24 - Enero. Martes. San Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia
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Evangelio según san Marcos 3, 31-35
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar.
La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan».
Él les pregunta:
«¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y mirando a los que estaban
sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga
la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
Comentario
El que cumple la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, mi
hermana y mi madre
Mientras Jesús está enseñando, alguien viene a decirle que
su madre y sus hermanos le buscan. Jesús aprovecha la ocasión para proclamar el
nacimiento de la nueva familia de los que le siguen, que son aquellos que
cumplen la voluntad del Padre y viven de acuerdo a sus enseñanzas.
¿Y cómo saber cuál es la voluntad de Dios? A menudo buscamos
la voluntad de Dios donde nos parece que debería estar, pero nos olvidamos que
la voluntad del Padre se nos manifiesta de forma concreta y a través de
personas y circunstancias concretas. Como decía Pablo Domínguez: « Nos
escandaliza lo concreto, mientras que lo genérico nos encanta. Todos somos unos
santos en lo genérico cuando decimos: “Hágase tu voluntad… te entrego mi alma,
mi vida y mi corazón… pero mi peluche, no” “Te obedezco en tus designios
eternos, te abrazo con sublimidad…” Pero luego te vienen con que tienes que ir
a tal misión y ya… ¡Algo concreto ya no!»
En último término, esperamos que Dios admita nuestra idea de
lo que debería ser su voluntad y que nos ayude a cumplir esa voluntad, en lugar
de aprender a descubrir y aceptar la suya en las situaciones concretas en las
que nos pone a diario Debemos aprender a mirar nuestra vida diaria, todo lo que
nos sale al paso, con los ojos de Dios; ahí, en las situaciones cotidianas, se
nos revela la voluntad de Dios.
La tentación está en no ver en esas circunstancias que nos
rodean la voluntad de Dios, pasar de ellas por ser tan habituales e
insignificantes, y tratar de descubrir otra “voluntad de Dios” que se ajuste
mejor a nuestra idea de lo que debería ser.
La respuesta está en aceptar que son esas cosas donde se nos
muestra en verdad la voluntad de Dios, y actuar conforme a ello en cada momento
del día, abandonándonos confiadamente al querer de Dios.
La obediencia al querer de Dios conlleva sufrimiento,
cruz. También Jesús “aprendió sufriendo a obedecer” (Heb 5, 8). Y para ello hay
que morir un poco cada día. La obediencia a Dios requiere conversión, pero es
una obediencia que siempre podemos realizar. Y la cruz no hay que buscarla,
viene sin pedirla, y hay que aceptarla, como Cristo abrazó la cruz, porque
nuestra cruz no es nuestra, es la de Cristo, y Cristo nos llama a corredimir
con Él, a ser obedientes con Él al Padre.
Para ello, contemplemos a Cristo obediente, a Cristo
cumplidor de la voluntad del Padre, para, siguiéndole a Él como discípulos, miembros
de su familia, poder decirle también nosotros al Señor: hágase tu voluntad.
Fuente: Dominicos