23 - Noviembre. Miércoles de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 21,
12-19
Pero antes de todo eso os echarán
mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y
haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto
os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la
cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré
palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún
adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y
amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán
a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con
vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
Comentario
Continúa el discurso escatológico
de Jesús con sus vaticinios sobre los últimos tiempos. Esta vez, el presagio
parece todavía más inquietante: la persecución a los propios discípulos de
Jesús, por causa de su nombre.
Y así sucedió
en la primitiva comunidad cristiana, poco después de que el Espíritu Santo
descendiera sobre los Apóstoles. Ellos actuaban en nombre de Jesús, sin miedo,
a pesar de los encarcelamientos, los malos tratos: nada los frenaba. Acudían a
la oración, y recibían la fuerza del Espíritu Santo (cf. Hch 4,24-31).
El primer mártir, Esteban, “hacía
grandes prodigios y señales entre el pueblo” (Hch 6,8), y los que le escuchaban
“no podían resistir la sabiduría y el Espíritu con que hablaba” (8,10). Todo se
cumplía tal como había vaticinado Jesús, porque aquellos discípulos confiaban
profundamente en Él. Y valoraban más la salvación de las almas que su propia
vida. No solo eso, estaban “gozosos (...) porque habían sido dignos de ser
ultrajados a causa del Nombre” (Hch 5,41).
En verdad, aquel rechazo de la
palabra evangelizadora de los apóstoles era el camino previsto por Dios para
que su mensaje llegase a muchos hombres y mujeres: “la palabra de Dios se
propagaba, y aumentaba considerablemente el número de discípulos en Jerusalén”
(Hch 6,7).
Nos admiramos ante la
perseverancia de los primeros cristianos, por medio de la cual no solo salvaron
sus almas, sino la de miles de personas. Pero la persecución a la Iglesia no ha
cesado a lo largo de los siglos: es como un signo de su vitalidad, de su perenne
juventud.
Y hoy Jesús y su Espíritu siguen
vivificando las almas de tantos cristianos que no temen dar su vida por el
Evangelio, rezando también por sus perseguidores, pues los aman y los perdonan,
fieles a las palabras y al ejemplo de Jesús: “amad a vuestros enemigos y rezad
por los que os persiguen” (Mt 5,44); “Padre, perdónales, porque no saben lo que
hacen” (Lc 23,34).
Así hizo Esteban, antes de morir
lapidado: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,60). Necesitamos
esa misma actitud de oración, perdón y perseverancia en el bien en nuestro
vivir cotidiano cuando nos encontramos con quienes parecen oponerse a la misión
de la Iglesia.
Josep Boira
Fuente: Opus Dei