Un actor franco-argelino narra su conversión del islam al catolicismo pasando por el protestantismo
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NICOLAS TUCAT / AFP |
Nacido en un barrio difícil,
rescatado por el teatro de la delincuencia, en su espectáculo Coming out da
testimonio de su itinerario espiritual y de su camino hacia la verdadera
libertad
Es un «salida del armario»
decididamente fuera de lo común puesta en escena por Mehdi Djaadi, un actor de
teatro franco-argelino. No, no es lo que piensas. La representada por Mehdi en
su monólogo titulado ‘Salir del armario’ no es la historia de una salida de un
armario oscuro: es la historia de una conversión, de una mirada que se abre
poco a poco a la luz verdadera, la que ilumina a cada hombre.
Mehdi Djaadi nació en 1986 en
Saint-Étienne (capital del departamento de Loire), en el distrito de
Crêt-de-Roc. Es el segundo de cuatro hijos de una familia originaria de
Argelia, el padre es obrero y la madre es maestra de jardín de infantes.
Cuando era niño Medhi, cuenta
Pierre Jova de La Vie, era un niño de naturaleza solitaria, con pocos amigos en
la escuela. Pero con un talento: imitar a los demás. Para divertir a sus
compañeros imita los acentos y se viste de acuerdo a los personajes imaginarios
que le inspira su fantasía. Como «Saoud», un joven musulmán de los suburbios
devoto como un saudí.
El primer robo
A los 14 años, el primer
inconveniente: Mehdi roba unos euros de la caja de donaciones de la mezquita
para comprar un kebab. El rumor del robo circula rápidamente y, a mejor modo de
«teléfono descompuesto» termina siendo deformado y magnificado sin medida.
Mehdi se convierte así para todos en el que ‘se fue con la caja registradora’.
Una vergüenza absoluta para su familia de musulmanes piadosos y practicantes. Y
también es el final, de la noche a la mañana, de su reputación como musulmán
modelo ganada de asistir durante años a la escuela coránica.
También termina de mira de los
kaid, los capos que en los suburbios se hacen pasar por policías tratando de
hacer prevalecer sus leyes sobre las del estado (o mejor dicho, de la République).
Sea como fuere, abandona la práctica religiosa al dejar de hacer las cinco
oraciones canónicas diarias de un buen musulmán mientras, dice, “permanece sediento
de absoluto”.
Una conversión dolorosa
Es precisamente esta sed
insatisfecha la que lo lleva, un día, primero a fijarse en una iglesia
evangélica en el barrio, y luego a asistir a ella. Inicialmente lo hace para
provocar al pastor local, que tiene una afirmación extraña a sus ojos: afirma
que Jesús es el Hijo de Dios (‘¡inaceptable desde el punto de vista musulmán!’,
comenta Mehdi). Pero esas reuniones continúan y el pastor no tarda mucho en
ofrecerle los evangelios. Mehdi tiene 16 años: leer esos textos lo estremece
profundamente. «Leyéndolos, quedo impactado de Jesús, empiezo a rezarle, y a
vivir una fuerte amistad con él».
Los años siguientes, sin embargo,
no son nada fáciles: Mehdi, que en 2002 también abandona la escuela, pasa el
rato en malos ambientes. Termina en una red de delincuentes y bandas que se
organizan para defraudar a los bancos. Continúa dirigiéndose a Jesús pidiéndole
que cambie su vida. A los 21 años dejó Saint-Étienne y se fue a Valence
(Drôme), invitado por un editor protestante. Fue él quien lo bautizó, una
mañana, en la orilla de un río del Ardèche.
Está demás decir que el bautismo
también marca una ruptura con su familia: «Mi conversión fue dolorosa para mi
familia, que siempre estuvo ahí para mí». Cuando se hace protestante, su padre,
el que viajaba kilómetros para ir a recuperarlo en las distintas instituciones
donde estuvo preso, el que siempre intentaba apaciguar al juez de menores, al
principio cree que había sido víctima de alguna secta. Hubiera sido mejor para
él saber que fue captado que estar realmente convencido de su elección, un
hecho que para una familia musulmana significa solo dos cosas: deshonra e
inseguridad.
Arrancado de la calle por el
teatro
Es el 2008: a Valence las cosas
le comienzan a cambiar. Inicia a asistir a clases nocturnas en el Centro
Dramático Nacional, luego el salto de calidad en la Manufacture, la
prestigiosa escuela de arte dramático en Lausana, Suiza. Un verdadero shock
para él, que había dejado la escuela a los 16 años y ahora tiene que probar
suerte en un curso de nivel universitario. Además, es el único norteafricano
entre los alumnos de la escuela, así como el único de extracción obrera, con
referencias artísticas completamente diferentes a las de sus compañeros, que
adoran a directores chic radicales como Pedro Almodóvar mientras él está
fascinado por Denzel Washington y Goodfellas de Martin Scorsese.
Pero el shock también es
espiritual. Al llegar a Suiza, Mehdi está feliz de estar en la patria del
protestantismo, de poder finalmente descubrir a Calvino. En cambio, descubre un
universo que dice ser tolerante pero es ferozmente anticlerical. En Lausana
sufre luego las tentaciones de la vida estudiantil. No llega a abandonar la
palabra de Dios, de la que sigue alimentándose, pero le cuesta mucho
encontrarse en los sermones de los pastores evangélicos, «muchos de los cuales
me parecen un show», dice.
