El padre Carlos Andrés Montoya contó a Aleteia el milagro de su sanación de leucemia, por intercesión de la beata colombiana madre María Berenice. El donante fue su hermano, también sacerdote
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Fundación Organización VID |
«Madre, tú que querías tanto a
los sacerdotes, te pido que intercedas por este hijo que va a ser trasplantado
de médula». Esa fue la petición del padre Carlos Andrés Montoya a la hoy beata
madre María Berenice Duque, por cuya intercesión logró el milagro de sanación
de la leucemia grado uno que le había sido diagnosticada cuatro meses antes.
Su amigo, el sacerdote Juan
Manuel Bustamante le habló de la religiosa y lo llevó a la casa donde ella
había vivido, en la ciudad de Medellín. Él sintió que debía recostarse en la
cama de la monjita y logró hacerlo después de mucho rogar a la superiora. «El
padre Bustamante me impuso las manos y oramos juntos por mi salud», contó a
Aleteia.
Unos días después se internó en
el hospital donde estuvo seis semanas, en una habitación a cero grados y
aislado para evitar una infección pues sus defensas estaban muy bajas. Durante
cuatro días se sometió a dos sesiones de quimioterapia y dos de radioterapia
diariamente, para luego recibir la médula que le donó su hermano mayor.
Desde ese primer acercamiento a
madre Berenice han pasado cinco años, los dos primeros difíciles por la
recuperación, pero sano por la bendición de Dios.
«Es la médula de Dios»
En septiembre del 2017, pocos
días después de la muerte de su padre, supo que estaba enfermo aun cuando no
tenía síntomas. «Yo siempre fui muy deportista y cuidaba mucho mi salud, por
eso me hacía exámenes de control periódicamente. Le pedí a una ginecóloga que
fue a la casa de mis papás que revisara los recientes resultados y así fue como
supe que algo andaba mal», contó durante la entrevista.
«El impacto de saber que tenía
cáncer fue muy grande para mí y los médicos no eran muy optimistas, tenía los
glóbulos blancos en 46.000 cuando lo normal debía ser entre 4.500 y 11.000. Yo,
una persona sana, que hacía dos horas de deporte diariamente, no me sentía
enfermo pero entendí que podía morir».
La solución era un trasplante de
médula ósea. Él recuerda que el médico que lo trataba le preguntó: ¿usted tiene
hermanos o perros? Ante la extraña pregunta, él le contó que tenía un hermano
mayor, sacerdote jesuíta, y uno menor. ¡Gracias a Dios!, le respondió, porque
necesitamos un donante y los hermanos son los indicados.
Los exámenes confirmaron que Juan
Manuel era compatible. Un alivio incompleto, porque la compatibilidad era del
50 por ciento y se necesitaba que fuera del ciento por ciento. Ante el
desconsuelo del padre Carlos Andrés, su hermano le dijo: «Vamos a ponerle fe a
esto, yo te voy a regalar el 50, el otro 50 lo va a poner el Señor, es la
médula de Dios. Ese amor que nos tenemos es más que suficiente para que esas
células mías peguen en el cuerpo tuyo».
«Aquí hay un milagro»
Así fue como se internó para
empezar con el tratamiento que concluyó con el trasplante, el 8 de febrero de
2018. Al principio, su cuerpo rechazó esas células donadas y no fue nada fácil:
vómitos, artrosis lumbar de columna, perdió fuerza en el pie izquierdo, se le
cayó el cabello, no se podía levantar ni comer, depresión, 40 kilos menos,
transfusiones sanguíneas… pero los exámenes mostraban que el trasplante estaba
funcionando.
«A partir de eso uno dice ‘Dios
mío, aquí hay milagro’. Otro milagro es que haya funcionado solo con el 50 de
compatibilidad genética con mi hermano y el hecho de que durante cinco años no
haya tenido ninguna recaída. Aquí está sucediendo algo que se escapa a la
ciencia, aquí se está dando una gracia especial», dice con total convicción el
padre Carlos Andrés.
En su testimonio al canal de
televisión Televid, contó que un par de meses después el sacerdote le dijo:
«Padre, siempre es que ese vinito que ustedes se toman sirve para algo». Un
comentario con mucho humor que despierta sonrisas pero realmente, como él dice,
«ese vino se llama la sangre de Cristo».
Una de las tantas enseñanzas que
le quedaron es la importancia de la familia, fue un gran apoyo para él y por
eso recuerda lo que le dijo tiempo después su hermano donante. «Carlos Andrés,
sin pensarlo yo me reservé lo mejor para dárselo a usted». Con él habla
diariamente sobre el evangelio del día y preparan juntos la homilía de la misa
diaria.
Deportista de alto rendimiento
Lo suyo fue una vocación tardía o
vocación profesional, como él prefiere llamarla. El padre Carlos Andrés Montoya
fue deportista de alto rendimiento como quiera que jugó baloncesto en la
selección de su departamento y gracias a ello recibió una beca para estudiar el
bachillerato. Luego se matriculó en Licenciatura en Educación Física,
Recreación y Deporte, y se especializó en Entrenamiento Deportivo.
Trabajaba en ello y tenía una
novia hacía diez años con la que casi se casa. En ese momento, sintió el
llamado al sacerdocio. «Le dije que había algo dentro de mí que me decía que no
me debía casar. ¿Otra?, me preguntó, No, otro, me voy para el seminario».
Ingresó al Seminario Juan Pablo
II de Medellín (noroeste de Colombia) y se ordenó en el año 2010. En su
testimonio cuenta que definía su vida como un avión, «siempre iba para arriba».
Asegura que su papá fue «un ser extraordinario, manejó un bus toda su vida; mi
mamá, ama de casa, una mujer excepcional y mis hermanos, igual».
Cuando el avión empezó a ir hacia
atrás, fue cuando realmente entendió que la fe es el abandono pleno y total en
Dios. «Es entender que Dios, en medio de la enfermedad, te carga; que en medio
del sufrimiento te acaricia». Ese consuelo y esperanza es lo que esperan encontrar
en él las personas que lo buscan constantemente, la mayoría enfermos.
«Queremos que ese sea el milagro
para la canonización de nuestra beata»
Aunque por la enfermedad tuvo un
receso en su ministerio sacerdotal, no se desligó del todo porque al salir de
la clínica se fue a vivir con su gran amigo, el padre Bustamante, en la
parroquia que dirigía. El nuevo encargo pastoral le llegó con el nuevo año:
este 18 de enero empezará como párroco en San Luis Beltrán, de Manrique.
Aunque no con el nivel de antes,
logró el reto de volver a practicar deportes de lunes a sábado, porque sabe que
su óptima condición física fue clave en su recuperación.
Finalmente, nos contó que espera
un segundo milagro de la beata María Berenice: la curación de su mamá: «Ella es
una mujer maravillosa, tiene 76 años y el año pasado sufrió una enfermedad que
le impidió volver a caminar. Yo la he enamorado de madre Berenice y le llevé
una reliquia que me regalaron las monjitas de la Anunciación y que ella
diariamente pasa por sus piernas mientras pide su sanación. Queremos que ese
sea el milagro para la canonización de nuestra beata, ¡imagínese que eso se dé
por voluntad de Dios!».
Lucía Chamat
Fuente: Aleteia