En el texto se resume la personalidad de una reina sabia y poderosa como fue la reina Isabel la Católica, reina de Castilla
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Dominio público |
El 26 de
noviembre de 1504 fallecía en Medina del Campo la reina Isabel I de Castilla.
Atrás dejaba uno de los reinados más ricos en la historia de España, años en
los que demostró que una mujer era capaz de gestionar con audacia y
determinación un reino y todos sus cada vez más extensos dominios
La reina dictó
su testamento pocas semanas antes de morir, «estando enferma de mi cuerpo de la
enfermedad que Dios me quiso dar y sana y libre de mi entendimiento». En él, no
solo puso orden en las cuestiones más prosaicas y materiales de sus reinos y sus
enseres personales. En el texto se resume la personalidad de una reina sabia y
poderosa como fue la reina Isabel la Católica, reina de Castilla.
Una reina defensora de la fe
A finales de
1496, el Papa Alejandro VI firmaba la bula Si convenit por la que concedía el
título de Reyes Católicos a Isabel y su esposo Fernando. Isabel fue una reina
devota, que no solo vivió en privado su fe católica, sino que mostró
públicamente sus creencias y las defendió. La reina afirmó haber vivido
siguiendo los dictados de la Iglesia y esperaba morir «en esta santa fe
católica».
La reina mostró
en su testamento la devoción que le tenía a muchos santos, en concreto, San
Juan Evangelista, al que «yo tengo por mi abogado especial en esta presente
vida y así lo espero tener en la hora de mi muerte». También la «bienaventurada
santa María Magdalena, a quien así mismo yo tengo por mi abogada».
Tras haber
vivido como una mujer devota, ahora que estaba cerca la muerte, ella, «indigna
y pecadora», encomendaba su «espíritu en las manos de Nuestro Señor Jesucristo.
[…] Y puesto por mí en la cruz, el suyo encomiendo en manos de su eterno Padre
al cual confieso y reconozco que me debo toda».
Isabel la
Católica había vivido como una mujer cristiana y, en ese momento, en el final
de su vida y su reinado, deseaba que su gobierno continuara estando apuntalado
en la fe de la Iglesia. Por eso explicitó un mensaje claro en su testamento
dirigido a sus herederos, su hija Juana y el marido de ésta, Felipe de
Habsburgo: «Y ruego y mando a la dicha princesa mi hija y al dicho príncipe su
marido, que como católicos príncipes, tengan mucho cuidado de las cosas de la
honra de Dios y de su santa fe, celando y procurando la guarda y defensa y
ensalzamiento de ella, […] y que sean muy obedientes a los mandamientos de la
santa madre Iglesia y protectores y defensores de ella como están obligados».
Impulsora de la
evangelización
En tiempos de
su reinado, el mundo conocido amplió sus horizontes. Después de que muchos
soberanos europeos cerraran la puerta al proyecto colombino, Isabel financió el
viaje que cambiaría la historia para siempre.
Cuando las
tierras americanas pasaron a formar parte de la corona española, Isabel puso
mucho celo en que en ellas se transmitiera la fe católica impulsando un ingente
proyecto de evangelización.
«Al tiempo que
nos fueron concedidas por la santa fe apostólica las Islas y Tierra Firme del
Mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue, al
tiempo que lo suplicamos al papa Alejando VI, de buena memoria, que nos hizo la
dicha concesión, de procurar de inducir y traer los pueblos de ellas y
convertirlos a nuestra santa fe católica, y enviar a las dichas Islas y Tierra
Firme prelados y religiosos y clérigos y otras personas doctas y temerosas de
Dios, para instruir a los vecinos y moradores de ellas en la fe católica».
Una reina
humilde y generosa
Isabel la
Católica fue una reina rígida y sobria, que no dio importancia al lujo y mucho
menos a la ostentación. Ahora que preparaba su funeral, puso empeño en dejar
claro que no quería grandes fastos. Pidió explícitamente que «lo que se había
de gastar en luto para las exequias, se convierta en vestuario para pobres y la
cera que en ellas se había de gastar, sea para que arda en el Sacramento en
algunas iglesias pobres».
