«Expulsada» de la Iglesia con 8 años, Adriana probó un sinfín de cultos y ritos para suplirla
![]() |
| ReL |
A sus 44 años, Adriana
Rodríguez lo ha probado todo en el campo espiritual: Hare Krishna, espiritismo,
meditación, ouija y brujería;
múltiples variantes de la Nueva Era… Para esta colombiana, la ignorancia y el
rechazo que sufrió por monjas y sacerdotes desde su niñez le alejaron por
completo de la fe y le llevaron a tratar de saciar su sed de Dios en los caminos más oscuros. Una psicóloga,
una monja y una misa "espectacular" le mostraron que Él la estaba
esperando.
Nacida en Bogotá (Colombia) en el seno de una familia católica no practicante,
Adriana Rodríguez recuerda en el canal El Rosario de las 11 como
desde los ocho años empezó a adentrarse en un oscuro mundo al margen de la fe.
"Estudiaba en un colegio laico de barrio. Una compañera me invitó a su casa
a practicar meditación y mantras y su madre me dijo que no le dijese
nada a la mía", recuerda.
Aquel día comenzó un precoz camino de meses de prácticas
orientales que desembocó en su ritual de iniciación Hare Krishna a manos de una
extraña mujer -una maestra Didi- que le aseguró tener un mantra personal y le
encomendó la meditación y dejar de comer carne.
Su madre se enteró de lo ocurrido y le prohibió volver a ver a
aquella amiga, pero Adriana volvía en secreto.
Le negaron el perdón antes de
su Primera Comunión
Y mientras, sin tener mucha conciencia de lo que implicaba, preparaba su próxima comunión con
la ayuda del director del colegio.
Su siguiente paso para poder completar los sacramentos de
iniciación era confesarse. Lo que no esperaba era que los propios ministros de Dios le cerrarían la puerta siendo
tan solo una niña, a un día de su primera comunión. Aquello tendría
consecuencias devastadoras.
"Cuando pedimos confesión al terminar una misa, el sacerdote dijo que no me
confesaría. Nos fuimos a otra iglesia y me dijeron que solo me confesaría
el sacerdote que me había preparado"; recuerda. Por tercera vez, recibió
una nueva negativa. Pero fue el director de su colegio el que la había formado
en catecismo para el sacramento: nadie la confesaría.
"Mi
sentimiento de rechazo fue muy doloroso. Mi madre me dijo que me
arrodillase ante la Virgen en casa, que le contase a Jesús mis pecados y que
rezase un padrenuestro, el avemaría y el gloria", recuerda.
Al día siguiente, en septiembre de 1988, respiro aliviada cuando hizo su primera comunión y
"la fiesta y los regalos" fue lo único que hizo que olvidase su
malestar.
Con la ouija y adorando a
Satanás... en un colegio de monjas
Su calvario espiritual no había hecho más que empezar. Y
continuaría al año siguiente, en 1990, cuando entró a un colegio católico de monjas. No
encontró lo que esperaba.
"Vi a unas compañeras haciendo algo en una hoja. Al
preguntarlas me dijeron que estaban haciendo la ouija y yo quería aprender. Me explicaron y a la
hora del recreo lo hacíamos todos los días. Me enganché y empecé a hacerlo en casa con una
vecina", recuerda.
Su curiosidad innata tampoco ayudaba. Poco después, en el autobús
del colegio, se hizo amiga de otra niña que hacía extraños dibujos en un papel
y tras semanas preguntándola, esta le confesó que "adoraba a un ser maravilloso" que resultó ser Satanás.
"No tenía ni idea de qué era eso. Fue como si me dijese que
adoraba a las plantas", explica. Por eso, al principio, cuando le invitó
al centro donde se reunían los otros "adoradores", no lo dudó. Sin
embargo, la noche antes del encuentro, tuvo un primer "contacto" espiritual.
Al irse a dormir, sintió "una presencia":
"Una voz que me decía muy fuerte que tenía que ir, y otra muy dulce que me
decía que no lo hiciese. Fue como una batalla espiritual en la que la voz
fuerte empezó a coaccionarme agresivamente [para que fuese]".
Tocando el Cielo con las manos... y vuelta a
caer
Por suerte, decidió rechazar la invitación. Peri durante todo
aquel tiempo había estado practicando con la ouija y las consecuencias
comenzaron a hacerse palpables en su vida: su vida y la de su familia, incluso los trabajos, comenzaron a
verse afectados mientras una falta de paz la perseguía sin descanso.
