El Papa Francisco concluyó su serie de catequesis sobre el discernimiento este miércoles 4 de enero y rindió homenaje al Papa Emérito Benedicto XVI
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Audiencia General de este miércoles 4 de enero. Crédito: Daniel Ibáñez/ACI Prensa |
Al comenzar la Audiencia General,
el Santo Padre dijo que Benedicto XVI fue “un gran maestro de catequesis”
porque “su pensamiento agudo y educado no era autorreferencial, sino
eclesial, porque siempre quiso acompañarnos al encuentro con Jesús”.
“Jesús, el Crucificado
resucitado, el Viviente y el Señor, fue la meta a la que nos condujo el Papa
Benedicto, llevándonos de la mano. Que nos ayude a redescubrir en Cristo la
alegría de creer y la esperanza de vivir, dijo el Papa Francisco.
A continuación, la catequesis
pronunciada por el Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Antes de comenzar esta
catequesis, quisiera que nos uniéramos a los que están aquí a nuestro lado
rindiendo homenaje a Benedicto XVI y dirijo mi pensamiento a él, que fue un
gran maestro de catequesis.
Su pensamiento agudo y educado no
era autorreferencial, sino eclesial, porque siempre quiso acompañarnos al
encuentro con Jesús. Jesús, el Crucificado resucitado, el Viviente y el
Señor, fue la meta a la que nos condujo el Papa Benedicto, llevándonos de la
mano.
Que nos ayude a redescubrir en
Cristo la alegría de creer y la esperanza de vivir.
Con esta catequesis concluimos el
ciclo dedicado al tema del discernimiento, y lo hacemos completando el discurso
sobre las ayudas que pueden y deben sostenerlo.
Uno de ellos es el
acompañamiento espiritual, importante en primer lugar para el conocimiento de
uno mismo, que hemos visto que es una condición indispensable para el
discernimiento.
La gracia de Dios en nosotros
siempre actúa sobre nuestra naturaleza. Pensando en una parábola evangélica,
la gracia puede compararse a la buena semilla y la naturaleza a la tierra (cf.
Mc 4,3-9).
Es importante, en primer lugar,
darnos a conocer, sin tener miedo a compartir los aspectos más frágiles, en
los que nos descubrimos más sensibles, débiles o temerosos de ser juzgados.
La fragilidad es, en realidad,
nuestra verdadera riqueza, que debemos aprender a respetar y acoger, porque,
ofrecida a Dios, nos hace capaces de ternura, de misericordia, de amor. Nos
hace humanos.
No es casualidad que la primera
de las tres tentaciones de Jesús en el desierto -la relacionada con el hambre-
intente robarnos nuestra fragilidad, presentándonosla como un mal del que hay
que deshacerse, un impedimento para ser como Dios.
En cambio, es nuestro tesoro más
preciado: de hecho, Dios, para hacernos semejantes a Él, quiso compartir hasta
el final nuestra fragilidad.
El acompañamiento espiritual, si
es dócil al Espíritu Santo, ayuda a desenmascarar incluso graves
malentendidos en nuestra consideración de nosotros mismos y en nuestra
relación con el Señor. El Evangelio presenta varios ejemplos de
conversaciones clarificadoras y liberadoras hechas por Jesús.
Piensa, por ejemplo, en las de la
samaritana, la de Zaqueo, la de la mujer pecadora, la de Nicodemo, la de los
discípulos de Emaús. Las personas que tienen un verdadero encuentro con
Jesús no temen abrirle su corazón, presentarle su vulnerabilidad y su
insuficiencia. De este modo, su compartir se convierte en una experiencia de
salvación, de perdón libremente recibido.
Contar al frente de otra persona
lo que hemos vivido o lo que buscamos ayuda, en primer lugar, a aportar
claridad en nuestro interior, sacando a la luz los muchos pensamientos que nos
habitan y que a menudo nos perturban con sus insistentes estribillos: "Lo
he hecho todo mal, no valgo nada, nadie me comprende, nunca tendré éxito,
estoy destinado al fracaso", etcétera.
Pensamientos falsos y venenosos,
que la confrontación con los demás ayuda a desenmascarar, para sentirnos
amados y estimados por el Señor por lo que somos, capaces de hacer cosas
buenas por Él.
Descubrimos con sorpresa formas
distintas de ver las cosas, signos de bondad que siempre han estado presentes
en nosotros.
Quien acompaña no sustituye al
Señor, no hace el trabajo en lugar del acompañado, sino que camina a su lado,
le anima a leer lo que se mueve en su corazón, el lugar por excelencia donde
habla el Señor.
El acompañamiento puede ser
fructífero si, por ambas partes, hemos experimentado la filiación y la
fraternidad espiritual. Descubrimos que somos hijos de Dios cuando descubrimos
que somos hermanos, hijos del mismo Padre.
Por eso es indispensable formar
parte de una comunidad itinerante. No se acude solo al Señor. Como en el
relato evangélico del paralítico, a menudo somos sostenidos y curados gracias
a la fe de otra persona (cf. Mc 2,1-5); otras veces, somos nosotros quienes
asumimos ese compromiso en nombre de un hermano o una hermana.
Sin una experiencia de filiación
y fraternidad, el acompañamiento puede dar lugar a expectativas irreales,
malentendidos y formas de dependencia que dejan a la persona en un estado
infantil.
La Virgen María es maestra de
discernimiento: habla poco, escucha mucho y guarda su corazón (cf. Lc 2,19). Y
las pocas veces que habla, deja huella.
En el Evangelio de Juan, hay una
frase muy breve pronunciada por María que es una consigna para los cristianos
de todos los tiempos: "Hagan lo que Él les diga" (cf. 2,5). Hacer lo
que Jesús nos dice.
María sabe que el Señor habla
al corazón de cada uno, y nos pide que traduzcamos esta palabra en acciones y
opciones. Ella supo hacerlo mejor que nadie, y de hecho está presente en los
momentos fundamentales de la vida de Jesús, especialmente en la hora suprema
de su muerte en la cruz.
Queridos hermanos y hermanas, el
discernimiento es un arte, un arte que se puede aprender y que tiene sus
propias reglas. Si se aprende bien, permite vivir la experiencia espiritual de
manera cada vez más bella y ordenada. Ante todo, el discernimiento es un don
de Dios, que hay que pedir siempre, sin presumir nunca de experto y
autosuficiente.
La voz del Señor siempre se reconoce, tiene un estilo único, es una voz
que apacigua, anima y tranquiliza en las dificultades.
El Evangelio nos lo recuerda constantemente: "No temas", dice el
ángel a María (Lc 1,30); "no temas", dice Jesús a Pedro (Lc 5,10);
"no temas", dice el ángel a las mujeres en la mañana de Pascua (Mt
28,5).
"¡No temas!", nos repite el Señor también a nosotros: si
confiamos en su palabra, jugaremos bien el juego de la vida, y podremos ayudar
a los demás. Como dice el Salmo, su Palabra es lámpara para nuestros pasos y
luz en nuestro camino (cf. 119.105).
Fuente: ACI Prensa