15 - Enero. II Domingo del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Juan 1, 29-34
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que
bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía,
pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar
el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu
Santo”. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de
Dios».
Comentario
A orillas del Jordán, Juan
Bautista predicaba a personas de toda condición un bautismo de penitencia para
preparar la llegada del Mesías. Y cuenta el evangelio según san Juan que,
cuando el Bautista vio llegar por fin a Jesús ante él para bautizarse, lo
anunció en voz alta otorgándole un título misterioso y solemne que sigue
pronunciando la liturgia romana en Misa antes de comulgar: “Éste es el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo”.
La imagen del cordero, con su
aspecto manso y revestido de lana blanca, resultaría muy familiar para
cualquier judío contemporáneo de Jesús. Muchos se habrían criado en zonas de
campo donde abundaban las piezas de ganado como ésta. También guardarían en su
memoria el pasaje del profeta Isaías que presentaba al siervo del Señor como un
cordero que se deja sacrificar sin quejarse para librarnos de todos los males
(Is 53,7).
Todos los años, los judíos
piadosos peregrinaban a Jerusalén por la fiesta de la Pascua y se acercaban al
Templo para escoger al menos un cordero por familia, para inmolarlo y comer la
pascua por la noche. El cordero debía ser macho, de un año y sin defecto, y no
se le debía quebrar ningún hueso; todo como estipulaba la Ley de Moisés (cfr.
Éxodo 12,1ss). También debía ser sacrificado entre dos luces, es decir, a medio
día; y tenía que comerse de pie, ceñidas las cinturas, con panes ácimos, y
untando con su sangre las jambas de las puertas, para conmemorar el paso del
Señor, en Egipto, cuando la última plaga mató a todos los primogénitos que no
habían sido protegidos con la sangre de los corderos inmolados.
Anunciando al Mesías como Cordero
de Dios, el Bautista revelaba aspectos esenciales de su misión redentora. Como
explica Benedicto XVI, “la expresión ‘cordero de Dios’ interpreta, si podemos
decirlo así, la teología de la cruz que hay en el bautismo de Jesús, de su
descenso a las profundidades de la muerte”[1]. El cordero
pascual que conmemoraba la liberación de Egipto, empezaba en el Jordán a
revelarse como la prefiguración del verdadero cordero, inocente y manso, que
sería inmolado a medio día en la cruz por todos los hombres, para liberarlos
del pecado con su sangre derramada. Esta misión era asumida por Jesús con su
bautismo en el Jordán.
Sobre esta expresión del Bautista
para referirse a Jesús, “cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, el
Papa Francisco comentaba en una ocasión que “el verbo que se traduce con
‘quita’ significa literalmente ‘aliviar’, ‘tomar sobre sí’. Jesús vino al mundo
con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargando sobre
sí las culpas de la humanidad. ¿De qué modo? Amando. No hay otro modo de vencer
el mal y el pecado si no es con el amor que impulsa al don de la propia vida
por los demás”[2].
Y “¿qué significa para la
Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? —se
preguntaba también el Papa Francisco—. “Significa poner en el lugar de la malicia,
la inocencia, en el lugar de la fuerza, el amor, en el lugar de la soberbia, la
humildad, en el lugar del prestigio el servicio”[3].
[2] Papa Francisco, Ángelus, 19 de enero de 2014.
[3] Idem.
Pablo Edo
Fuente: Opus Dei






