El Papa Francisco llegó este 3 de enero a Sudán del Sur, iniciando la segunda etapa de su quinto viaje a África
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Vida Nueva |
Luego del encuentro privado con
el presidente y vicepresidentes del país, el Santo Padre dirigió un discurso a
las autoridades, sociedad civil y cuerpo diplomático.
A continuación el discurso pronunciado
por el Papa Francisco:
Me alegra estar en esta tierra
que llevo en el corazón. Le agradezco, señor presidente, las palabras de
bienvenida que me ha dirigido. Saludo cordialmente a cada uno de ustedes y, a
través de ustedes, a todas las mujeres y a los hombres que habitan en este
joven y querido país. Vengo como peregrino de reconciliación, con el sueño de
acompañarles en su camino de paz, un camino tortuoso, pero que ya no puede ser
postergado. No he llegado solo, porque en la paz, como en la vida, se camina
juntos. Me encuentro ante ustedes con dos hermanos, el Arzobispo de Canterbury
y el Moderador de la Asamblea general de la Iglesia de Escocia, a los que
agradezco lo que nos acaban de decir. Juntos, tendiéndoles la mano, nos
presentamos a ustedes y a este pueblo en el nombre de Jesucristo, Príncipe de
la paz.
Nos hemos embarcado en esta
peregrinación ecuménica de paz después de haber escuchado el grito de todo un
pueblo que, con gran dignidad, llora por la violencia que sufre, por la
constante inseguridad, por la pobreza que lo golpea y por los desastres naturales
que lo atormentan. Son años de guerras y conflictos que parecen no tener fin,
incluso recientemente se han verificado violentos enfrentamientos, mientras que
los procesos de reconciliación y las promesas de paz permanecen incumplidas.
Que este sufrimiento extenuante no sea en vano; que la paciencia y los
sacrificios del pueblo sursudanés, de esta gente joven, humilde y valiente,
interpelen a todos y, que como semillas que en la tierra dan vida a la planta,
vean nacer brotes de paz que den fruto.
Aquí abundan los frutos y la
vegetación gracias al gran río que atraviesa el país. Lo que el antiguo
historiador Heródoto decía de Egipto, es decir, que era un “don del Nilo”, vale
también para Sudán del Sur. Verdaderamente, como se dice aquí, esta es una
“tierra de gran abundancia”. Quisiera por tanto dejarme transportar por la
imagen del gran río que atraviesa este país reciente, pero con una historia
antigua. Durante siglos los exploradores se han adentrado en el territorio en
que nos encontramos para remontar el Nilo Blanco en búsqueda de las fuentes del
río más largo del mundo. Quisiera comenzar mi itinerario con ustedes partiendo
precisamente de la búsqueda de las fuentes de nuestra convivencia. Porque esta
tierra, que abunda de muchos bienes en el subsuelo, pero, sobre todo, en los
corazones y en las mentes de sus habitantes, necesita volver a apagar su sed en
fuentes frescas y vitales.
Distinguidas autoridades, ustedes
son esas fuentes, las fuentes que riegan la convivencia común, los padres y las
madres de este país niño. Ustedes están llamados a regenerar la vida social,
como fuentes límpidas de prosperidad y de paz, porque esto es lo que necesitan
los hijos de Sudán del Sur: padres, no patrones; pasos decididos hacia el
desarrollo, no continuas caídas. Que los años sucesivos al nacimiento del país,
marcados por una infancia herida, dejen paso a un crecimiento pacífico.
Ilustres autoridades, vuestros “hijos” y la historia misma les recordarán si
hacen el bien a esta población, que les has sido confiada para servirla. Las
generaciones futuras honrarán o borrarán la memoria de sus nombres en base a
cuanto ustedes hagan ahora, porque, así como el río deja las fuentes para
comenzar su curso, también el curso de la historia dejará atrás a los enemigos
de la paz y dará renombre a quienes trabajaron por la paz. En efecto, lo enseña
la Escritura, «el que busca la paz tendrá una descendencia» (Sal 37,37).
