Cristina López Schlichting, de Cope, dedicó un momento de radio a su padre. Mar Dorrio lo hizo suyo
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En este artículo todos podemos
encontrar también nuestro silencio y, por qué no, nuestras palabras. ¿Cuáles
son las tuyas?
Este
fin de semana, a una de mis periodistas «de cabecera», como diría ella, se le
rompió la voz arrancando el programa que habitualmente tripula los fines de
semana. Cristina
López Schlichting (‘Fin de semana’ en COPE) comenzaba el
programa diciendo que hay días en que todo cambia, y lo que se impone es un silencio.
Triste y alegre a la vez
«¿Qué hace una
locutora cuando lo que le brota es el silencio? A lo mejor, el día que se muere
tu padre es el día en que hay que mirar a los oyentes a la cara y sacar las
palabras que hagan justicia a ese silencio.
Tiempo de
luto, tiempo de lamentarse y llorar. Pero también es difícil lamentarse cuando
los sueños se han cumplido.
¿Cómo lamentarse una niña a la que su
padre le acostaba con la Sonatina de Rubén Darío? ¿Cómo puede estar
triste una niña que su padre, obrero de la construcción, que estudiaba por las
noches Derecho, la convirtió en princesa?
Te despediste como don Quijote, en
casa, rodeado de los tuyos, y besando la mano del sacerdote. No tenías ganas de
morirte, pero vino el sacerdote, lo dejaste entrar y te hiciste pequeño. Le
dijiste: ‘Gracias y creo en ti, Señor’.
La muerte es tan bella, me has
enseñado muchas cosas, y ahora también me has enseñado a morir. Estábamos toda
la familia: mamá, mis hermanas, tus yernos, nietos extrañamente tranquilos; no
pudo haber más oraciones, no pudo haber más frases de agradecimiento.
Me dijiste: ¡Qué inexplicable
manía la de Dios de ir haciéndonos morir a todos! Y yo, ahora me pregunto:
¿Cómo puedo estar triste y alegre a la vez?»
El presente
Hacía tiempo que la radio no me emocionaba tanto como al escuchar
a Cristina López Schlichting este fin de
semana. Y no puedo dejar de pensar cómo la muerte de don Felipe no sólo te ha
enseñado a ti, Cristina: nos ha enseñado a todos.
Nos
puede ayudar a orientar adecuadamente el presente, para que nos muramos
habiendo cumplido con lo importante: querer a los nuestros de la mejor manera,
esa que incluye cariño, exigencia, ejemplo…
Y, así, vernos en las últimas horas como don Quijote, rodeados de
todos los nuestros, sin dejarnos nada en el tintero, sin que nos quede nada por
decirnos, habiéndonos recitado las suficientes veces que nos queremos, dando
las gracias siempre que haga falta, y sacando algún perdón que nunca
consiguió salir del bolsillo del corazón.
Ojalá
nos apaguemos despacito, y con tiempo para decírnoslo todo. Pero, por si eso no
ocurriera: Carpe
diem. Aprovecha el tiempo. El aquí, el ahora, para que, pase lo que
pase, podamos decir lo mismo que esta gran familia: «No pudo caber ni una frase
más de agradecimiento, ni una oración más».
Un regalo diario
¿Oraciones? Que no
haga falta que se hayan muerto para que reces por ellos. Que no pase ni un solo
día en el que no recemos por los que más queremos. Que todos los días les
hagamos ese «gran regalo».
Entradas para el Cielo
Nos ha enseñado don Felipe a hacernos pequeños, y a recibir al
sacerdote, que nos trae, ni más ni menos, que las entradas del Cielo.
Unas entradas pagadas en una Cruz hace unos 2000 años. Sólo tenemos que
pedírselas a alguno de sus representantes aquí en la tierra: los sacerdotes.
Las
manos del sacerdote se impondrán en nuestro cuerpo moribundo y dejarán un sello
en el alma, un sello que será nuestra entrada al Cielo. Ese sello que, como los
de muchos eventos VIP, no se verá a la luz, pero brillará en la oscuridad de la
eternidad, y nos llevará, ya sin miedo, hasta ese paraíso tan soñado.
Querida Cristina, le has dicho a tu padre que ahora entiendes la
última estrofa de la Sonatina, esa a la que nunca llegabas porque te quedabas
dormida. Ahora, contigo, también la entendemos todos:
«Calla, calla,
princesa -dice el hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se
encamina,
en el cinto la espada y en la mano el
azor,
el feliz caballero que te adora sin
verte,
y que llega de lejos, vencedor de la
Muerte,
a encenderte los labios con un
beso de amor».
Aquí se pueden
escuchar las palabras de Cristina López Schlichting.
Mar Dorrio
Fuente: Aleteia