El protagonista de esta historia es un pequeño monaguillo que nos recuerda la importancia del encuentro diario con Cristo
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Cuando
pasaron 6 meses luego de que Don José Rodrigo López
Cepeda fuera ordenado sacerdote, su obispo lo envió a dirigir la
parroquia del santuario de Santa Orosia, ubicada
en los montes de Yebra de Basa del Pirineo aragonés (España). Don José
sustituía a un sacerdote que llevaba allí más de 30 años como párroco.
Al principio la experiencia con esa comunidad fue algo dura porque
la gente del lugar estaba acostumbrada a su antiguo párroco. Según cuenta el
padre López Cepeda, “la tarea aunque fue ardua, fue fecunda y no habría tenido
luego tanta fecundidad sin la ayuda de un pequeño llamado Gabriel”.
El pequeño Gabriel
Lo que ocurrió fue que a la segunda semana de llegar a aquel
lugar, vino a su encuentro un matrimonio joven con su pequeño hijo. Tenía 8
años y padecía de una enfermedad degenerativa en los huesos, con problemas
psicomotores evidentes.
Sus padres solicitaron al nuevo párroco que lo aceptara como monaguillo.
En un principio, el sacerdote pensó en rechazarlo, no por ser un niño
“especial”, sino por todas las dificultades con las que iniciaba su ministerio
en aquel lugar.
Sin embargo, el sacerdote no pudo negarse a esta petición porque
al preguntarle al pequeño si quería ser su monaguillo, Gabriel no le respondió,
se abrazó a su cintura lo que hizo que el párroco no pudiera resistirse. Pensó:
“¡Menuda forma de convencerme!”.
Primera Misa con Gabriel
Así fue cómo le citó para el siguiente domingo quince minutos
antes de la Eucaristía. Puntualmente allí se presentó Gabriel vestido con su
pequeña sotana roja y el roquete que su abuela le había bordado para la
ocasión.
“Su presencia me trajo más feligreses, pues sus familiares querían
verlo estrenarse en su papel de monaguillo. Yo tenía que preparar todo lo
necesario para la Eucaristía, no tenía sacristán ni campanero así que corría de
un lado a otro y no fue sino hasta antes de iniciar la Misa que me percaté de
que Gabriel nada sabía de cómo ayudar. Por la premura del tiempo, se me ocurrió
decirle: Gabriel tienes que hacer todo lo que yo haga, ¿vale?”
Gabriel era un niño muy obediente, por lo que al iniciar la
celebración y al besar el altar el pequeño se quedó prendado de él. Pronto el
sacerdote comenzó a notar que durante la homilía los feligreses sonreían al
mirarlo, lo que alegró el joven corazón del sacerdote, pero luego se dio cuenta
que en realidad no lo miraban a él, sino a Gabriel que le seguía tratando de
imitar en todos sus movimientos.
El beso
El padre cuenta que al terminar la Misa, le indicó qué era lo que
tenía que hacer y qué no. Entre otras cosas le dijo que el altar solo podía
besarlo él porque, con ese gesto, el sacerdote se une a Cristo. Gabriel lo
miraba con sus grandes ojos interrogantes como si no llegara a entender por
completo la explicación.
Pero, en ese momento y sin callarse lo que pensaba, el pequeño le
dijo: “Anda,
yo también quiero besarlo…” El sacerdote le volvió a
explicar por qué no podía hacerlo y al final le dijo que solo él lo haría por
los dos, algo que pareció dejar conforme al niño.
«Él me besó a mí»
Al siguiente domingo al iniciar la celebración, el sacerdote besó
el altar y notó que Gabriel ponía su mejilla en él. El niño no se despegaba del
altar mientras mostraba una gran sonrisa en su pequeño rostro.
En ese momento el sacerdote le pidió que dejara de hacer aquello,
y al terminar la Misa se encargó de recordarle lo indicado el domingo anterior:
“Gabriel te dije que yo lo besaría por los dos”. Y él le respondió: “Yo no lo
besé, él me beso a mí…”
El párroco, ya serio, le dijo: “Gabriel no juegues conmigo” pero
el pequeño le respondió: “De verdad, me llenó de besos”.
La forma en que lo dijo le hizo sentir una santa envidia y al
cerrar el templo y despedir a sus feligreses, el joven sacerdote se acercó al
altar para poner su mejilla en él pidiéndole: “Señor, bésame como a Gabriel”.
Dejarse amar primero por Jesús
En su cuenta de Facebook el
padre comparte esta historia de agradecimiento con el pequeño que le
enseñó la importancia de dejarse amar primero por Jesús y a mantenerse unido y
fiel a ese amor en los momentos difíciles.
Don José Rodrigo López
Cepeda nos recuerda que el verdadero protagonista es Él.
“Aquel
Niño me recordó que la obra no era mía y que ganar el corazón de aquel pueblo
solo podía ser desde esa dulce intimidad con el Único Sacerdote que es Cristo.
Desde entonces mi beso al altar es doble pues siempre después de besarlo pongo
mi mejilla para recibir su beso”.
“Acercar a
otros al misterio de la Salvación nos llama a vivir a diario nuestro propio
encuentro, y al igual que yo con mi querido monaguillo y maestro Gabriel,
aprendí que antes de besar el altar de Cristo, tengo que ser besado por Él”.
Gabriel hoy tiene 27 años y vive en
Yebra de Basa en el Pirineo. El padre López Cepeda reside ahora en México y
desde 2010 no ha vuelto por España, pero la última vez que ha ido ha saludado a
su amigo siendo ya un adolescente. A pesar de la distancia, mantienen el
recuerdo de esta bonita historia en la que Cristo ha sido y siempre será el
principal protagonista.
Cecilia Zinicola
Fuente: Aleteia






