27 - Noviembre. I Domingo de Adviento
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Evangelio según san Mateo 24,
37-44
Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro
Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche
viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su
casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que
menos penséis viene el Hijo del hombre.
Comentario
Comenzamos hoy el tiempo de
Adviento, un tiempo de preparación para la venida del Señor. La primera venida
se realizó en la Encarnación y el nacimiento de Jesús en Belén, y se prolongó
durante toda su vida terrena hasta su gloriosa Ascensión a los cielos. Pero todavía
queda pendiente una nueva y última visita, que es la que profesamos cada vez
que recitamos en el Credo: “De nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y a
muertos”.
En este pasaje del Evangelio se
nos habla de esa última visita suya, que sucederá al final de los tiempos.
“Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente –dice
el Catecismo de la Iglesia Católica– aun cuando a nosotros no nos ‘toca conocer
el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad’ (Hch 1,7). Este
advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento”[1].
De ahí la advertencia de Jesús
para que estemos siempre preparados. No pretende asustarnos, pero sí abrir
nuestros caminos a un modo de vivir más grande que relativiza los pequeños
afanes de cada día a la vez que los dota de un valor decisivo. La venida del
Señor nos puede sorprender en cualquier momento, de repente, mientras estamos
en medio del trajín cotidiano: “como en los días que precedieron al diluvio
comían y bebían, tomaban mujer o marido hasta el día mismo en que entró Noé en
el arca, y no se dieron cuenta sino cuando llegó el diluvio y los arrebató a
todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (vv. 38-39).
Las palabras de Jesús constituyen
una invitación a la vigilancia. Sabemos que Él vendrá, pero no conocemos
cuándo, así que nos conviene estar siempre preparados, en todo momento, libres
para ir a su encuentro, no atrapados en las cosas de este mundo, sino
gobernándolas para que sean camino de santificación.
Para llamar la atención sobre la
necesidad de la vigilancia, Jesús propone una breve parábola, bien ambientada
en las aldeas de Palestina: “si el dueño de la casa supiera a qué hora de la
noche va a llegar el ladrón, estaría ciertamente velando y no dejaría que se
horadase su casa” (v. 43). La oscuridad de la noche es más propicia para que
los ladrones se acerquen sin ser vistos a unas casas, que tenían de ordinario
una techumbre de maderas y ramajes, y unas paredes de adobe, fáciles de horadar
y abrir un hueco por donde introducirse a robar. Por eso, si el dueño supiese
que iban llegar en algún momento, no estaría despreocupado, sino atento a
mantener la integridad de cuanto posee. ¡Cuánto más un cristiano ha de
permanecer vigilante para cuidar los tesoros de la fe y de la gracia que ha
recibido! “Tú, cristiano –recuerda san Josemaría—, y por cristiano hijo de
Dios, has de sentir la grave responsabilidad de corresponder a las
misericordias que has recibido del Señor, con una actitud de vigilante y
amorosa firmeza, para que nada ni nadie pueda desdibujar los rasgos peculiares
del Amor, que Él ha impreso en tu alma”[2].
San Juan Pablo II iniciaba su
Testamento tomándose muy en serio esta llamada de atención realizada por el
Maestro, bien consciente de que a cada uno nos llegará el momento de responder
acerca de nuestra vida ante el tribunal del Señor: “ ‘Velad, porque no sabéis
el día en que vendrá nuestro Señor’ (Mt 24, 42) – estas palabras me recuerdan
la última llamada, que tendrá lugar en el momento en que el Señor así lo
quiera. Deseo seguirlo y deseo que todo aquello que hace parte de mi vida
terrena me prepare para este momento. No sé cuándo sucederá, pero como todo,
también en este momento me pongo en las manos de la Madre de mi Maestro: Totus
Tuus”[3]. Si
estamos bien preparados, como él, podemos aguardar confiados la venida del
Señor con esa misma serenidad y abandono en las manos de Virgen.
[2] S. Josemaría, Forja, 416.
[3] S. Juan Pablo II, Testamento, Roma 6.III.1979.
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei