El Papa Francisco dirigió un saludo especial a los participantes del Foro Internacional de la Acción Católica (FIAC) este 27 de noviembre después del rezo del Ángelus dominical
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Papa Francisco en el Vaticano. (Foto de archivo). Crédito: Daniel Ibáñez / ACI Prensa |
Luego, el Santo Padre envió un mensaje escrito a los participantes
de esta iniciativa que se reunieron este fin de semana en línea para
reflexionar en el tema “Durante el Sínodo -en un mundo herido- con todos y para
todos”.
En el texto difundido por la Oficina de Prensa de la Santa Sede,
el Papa recordó cuando hace 30 años el venerable Cardenal Eduardo Pironio
intuyó la necesidad de que “la
vida de la Acción Católica contribuyera al desafío de la nueva la
evangelización, enriquecida con la peculiaridad de cada lugar
y cultura”.
En esta línea, el Papa citó al Purpurado argentino “hombre de la
esperanza” para señalar “¡Qué importante en la vida es ser signo! Pero no un
signo vacío o de muerte, sino un signo de luz comunicador de esperanza” y
añadió “la esperanza
es capaz de superar las dificultades, las desavenencias, las
cruces que se presentan en la vida cotidiana”.
“Anhelo que no sean ‘dirigentes’ de
escritorio, de papeles o de Zoom, y que no caigan en la tentación del
estructuralismo institucional que planifica y organiza desde estatutos,
reglamentos y propuestas heredadas, que fueron buenas y útiles en su momento
pero que quizás hoy no sean significativas. Por favor, les pido que escuchen”, dijo el Papa a la dirección de la FIAC.
En esta línea, el Santo Padre pidió escuchar en tres dimensiones:
a la humanidad en sus realidades concretas; a los signos de los tiempos porque
“la Iglesia no puede estar al margen de la historia, enredada en sus propios
asuntos, manteniendo inflada su burbuja” y al Espíritu Santo.
A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco:
En aquel momento, el venerable Cardenal Eduardo Pironio intuyó la
necesidad de crear este foro para que
la vida de la Acción Católica contribuyera al desafío de la nueva la
evangelización, enriquecida con la peculiaridad de cada lugar
y cultura. Muchos de ustedes acompañaron decididamente esa intuición y
pusieron sus capacidades y el deseo de anunciar el Evangelio en ese servicio,
aun con las dificultades propias de la época, ya que no se contaba con los
medios de comunicación y de acercamiento entre países que existen en la
actualidad.
Ciertamente, el contexto mundial que acompaña a la nueva etapa no
es el mismo que el de hace treinta años, ni siquiera al de la conducción
anterior. Las secuelas sociales de la pandemia, así como las personales,
siguen marcando el ánimo y la mirada frente a la vida y el futuro de muchos.
En ciertos ámbitos se ha reavivado el individualismo de una salvación a
medida; sin olvidar el azote de la violencia entre países y hermanos que van
socavando el deseo de una fraternidad universal. Sin embargo, las épocas
difíciles pueden ser desafiantes y convertirse en tiempos de esperanza.
Como decía el Cardenal Pironio, hombre de la esperanza: “¡Qué
importante en la vida es ser signo! Pero no un signo vacío o de muerte, sino
un signo de luz
comunicador de esperanza. La esperanza es capaz de superar las
dificultades, las desavenencias, las cruces que se presentan en la vida
cotidiana”.
Al mismo tiempo, como Iglesia estamos transitando un tiempo en el
cual necesitamos que el espíritu sinodal se vaya arraigando en nuestro modo de
ser Iglesia; esto significa el ejercicio de caminar juntos en la misma
dirección. Estoy convencido de que es lo que Dios espera de la Iglesia del
tercer milenio. Que retome la conciencia que es un pueblo en camino y que debe
hacerlo junto.
Por eso, quisiera pedirles que animen con este espíritu a los
grupos de acción católica en las diversas iglesias locales. Con espíritu
sinodal necesitamos aprender a escucharnos, reaprender el arte del hablar con
el otro sin barreras ni prejuicios, incluso y de un modo particular, con
quienes están fuera, en el margen, para buscar la cercanía, que es el estilo
de Dios (cf. Video
del Papa por una Iglesia abierta a todos, octubre 2022).
En este contexto, exhorto a la nueva conducción a ser hombres y
mujeres de la escucha. Anhelo que no sean “dirigentes” de escritorio, de
papeles o de Zoom,
y que no caigan en la tentación del estructuralismo institucional que
planifica y organiza desde estatutos, reglamentos y propuestas heredadas, que
fueron buenas y útiles en su momento pero que quizás hoy no sean
significativas. Por favor, les pido que escuchen.
Primero: escuchen a los hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y
niños concretos, en sus realidades, en sus gritos silenciosos
expresados en sus miradas y en sus clamores profundos. Tengan el oído atento
para no dar respuestas a preguntas que nadie se hace ni decir palabras que a
nadie le interesa escuchar ni sirven. Escuchen con oídos abiertos a la novedad
y con un corazón samaritano.
Segundo: escuchen los latidos de los signos de los tiempos, la
Iglesia no puede estar al margen de la historia, enredada en sus propios
asuntos, manteniendo inflada su burbuja. La Iglesia está llamada a escuchar y
ver los signos de los tiempos, para hacer de la historia con sus complejidades
y contradicciones, historia de salvación. Necesitamos ser una Iglesia
vitalmente profética, desde los signos y los gestos, que muestren que existe
otra posibilidad de convivencia, de relaciones humanas, de trabajo, de amor, de
poder y servicio.
Y, por último, para que esto sea posible necesitamos escuchar la voz del
Espíritu. En cada época, el Espíritu nos abre a su novedad;
«siempre enseña a la Iglesia la necesidad vital de salir, la exigencia
fisiológica de anunciar, de no quedarse encerrada en sí misma» (Homilía del Domingo de Pentecostés,
5 junio 2022). Mientras que el espíritu mundano nos presiona para que sólo
nos concentremos en nuestros problemas e intereses, en la necesidad de ser
relevantes, en la defensa tenaz de nuestras pertenencias y de grupo, el Espíritu nos libra de
obsesionarnos con las urgencias, y nos invita a recorrer caminos antiguos y
siempre nuevos: los del testimonio, la pobreza y la misión,
para liberarnos de nosotros mismos y enviarnos al mundo.
Quizás sientan que la propuesta de escuchar es poco, sin embrago,
no es escucha pasiva; es la escucha activa que nos marca el ritmo de trabajo;
es la inhalación necesaria para ser una Iglesia que respira misioneramente.
Así lo hizo la Santísima Virgen, porque escuchó, se puso de pie y caminó
para ir a servir.
Rezo para que puedan hacer de este período un tiempo de gracia,
con la audacia de
saber escuchar, la serenidad para poder discernir y el coraje para anunciar con
la vida y desde la vida.
Muchas gracias por haber aceptado este desafío. Pido a Dios por
cada uno de ustedes. Por favor, no dejen de rezar por mí.
Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
Papa Francisco Por Mercedes de la Torre
Fuente: ACI Prensa