La violencia, sin embargo, hace
retroceder el curso de la historia. El mismo Heródoto mostraba el trastorno
generacional, señalando cómo en la guerra no son los hijos quienes entierran a
los padres, sino los padres los que entierran a los hijos (cf. Historias I,
87). Para que esta tierra no quede reducida a un cementerio, sino que vuelva a
ser un jardín floreciente, les ruego, de todo corazón, que acojan una palabra
sencilla, que no es mía, sino de Cristo. Él la pronunció precisamente en un
jardín, en el Getsemaní, cuando, ante el discípulo que había desenvainado la
espada, dijo: «Basta» (Lc 22,51). Señor Presidente, señores Vicepresidentes, en
nombre de Dios, del Dios al que juntos rezamos en Roma; del Dios manso y
humilde de corazón (cf. Mt 11,29), en el que mucha gente de vuestro país cree,
ha llegado la hora de decir basta, sin condiciones y sin “peros”. Basta ya de
sangre derramada, basta de conflictos, basta de agresiones y acusaciones
recíprocas sobre quien haya sido culpable, basta de dejar al pueblo sediento de
paz. Basta de destrucción, es la hora de la construcción. Hay que dejar atrás
el tiempo de la guerra y propiciar un tiempo de paz.
Volvamos a las fuentes del río,
al agua que simboliza la vida. En las fuentes de este país encontramos otra
palabra, que designa el curso emprendido por el pueblo sursudanés el 9 de julio
de 2011: República. Pero, ¿qué quiere decir ser una república? Significa
reconocerse como realidad pública, es decir, afirmar que el Estado es de todos;
y, por tanto, que quien, en su seno, asume responsabilidades mayores,
presidiéndolo y gobernándolo, está obligado a ponerse al servicio del bien
común. Este es el propósito de la autoridad: servir a la comunidad. La
tentación que está siempre al acecho es servirse de ella para alcanzar los propios
intereses. No basta por tanto llamarse República; es necesario serlo, a partir
de los bienes primarios. Que los abundantes recursos, con los que Dios ha
bendecido esta tierra, no se reserven a unos pocos, sino que sean prerrogativa
de todos, y que los planes de reactivación económica se correspondan con
proyectos dirigidos a una igual distribución de las riquezas.
Para la vida de la República es
fundamental el desarrollo democrático. Este tutela la benéfica distribución de
los poderes públicos, de modo que, por ejemplo, quien administra la justicia
pueda ejercitarla sin condicionamientos por parte de quien legisla o gobierna.
La democracia presupone, además, el respeto de los derechos humanos,
custodiados por la ley y por su aplicación, y específicamente presupone la
libertad de expresar las propias ideas. En efecto, es necesario recordar que no
hay paz sin justicia (cf. S. JUAN PABLO II, Mensaje para la celebración de la
XXXV Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2002), pero también que no hay justicia
sin libertad. Por tanto, se debe conceder a cada ciudadano y ciudadana la
posibilidad de disponer del don único e irrepetible de la existencia con los
medios adecuados para realizarlo. Como escribía el Papa Juan, el hombre tiene
«derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios
para un decoroso nivel de vida» (S. JUAN XIII, Carta enc. Pacem in terris, 11).