Pronto tuvo una oportunidad de acercarse a la fe gracias a una
nueva amiga que le presentó Minuto
de Dios. Un día, algunos miembros del grupo le propusieron verse para
rezar.
"Yo no sabía y solo escuchaba. Al rezar, empecé a sentirme
mal, me acosté en la cama llorando sintiéndome mal y cando la oración se hizo
más intensa sentí que algo
salía de mí y después, muchísima paz", relata.
Minuto de Dios le hizo regresar a la práctica religiosa, a hablar
de Dios a sus amigas en el colegio e incluso a plantearse su vocación… pero un
nuevo obstáculo se interpuso en su nuevo camino cuando una de las monjas le
amenazó con consecuencias si continuaba "predicando" en el colegio. Con
aquella reprimenda, "mi
vocación religiosa y el amor por la Iglesia se murieron" de nuevo,
recuerda.
En la oscuridad y alejada de
toda esperanza de encontrar a Dios
Necesitada de satisfacer su vacío espiritual, comenzó a probarlo
todo. Primero, la Nueva
Era. Después, estando en la Universidad, investigó la lectura de las cartas
y las runas, para la que mostró una sorprendente facilidad e interés. Tanto que
el 31 de octubre del año 2000 se sometió a un nuevo ritual de iniciación como lectora de cartas, "trance
muy fuerte" incluido.
Su travesía parecía no tener fin y cada vez era más siniestra.
Conforme se iba labrando un nombre como lectora, conoció a no pocos brujos de magia negra mientras
probaba suerte en iglesias
evangélicas, en los Mormones o en los Testigos de Jehová. Tampoco
parecía hallar su lugar.
"Nada me llenaba. Era como siervo sin tierra. No sabía cómo
encontrar a Dios", admite.
Pasados los años, su búsqueda continuó en el Hare Krishna, invitada por un
antiguo compañero de universidad.
Movida por esa "necesidad espiritual", accedió también a
esta corriente, sometiéndose a multitud de rituales y a la sujeción propios de
esta secta, donde le obligaron a solicitar el permiso de su gurú, Kurudeva,
para casarse con su prometido.
Acto seguido lo dejó y decidió conformarse con la Nueva Era. Admite que no le daba
"mucho apoyo espiritual, pero algo era algo".
Él la esperaba en una monja y
"una preciosa misa"
La llegada de la pandemia,
como para muchos, lo cambió todo para Adriana. Víctima de una grave depresión y
problemas de ansiedad desencadenada por su pasado, le ofrecieron la posibilidad
de hablar con una psicóloga de Bogotá.
"Lo necesitaba como el beber. Ella era católica, se llamada
Diana. Las sesiones eran una maravilla. Ella sabía que yo no era católica pero
igualmente me sentía muy bien, rezábamos y me sanaba con la oración", recuerda.
A raíz de las sesiones recibió una invitación a un curso de
crecimiento personal promovido por la Comunidad Laica Eucarística Mariana de Bogotá y la
hermana Estela Marroquín, donde descubrió un "catolicismo hermoso y
misericordioso" que nunca había experimentado.
Adriana parecía estar cerca de encontrar su lugar, la meta de su
destino. Y desde entonces, el resto del camino vino dado. Primero vino el rezo del rosario,
que aprendió por internet. Después comenzó a "sentir la misericordia y la
conversión". El cambio no pasó desapercibido para su marido, que se convirtió de
forma simultánea a su mujer.
Pero quedaba un último paso por descubrir para el matrimonio
cuando su marido le
propuso conocer la misa tradicional.
"¿Qué es eso? Algo me vibró por dentro y dije que sí que
quería. Fue hermoso y providencial al llegar a una misa solemne, con música de
órgano, fue algo espectacular", recuerda. Allí, tras 29 años, Adriana recibió el perdón en la confesión
y por primera vez, comulgó en paz, consciente de haber encontrado su
lugar.
"Después de muchísimos años me confesé y mi esposo también.
Me sentí muy feliz. Cuando me arrodillé para comulgar sentí la presencia del
Espíritu Santo. Sentí que
Dios estaba presente en ese momento y desde entonces seguimos yendo a esta preciosa
misa. Ese ha sido nuestro proceso", concluye.
José María Carrera
Fuente: Religión en Libertad






