción del demonio o de
un demonio (o espíritu maligno) que ejerce un control tiránico sobre
la persona que le hace hablar y moverse a su
antojo.
El demonio se posesiona del cuerpo
y la racionalidad de la persona (nunca del alma), y dicha entidad se
expresa sin el consentimiento de la víctima.
La persona poseída capta dentro de sí
una presencia extraña permanente, percibe que tiene algo interno
que la ha invadido aunque no haya manifestaciones especiales.
Se han visto casos de personas
prácticamente normales, incluso personas de vida religiosa, que reaccionan
demoniacamente cuando accidentalmente, y de manera personal o ajena, se ha
tocado una tecla «equivocada» o «insospechada».
Es decir, el demonio puede
permanecer a veces oculto durante mucho tiempo y se manifiesta
fuertemente cuando la persona entra en contacto con lo sagrado.
Ante esta situación, el demonio no tiene
otra posibilidad que hacerse sentir con violencia para no perder poder sobre la
persona.
Dicho de otra manera, pueden
distinguirse en los posesos dos estados diferentes: el de la calma y
el de la crisis.
La crisis es el momento en que el demonio
manifiesta su dominio despótico sobre la persona produciendo en su cuerpo
una agitación febril o fuerte sacudida acompañada por gritos de
rabia, palabras blasfemias e impías, y otros hechos
extraordinarios.
En esos momentos de crisis, las personas
poseídas pierden toda noción de lo que pasa en ellas y con ellas.
Y una vez que la víctima despierta de su
trance, no recuerda absolutamente nada; no recuerdan lo que dijeron o hicieron,
o más exactamente, lo que hizo el demonio por medio de ellas.
Como la liberación de la persona no
siempre se da después de la primera sesión de exorcismo, hay entonces
intervalos de sosiego.
Puede haber intervalos de sosiego
prolongados en los que el demonio parece haberse ido de la persona, para seguir
actuando en otro momento sin ser descubierto.
Durante estos intervalos de sosiego no hay
por dónde se pueda descubrir la presencia del espíritu maligno, hasta el punto
de que cualquiera podría decir que el demonio se fue.
Pero a veces su presencia se manifiesta de
otra manera como, por ejemplo, a través de una especie de enfermedad crónica
que desconcierta a la ciencia médica.
En este caso el ente demoniaco afecta a la persona sin
entrar en posesión de ella.
Los exorcistas son concordes al afirmar que no pocas veces el
demonio está en el origen de problemas psíquicos.
También se da el caso en que el demonio se aprovecha de ciertos
desórdenes o problemas mentales o psicológicos para potenciar su influjo en la
persona.
Es decir, es más contundente la acción del demonio cuando su
influencia debilita también la precaria salud física y mental.
¿De qué desordenes hablamos? Hablamos, por ejemplo, de pensamientos
depresivos (la persona llega a escuchar una voz interna
que le diría «deberías suicidarte»), pensamientos de ansiedad (la
persona llega a escuchar «tal tormento no va a terminar»), pensamientos de frustración (la
persona llega a escuchar «tú no le importas a Dios»), pensamientos de miedo extremo
sin lógica causa (la persona llega a escuchar «tu vida no
tiene sentido»), pensamientos de constantes ideas desagradables (la persona
llega a escuchar «tú eres un total fracaso»), pensamientos de baja
autoestima (la persona llega a escuchar «no hay esperanza
para ti»), etcétera.
Estas obsesiones demoníacas son peligrosas porque las personas no
se dan cuenta de la fuente.
En ocasiones se buscan alternativas ajenas a Dios para darles
equivocadamente la solución.
Esto puede alejar aún más a la persona de la salvación, reforzar
en ella la certeza de que su desdicha es irremediable y hundirla aún más en la desesperación.
La obsesión es prácticamente la acción demoniaca con la que se atormenta a
la persona psicológicamente.
La persona puede llegar a ver imágenes, o escuchar sonidos insistentes que
nadie más oye.
Esta influencia diabólica altera la manera de percibir las cosas,
y provoca en la mente imágenes blasfemas cuando, por ejemplo, la persona va a
comulgar. O la visión distorsionada de imágenes
sagradas.
En este caso la persona ignora la influencia del demonio pues
experimenta situaciones que le hacen pensar que está demente.
Al principio el intelecto sabe que esas situaciones son absurdas,
pero es incapaz de rechazarlas o ahuyentarlas.
Otras veces puede experimentar arrebatos de antipatía, odio, angustia,
desesperación, arranques de asesinar a alguien, de suicidarse,
etcétera.
Cuando hay problemas serios hay que recurrir también al
especialista (psiquiatra, psicólogo). Ahora bien, estas
manifestaciones es preciso distinguirlas de un trastorno de personalidad.
Es la acción diabólica dirigida a agredir físicamente a la persona
o a imprimirle un sufrimiento corporal. Esto les ha sucedido a
varios santos.
El demonio busca así sembrar desánimo y desesperanza.
El cuerpo tiene la dignidad de ser morada del Espíritu Santo. Por
eso el enemigo va contra ese cuerpo.
El demonio pretende «castigar» a la
persona que busca a Dios. Esta acción demoniaca tiene
variadas manifestaciones.
El demonio puede golpear a la persona, hacerla caer, infligirle
marcas físicas (como moretones y rasguños), generarle
enfermedades y/o dolores inexplicables, e incluso tocamientos o actos sexuales por
parte de los llamados demonios íncubos (para las mujeres) o demonios súcubos
(para los hombres). Aquí la persona es consciente de que es vejada.
Fuente: Aleteia






