Lo que nos impide en gran manera hacernos santos es nuestra dificultad para aceptar el Espíritu en nuestra vida
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| Natali _ Mis|Shutterstock |
El Espíritu
Santo es quien anima nuestra vida. Él es quien clama en nuestro interior
al Padre y el que nos enseña a imitar al Hijo.
Para poder
recibirlo en nuestra vida, debemos favorecer estas prácticas:
1. LA ALABANZA Y
LA GRATITUD
Quizá, lo que
nos impide recibir de Dios gracias más abundantes es simplemente no reconocer
las que nos ha concedido y no agradecérselas.
No hay duda de
que si damos gracias a Dios con todo nuestro corazón por cada gracia
recibida, Él nos concederá aún más.
Santa Teresa de Lisieux nos dice:
Lo que más
atrae las gracias de Dios es la gratitud, pues si le agradecemos un bien, se
conmueve y se apresura a concedernos diez más, y si se las agradecemos con la
misma efusión ¡qué incalculable multiplicación de gracias! Yo tengo la
experiencia, inténtalo y lo verás. Mi gratitud por todo lo que me da no tiene
límites, y se lo demuestro de mil maneras.
La alabanza
purifica el corazón y lo dispone a recibir la gracia y las mociones del
Espíritu Santo.
Esta debería
ser una de las peticiones que dirigimos al Espíritu Santo con mayor
frecuencia: que nos ilumine en todas nuestras decisiones, y que no permita
que descuidemos ninguna de sus inspiraciones.
Debemos pedir
esto en todas las circunstancias de nuestra vida. En momentos especiales, ante
decisiones importantes, cuando estemos bien, o cuando nuestra vida con el Señor
se estanque.
2. ESTAR
DECIDIDOS A NO NEGAR NADA A DIOS
Que haya en
nosotros una firme y constante determinación de hacer lo que Dios nos pide en
todas las cosas, grandes o pequeñas.
Por nuestra
fragilidad es evidente que no seremos capaces de obedecer en todo a Dios, pero
podemos estar firmemente decididos, y gracias a la oración fortalecer el
propósito de no descuidar ninguno de los deseos que Dios tiene para
nuestra vida.
Es importante
no permitir que el demonio se valga de estos esfuerzos para turbarnos con
inquietudes o para descorazonarnos cuando caemos.
3. VIVIR UNA
OBEDIENCIA FILIAL Y CONFIADA
Si estamos
atentos a obedecer a las mociones del
Espíritu, estas serán más numerosas, o en todo caso, las
distinguiremos como mayor claridad. Y al contrario, si somos negligentes, nos
será más difícil escucharlas y seguirlas.
Estaremos más
atentos a las nuevas inspiraciones del Espíritu siempre que nos vea más fieles
en el cumplimiento de su voluntad en: nuestro amor, los mandamientos, las
enseñanzas de la Iglesia, las exigencias propias de nuestra vocación, de
nuestra vida profesional, etc.
También es muy
impotante aceptar por amor de Dios todas las ocasiones legítimas que se nos
ofrecen para vivir la obediencia en nuestra vida. Si no estoy dispuesto a
renunciar a mi propia voluntad (mis ideas, mis gustos, mis aficiones) frente a
los hombres, ¿qué me garantiza que seré capaz cuando Dios me lo pida?
4. VIVIR EL
ABANDONO
Los sucesos de
la vida son la expresión más segura de la voluntad de Dios, porque no corren el
riesgo de una interpretación subjetiva.
Si Dios nos ve
dóciles a los acontecimientos, capaces de aceptar serena y amorosamente lo que
nos «imponen» las circunstancias de la vida con un espíritu de confianza
filial, no habrá duda de que hablará a nuestro corazón a través de su Espíritu.
Y al contrario,
si persistimos en rebelarnos y endurecernos ante las contrariedades, esta
desconfianza no permitirá que el Espíritu Santo guíe nuestra vida.
Lo que nos
impide hacernos santos es nuestra dificultad para aceptar plenamente todo lo
que nos sucede.
Santa Teresita
decía: «Quiero todo lo que me contraría». Exteriormente esto no cambia en nada
la situación, pero interiormente lo cambia todo: esa aceptación, inspirada por
el amor nos hace libres y permite a Dios sacar un bien de todo lo que nos
sucede, tanto de lo bueno como de lo malo.
Luisa
Restrepo
Fuente: Aleteia