El río Nilo, dejando las fuentes,
después de haber atravesado algunas zonas escarpadas que crean cascadas y
rápidos, una vez que entra en la llanura sursudanesa, precisamente en los
alrededores de Yuba, se hace navegable, para después adentrarse en zonas más
pantanosas. Análogamente, espero que el itinerario de paz de la República no
proceda entre altos y bajos, sino que, desde esta capital, se vuelva
transitable, sin quedarse empantanado en la inercia. Amigos, es tiempo de pasar
de las palabras a los hechos. Es tiempo de pasar página; es tiempo de
compromiso en favor de una transformación que es urgente y necesaria. El
proceso de paz y de reconciliación requiere un nuevo impulso. Que se entienda y
se lleve adelante el acuerdo de paz, así como la hoja de ruta. En un mundo
marcado por las divisiones y los conflictos, este país acoge una peregrinación
ecuménica de paz, que constituye una rareza; ojalá represente un cambio de
marcha, la ocasión para que Sudán del Sur vuelva a navegar por aguas
tranquilas, reanudando el diálogo sin falsedades y oportunismos. Que sea para
todos una ocasión para relanzar la esperanza; que cada ciudadano pueda comprender
que ya no es tiempo de dejarse llevar por las aguas malsanas del odio, del
tribalismo, del regionalismo y de las diferencias étnicas; es tiempo de navegar
juntos hacia el futuro.
El cauce del gran río nos sigue
ayudando, sugiriéndonos la modalidad. En su recorrido, junto al lago, no se une
a otro río, dando vida al denominado Nilo Blanco. La límpida claridad de las
aguas brota, por tanto, del encuentro. Este es el camino: respetarse, conocerse
y dialogar. Porque, si detrás de cada agresión hay rabia y rencor, y detrás de
cada rabia y rencor está el recuerdo de heridas, humillaciones y errores que no
se han sanado, la única ruta para salir de ahí es el encuentro: acoger a los
demás como hermanos y darles su espacio, incluso sabiendo dar un paso atrás.
Esta actitud, esencial para los procesos de paz, es indispensable también para
el desarrollo cohesionado de la sociedad. Y para pasar de la barbarie del
enfrentamiento al civismo del encuentro es decisivo el papel que pueden y
quieren realizar los jóvenes. Que se les aseguren por ello espacios de libertad
y de encuentro donde reunirse y debatir; y donde puedan hacerse cargo, sin
miedo, del futuro que les pertenece. Que se involucre más, incluso en los
procesos políticos y decisionales, también a las mujeres, las madres, que saben
cómo se genera y se conserva la vida. Que haya respeto hacia ellas, porque
quien comete violencia contra una mujer, la comete contra Dios, que de una
mujer tomó la carne.
Cristo, el Verbo encarnado, nos
ha enseñado que cuanto más pequeños nos hacemos, dando espacio a los demás y
acogiendo a cada prójimo como a un hermano, más grandes somos a los ojos del
Señor. La joven historia de este país, desgarrado por los enfrentamientos
étnicos, necesita reencontrar la mística del encuentro, la gracia de la
comunidad. Es necesario mirar más allá de los grupos y de las diferencias para
caminar como un único pueblo, en el que, como sucede en el Nilo, los distintos
afluentes traigan riquezas. Fue precisamente a través del río que los primeros misioneros,
hace más de un siglo, llegaron a estas costas; a ellos se unieron con el tiempo
muchos cooperantes. A todos ellos quisiera agradecerles la hermosa obra que
realizan. Pero también pienso en los misioneros, que lamentablemente encuentran
la muerte mientras siembran la vida. No los olvidemos y no dejemos de
garantizarles a ellos y a los cooperantes la necesaria seguridad; ni de
respaldar sus obras de bien con los apoyos necesarios, de modo que el río del
bien siga fluyendo.
Con todo, un gran río puede a
veces desbordarse y provocar desastres. En esta tierra, lamentablemente, lo han
experimentado muchas víctimas de inundaciones, a las que expreso mi cercanía,
invitando a que no se les prive de las ayudas oportunas. Las calamidades
naturales recuerdan una creación herida y destrozada, que de ser fuente de vida
puede convertirse en amenaza de muerte. Es necesario hacerse cargo, con una
mirada amplia, que tenga en el punto de mira a las generaciones futuras.
Pienso, en particular, en la necesidad de combatir la deforestación causada por
el afán de conseguir más ganancias.