Raptado por la Eucaristía
Llega a fin del primer año de la
carrera exhausto. Es precisamente entonces cuando Jonathan, un amigo católico
de la infancia, le ofrece un retiro espiritual en la antigua abadía trapense de
Sept-Fons (Allier). Mehdi acepta la invitación y experimenta por primera vez la
liturgia de las horas, que tiene el efecto de una «bofetada» en él.
«Como protestante – confiesa – me
encantaban los salmos. Allí está contenido todo el misterio de la Revelación:
consolación, esperanza, alegría, la Jerusalén celestial. Allí, cerca de esos
monjes, siento a Dios cantar dentro en mí. Después voy a la Adoración. Nunca
nada ha sido tan profundo cuanto esta exposición del Santísimo Sacramento.
Estoy seguro de que el Jesús que amo, a quien rezo, está realmente presente.
Como si pudiera hablarle: ¡ahí, ahora! Estoy envuelto en su presencia».
Al salir, encuentra a Jonathan y
le dice a quemarropa: «Ahora entiendo. La adoración de Jesús en la Eucaristía,
recuerda Mehdi Djaadi, «me abre un mundo increíble». Se dirige al fraile
portero y le pregunta: «¿Siempre es así?». Y él le responde: «En cada misa y en
cada adoración». Al salir de la abadía, el joven franco-argelino sintió las
lágrimas mojar sus mejillas: lágrimas de alegría en una mejilla por haber
encontrado a Cristo; lágrimas de tristeza, en la otra mejilla, por no poder aún
unirse a Él en la Eucaristía.
Rodeado del amor de Jesús y de
los santos
Los dos años siguientes serán
sólo para Dios: todos los días, a las seis de la tarde, después de las clases,
corre a la basílica de Notre-Dame du Valentin para asistir a la misa vespertina
y participar en el catecismo. El gran día de Mehdi llegó en el 2013, cuando
recibió la Sagrada Comunión y el Sacramento de la Confirmación. «Todos los
confirmados estaban con su familia, con sus amigos… Yo estoy solo en el banco.
Pero cuando me llaman y les respondo: «Aquí estoy», en el fondo escucho: «Aquí
estamos». Me siento rodeado por Jesús y los santos».
Unos años más tarde, en el 2019,
Mehdi se encuentra con el Papa Francisco en Roma. «Y abrazándolo, sentí aún más
la filiación con Jesús». Los conversos a menudo denigran a sus antiguos
correligionarios, sienten la necesidad de una clara ruptura con su pasado. No
es el caso de Mehdi, quien sí muestra un sentimiento de gratitud por todas las
etapas y las personas que lo acompañaron providencialmente hacia su encuentro
con Jesús en la Eucaristía.
«Después de un tiempo doy gracias
por lo que he recibido de los protestantes. Por aquel pastor de Saint-Étienne
que me ofreció el Evangelio, por ese editor de Valence que me tomó bajo su
protección. El Espíritu sopla sobre ellos. Y me atrevo a decir: los evangélicos
nos aportan el celo y el amor de la Palabra; corresponde a nosotros, católicos,
compartir con ellos la belleza de la Eucaristía».
El nacimiento del amor por
Francia
Con la fe católica nació también
su amor por Francia y por la cultura francesa, sin dejar de hablar árabe a su
barbero ni dejar de apreciar las tortillas fritas argelinas. Pero además de ser
un «hijo de la Iglesia», Mehdi también empieza a sentirse un “hijo de Francia”.
De ello se dio cuenta gracias a la peregrinación a Compostela, donde en cada
esquina una iglesia, un museo, un queso o un paisaje daban testimonio de una
historia centenaria. Un enseñamiento valioso en una Francia desgarrada por las
rupturas y el separatismo: «Para reconciliarnos con los recién llegados,
reconciliémonos con nosotros mismos», dice el actor.
Actor por vocación
Pero el 2013 es también el año
del Manif pour tous y de las protestas contra la ley Taubira. Y
lamentablemente, Mehdi, sólo por su fe católica, empieza a ser mirado con
cierto recelo en la Manufacture. Y así acaba, aun sin haberse interesado
previamente por la política y sin haber pedido nada, a convertirse en el
portavoz del Manif en el mundo de la cultura atea y progresista, donde pasa por
extremista, homófobo, y reaccionario…
También confiesa que dudó en
convertirse en actor, por temor a ser blanco de la ideología dominante. Hasta
que siente que ser actor es para él una vocación, una llamada, una misión. Su
trabajo lo ha convertido en un puente entre diferentes universos, dándole la
oportunidad de tratar y discutir en profundidad incluso con militantes LGBT.
«Entienden que no soy el católico caricaturizado que imaginan. Una vez
superados los clichés, llegamos a apreciarnos e incluso querernos».
Después de ganar el premio César
-el Oscar francés- por su actuación en la comedia dramática Je suis à vous
tout de suite, en el 2019 Mehdi se casa con Anne. Ese mismo año estrena su
espectáculo en el teatro: el monólogo Coming out donde con delicadeza
y humor cuenta, entre otras cosas, la historia de una conversión progresiva
decididamente fuera de lugar, por no decir inclasificable.
Pero sobre todo reflexiona
profundamente sobre la libertad, la herencia familiar, la convivencia.
Demostrando que la luz de Cristo no oprime, sino que alimenta la creatividad y
nos hace verdaderamente libres.
Pero sobre todo reflexiona
profundamente sobre la libertad, la herencia familiar, la convivencia.
Demostrando que la luz de Cristo no oprime, sino que alimenta la creatividad y
nos hace verdaderamente libres.
Emiliano
Fumaneri
Fuente: Aleteia