Junto al dinero
que se debía invertir en sus funerales, la reina mandó que «además de los
pobres que se habían de vestir con lo que se había de gastar en las exequias,
sean vestidos doscientos pobres porque sean especiales rogadores a Dios».
Gestionar todas
las posesiones de las que Isabel fue reina no fue tarea fácil y su reinado
terminó con una larga lista de deudas por pagar. Consciente de ello, dedicó
muchos párrafos de su testamento para dejar claro su deseo de zanjarlas todas
ellas. Y una vez se hubieran saldado, pedía que «se distribuya un cuento de
maravedíes para casar doncellas menesterosas. Y otro cuento de maravedíes para
que puedan entrar en religión algunas doncellas pobres que en aquel santo
estado, quieran servir a Dios».
También mandó
«que se de en limosna para la iglesia catedral de Toledo y para Nuestra Señora
de Guadalupe y para las otras mandas pías acostumbradas».
Respecto a sus
bienes muebles, dejó orden que «se dé al monasterio de San Antonio de la ciudad
de Segovia la reliquia que yo tengo de la saya de Nuestro Señor. Y que todas
las otras reliquias mías se den a la Iglesia Catedral de la Ciudad de Granada.
[…] Todos los otros mis bienes muebles que quedaren, se den a iglesias y
monasterios, para las cosas necesarias al culto divino del Santo Sacramento.
[…] Se den a hospitales y a pobres de mis reinos, y criados míos, si alguno
hubiere pobre, como a mis testamentario pareciese».
No se olvidó de
sus leales servidores
La corte de los
Reyes Católicos fue durante mucho tiempo una corte itinerante. Viajando por
toda la geografía española, los soberanos llevaban consigo una extensa corte de
fieles servidores. A todos ellos quiso honrar en sus últimas horas, dejando
dicho en su testamento que «suplico muy afectuosamente al rey mi señor y mando
a la dicha princesa, mi hija y al dicho príncipe su marido, que hayan por muy
encomendados para se servir de ellos y para honrarlos y acrecentar y hacer
mercedes, a todos nuestros criados y criadas, familiares y servidores, […] los
cuales nos sirvieron mucho y muy lealmente».
Pensó en el
bienestar de sus súbditos
No solo en sus
servidores pensó en aquellos últimos momentos de su vida. Isabel reinó sobre
miles de súbditos, de los que se preocupó, dirigiendo estas palabras a Juana y
Felipe: «Ruego y encargo a los dichos príncipe y princesa mis hijos, que así
como el rey mi señor y yo siempre estuvimos en tanto amor, unión y concordia,
así ellos tengan aquel amor y unión y conformidad como yo de ellos espero. […]
Y sean muy benignos y humanos con sus súbditos y los traten bien y hagan poner
mucha diligencia en la administración de la justicia a los vecinos y moradores
y personas de ellos, haciéndola administrar a todos igualmente, así a los
chicos como a los grandes. […] Sin que mis súbditos y naturales sean fatigados
ni reciban vejaciones ni molestias».
Respecto a sus
súbditos de ultramar, Isabel fue muy consciente de la importancia de plasmar en
su testamento la protección que deseaba y exigía que se les diera: «Y no
consientan ni den lugar que los indios, vecinos y moradores de las dichas
Indias y Tierra firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus
personas ni bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún
agravio han recibido, lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa
alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión nos es mandado».
Isabel la
Católica falleció dejando huérfanos a sus reinos, demostrando que, bien o mal,
había dedicado su vida a ellos. Así lo plasmó en sus últimas voluntades, en las
que la soberana intentó dejar todo en orden. Gracias a este texto, Isabel nos
permitió conocer sus ideas en primera persona y descubrir su verdadera
personalidad.
Sandra Ferrer
Fuente: Aleteia