Para prevenir los desbordamientos
de un río es necesario mantener limpio su lecho. Dejando de lado la metáfora,
la limpieza que el curso de la vida social necesita es la lucha contra la
corrupción. Tráficos inicuos de dinero, tramas ocultas para enriquecerse,
negocios clientelares, falta de transparencia: este es el fondo contaminado de
la sociedad humana, que impide que los recursos necesarios lleguen donde es más
necesario; en primer lugar, para combatir la pobreza, que constituye el terreno
fértil en el que se enraízan odios, divisiones y violencia. La urgencia de un
país civilizado es hacerse cargo de sus ciudadanos, en particular de los más
frágiles y desfavorecidos. Pienso sobre todo en los millones de desplazados que
viven aquí. Cuántos de ellos han tenido que dejar su casa y se encuentran
relegados en los márgenes de la vida luego de enfrentamientos y migraciones
forzadas.
Con el fin de que las aguas de
vida no se transformen en peligros de muerte es fundamental dotar a un río de
diques adecuados. Esto vale también para la convivencia humana. En primer
lugar, debe detenerse el tráfico de armas que, a pesar de las prohibiciones,
continúan llegando a muchos países de la zona y también a Sudán del Sur. Aquí
se necesitan muchas cosas, pero ciertamente no hay ninguna necesidad de más
instrumentos de muerte. Otros diques son imprescindibles para garantizar el
curso de la vida social; me refiero al desarrollo de adecuadas políticas
sanitarias; a la necesidad de infraestructuras vitales; y, de modo especial, al
papel primordial de la alfabetización y de la instrucción, único camino para
que los hijos de esta tierra tomen las riendas de su futuro. Ellos, como todos
los niños de este continente y del mundo, tienen derecho a crecer teniendo en
sus manos cuadernos y juguetes, y no herramientas de trabajo y armas.
El Nilo Blanco, finalmente, deja
Sudán de Sur, atraviesa otros estados, se encuentra con el Nilo Azul y llega al
mar. El río no conoce fronteras, sino que une territorios. De modo similar,
para alcanzar un desarrollo adecuado es esencial, hoy más que nunca, cultivar
las relaciones positivas con otros países, comenzando por los circundantes.
Pienso también en la preciosa contribución de la comunidad internacional en lo
que respecta a este país. Expreso mi reconocimiento por el esfuerzo dirigido a
favorecer la reconciliación y el desarrollo del mismo. Estoy convencido de que,
para aportar subsidios provechosos, es indispensable una comprensión real de
las dinámicas y de los problemas sociales. No basta observarlos y denunciarlos
desde el exterior; es necesario implicarse, con paciencia y determinación y,
más en general, resistir la tentación de imponer modelos prestablecidos que,
por el contrario, son extraños a la realidad local. Como dijo San Juan Pablo II
hace treinta años en Sudán: «Hay que hallar soluciones africanas para los
problemas africanos» (Discurso durante la ceremonia de bienvenida, 10 febrero
1993).
Señor presidente, distinguidas
autoridades, siguiendo el itinerario del Nilo he querido adentrarme en el
camino de este país que es tan joven como querido. Sé que algunas de mis
expresiones pueden haber sido francas y directas, pero les ruego que crean que
esto nace sólo del afecto y de la preocupación con la que sigo vuestras
vicisitudes, junto a los hermanos con los que he venido hoy aquí, peregrino de
paz. Deseamos ofrecerles de corazón nuestra plegaria y nuestro respaldo para
que Sudán del Sur se reconcilie y cambie de ruta; para que su curso vital no se
detenga ante el aluvión de la violencia, obstaculizado por los cenagales de la
corrupción ni frustrado por el desbordamiento de la pobreza. El Señor del
cielo, que ama esta tierra, le conceda un nuevo tiempo de paz y de prosperidad.
Que Dios bendiga la República de Sudán del Sur.
Fuente: ACI Prensa