27 - Enero. Viernes de la III semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Marcos 4,
26-34
Y decía:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas
parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo
exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Comentario
El Reino de Dios es una simiente
pequeña que crece, con un ritmo propio, madurando, hasta hacerse espiga
rebosante, árbol frondoso donde surge la vida.
Con estas dos parábolas el Señor
nos anima a confiar en Él, y no en nosotros mismos, en nuestras fuerzas, en
nuestros éxitos.
Es Él quien da el incremento,
quién dentro de nosotros, nos hace madurar hasta hacer de nuestra vida un árbol
frondoso que da sombra apacible a quien viene a nuestro lado.
Acoger el Reino de Dios es, así,
acoger algo que no entra en nuestra lógica, en nuestro modo de pensar cómo
funcionan las cosas. Tiene su lógica propia, su fuerza intrínseca. Va más allá
de nuestros esquemas, dimensiones y medidas.
Porque empieza por lo pequeño.
Como Jesucristo, que se hizo
pequeño, niño en los brazos de una madre. Él es la simiente caída en tierra,
que muere y da fruto abundante. Él es el único que puede salvar a aquellos que
se ponen a su lado, el único que nos hace crecer y madurar.
La vida de un cristiano no es la
vida de alguien que hace cosas grandiosas por sí mismo, del aplauso, del éxito
inmediato. Más bien, comienza con una pequeña simiente, cuya fecundidad depende
de la unión con Cristo. Él nos espera en lo pequeño de nuestro día a día.
Como recordaba san Josemaría,
“hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca
a cada uno de vosotros descubrir. (…) Os aseguro, hijos míos, que cuando un
cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias,
aquello rebosa de la trascendencia de Dios” (Conversaciones con Mons. Escrivá
de Balaguer, nn. 114 y 116).
Se trata de confiar, de dar un
salto a la confianza en la potencia de Dios.
El mundo no lo salva quien hace
todo correctamente, organizado, programado, sino personas, como los santos, que
saben ir al paso de Dios, dejándole entrar en las pequeñeces de nuestra vida,
fiándonos de que allí hace grandezas.
Luis Cruz
Fuente: Opus Dei






