16 – Noviembre. Miércoles de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Lucas 19, 11-28
Mientras ellos escuchaban todo esto, añadió una parábola, porque él estaba cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.
Dijo, pues: «Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo: “No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”.
Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”.
Él le dijo: “Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”.
El segundo llegó y dijo: “Tu mina, señor, ha rendido cinco”.
A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.
El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”.
Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”.
Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”.
Le dijeron: “Señor, ya tiene diez minas”.
“Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”».
Dicho
esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
Comentario
En el
evangelio de hoy se pueden distinguir dos temas: por un lado un hombre que se
marcha para recibir la investidura real encontrando el odio y la oposición de
su pueblo, y por otro lado los siervos que reciben cada uno una cantidad de
dinero para negociar.
Nos
encontramos en los últimos días del año litúrgico y la Palabra de Dios vuelve
una y otra vez al final de los tiempos, presentándonos parábolas sobre el
juicio que nos espera y el Reino que Dios va a instaurar.
La parábola de
las diez minas nos habla de nuestra actitud delante del rey divino que es
también nuestro Padre y Señor. Al observar el mundo de hoy san Josemaría se
preguntaba: “¿Por qué tantos ignoran a Cristo? ¿Por qué se oye aún esa protesta
cruel: no queremos que éste reine sobre nosotros? En la tierra hay millones de
hombres que se encaran así con Jesucristo o, mejor dicho, con la sombra de
Jesucristo, porque a Cristo no lo conocen, ni han visto la belleza de su
rostro, ni saben la maravilla de su doctrina” (Es Cristo que pasa, n. 179).
Con nuestra
conducta de vida cristiana y el apostolado a quien estamos llamados todos los
bautizados, volvemos a decir con fuerza: “Regnare Christum volumus! - queremos
que Cristo reine”. Y eso se manifiesta en la manera de utilizar la mina que se
nos encomienda. La versión de Mateo habla de talentos, sin embargo Lucas utiliza
este término que indica una cantidad de dinero correspondiente a algunos meses
de sueldo de un obrero de la época.
Los siervos de
la parábola reciben potestad sobre las ciudades del reino según su capacidad de
negociar el dinero recibido. Pero uno de ellos, por miedo al dueño, ha guardado
la mina en un pañuelo. Cuando el rey al final descubre el gesto de este siervo
manda que se le quite el dinero para dárselo al que ya tenía diez minas. Con
esta enseñanza sorprendente se acaba el cuento del Señor: “A todo el que tiene
se le dará”, o sea a quien tiene un corazón generoso y abierto a hacer la
voluntad de Dios se le dará la oportunidad de hacer cosas grandes.
El reino que
Dios va a instaurar en el mundo empieza en el corazón de sus siervos, nosotros,
cuando empezamos a vivir como hijos que reciben todo de la mano de su Padre, y
así damos fruto.
Giovanni
Vassallo
Fuente: Opus
Dei






