10 – Noviembre. Jueves. San León Magno, papa y doctor de la Iglesia
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Evangelio
según san Lucas 17, 20-25
Los fariseos le preguntaron:
«¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?».
Él les contestó:
«El reino de Dios no viene aparatosamente, ni dirán: “Está aquí” o “Está allí”, porque, mirad, el reino de Dios está en medio de vosotros».
Dijo a sus discípulos:
«Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del
hombre, y no lo veréis. Entonces se os dirá: “Está aquí” o “Está allí”; no
vayáis ni corráis detrás, pues como el fulgor del relámpago brilla de un
extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero
primero es necesario que padezca mucho y sea reprobado por esta
generación.
Comentario
Los fariseos
pensaban que el reino de Dios se manifestaría de un modo grandioso. Sin embargo
el hijo de Dios, desde su nacimiento en Belén, nos da testimonio de que la
Redención que va a llevar a cabo seguirá otros derroteros bien distintos a los
que ellos se imaginaban.
El reino de
Dios ha llegado con tanta sencillez y normalidad que muchos no pueden creer que
esté presente ya en medio de ellos. Les resulta demasiado escandaloso que la
Verdad más profunda irrumpa de una forma tan sencilla y discreta.
Jesús nos
enseña que la fe es un don que Dios concede a los sencillos de corazón: a
aquellas personas que saben encontrarle en medio de las ocupaciones ordinarias
y en las personas con que se relacionan. Basta que tengan el corazón abierto
para acoger y joven para querer aprender lo que Él nos enseña.
Dios nos habla
a través del Espíritu. Y lo hace cuando quiere y donde quiere. Así lo expresaba
santa Teresita: «El Doctor de los doctores enseña sin grandes discursos. Nunca
le oí hablar, pero sé que está en mí. En todos los instantes me guía y me
inspira; pero precisamente en el momento oportuno es cuando descubro claridades
desconocidas hasta entonces. Regularmente no brillan a mis ojos en las horas de
oración, sino en medio de las ocupaciones del día»[1].
A nosotros nos
corresponde poner deseos y atención para escucharle; en definitiva, dejarle el
timón de nuestra alma y luchar por seguir sus inspiraciones en cada momento.
[1] Sta.
Teresa de Lisieux, Historia de un alma.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus
Dei






