20 - Enero. Viernes de la II semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Marcos 3,
13-19
Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él.
E instituyó doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios:
Simón, a quien puso el nombre de Pedro, Santiago el de
Zebedeo, y Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso el nombre de Boanerges,
es decir, los hijos del trueno, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás,
Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el de Caná y Judas Iscariote, el que lo
entregó.
Comentario
Los actos de Jesús obran y
significan al mismo tiempo. Ahora sube a un lugar elevado y llama a doce. Doce
eran las tribus de Israel. Sobre estos doce edificará el nuevo Israel, la
Iglesia. Jesús, en palabras de San Pablo, es la cabeza de la Iglesia, en él
encuentra su cohesión y de él recibe la vida. Aquellos hombres son hechos
partícipes de la potestad de Jesús: con su palabra llegarán a los corazones de
la gente y moverán a conversión y a abrirse a la gracia; con su fe expulsarán
demonios y sanarán a los enfermos. Nosotros también somos llamados a participar
de esa misión. Y será nuestra fe a través de la que el poder de Jesús actuará
en los corazones de las personas a las que hablemos.
Benedicto XVI considera, en sus
audiencias sobre los apóstoles, la variedad que hay entre ellos. Los hay
tranquilos y reflexivos. Impetuosos y vehementes. Mayores y jóvenes. Pescadores
y cobradores de impuestos. Humildes y con formación. Con todos ellos cuenta
para ir a todos los ambientes y hablar a todo tipo de corazones. Jesús ha
venido a llamar a todos. Su misión es universal. Además, él nos elige
libremente, del mismo modo que el Espíritu otorga sus dones como considera oportuno.
Y, todo ello, para que el cuerpo que es la Iglesia pueda crecer armónicamente
por la entrega mutua. Nosotros estamos también ahí, y eso es motivo de alegría
y es, al mismo tiempo, dulce responsabilidad.
La identificación con Cristo es
progresiva. Cuando uno emprende un camino, aunque haya dado un paso decisivo
–el que no empieza, no puede llegar a ningún sitio–, está aún todo por hacer.
Dos personas que se casan no se dicen: “bueno, ya está”, sino: “bueno, ahora
comienza nuestra historia”. Y para que esa historia llegue a buen puerto es
necesario crecer cada día en el amor, ir por delante, para procurar los
recursos que permitan afrontar los retos que vengan. Nadie niega a Cristo de la
noche a la mañana, sino que lo hace poco a poco, con sus decisiones, obras y
omisiones. De ahí la necesidad de tener siempre fija la mirada en la meta, con
humildad y un deseo creciente, manifestado en obras de amor diarias.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei