29 - Noviembre. Martes de la I semana de Adviento
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Evangelio según san Lucas 10,
21-24
En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo
que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron;
y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
Comentario
Siguiendo con la preparación para
el nacimiento del Señor, la Iglesia nos propone hoy un Evangelio en el que
Jesús, inundado del gozo del Espíritu, alaba a su Padre por haber escogido a
los pequeños para revelarles su misterio de Amor.
Al inicio, el texto puede
llamarnos la atención porque Jesús se jacta de que su Padre no haya mostrado estas
cosas a los “sabios y prudentes”.
La sabiduría es un don del
Espíritu Santo, quizá el más precioso de todos; mientras que la prudencia es
una virtud cardinal que nos lleva a identificar y querer el bien en cada
situación.
¿Por qué entonces parece que hay
cierto desprecio en las palabras de Jesús ante los sabios y prudentes? No cabe
duda de que el Señor, con esa expresión, quiere atraer nuestra atención ante
los falsos sabios y prudentes.
De hecho, Jesús nos pone de
modelo a los niños porque ellos son los maestros de la verdadera sabiduría y
prudencia divinas.
Los pequeños no se guardan nada
para sí, lo dan todo a sus papás, del mismo modo que la sabiduría nos lleva a
estimar y saborear únicamente a Dios.
Asimismo, los niños poseen una
mirada clara y sencilla sobre lo que ven, que les otorga la capacidad de
convertir rápidamente en acción lo que conocen de la realidad. No se detienen
demasiado en pensar las consecuencias de sus acciones o en cómo serán vistas
por los demás.
El Señor quiere que también nosotros
nos hagamos pequeños para que Él pueda hacerse grande en nosotros, y no a
pesar de nosotros. Con este deseo y esta actitud, Él se encargará de
hacernos ver las cosas, las situaciones y las personas con sus ojos.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei