15 – Febrero. Miércoles de la VI Semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Marcos 8,
22-26
Llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase.
Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:
«¿Ves algo?».
Levantando los ojos dijo: «Veo hombres, me parecen árboles, pero andan».
Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre
miró: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a casa
diciéndole que no entrase en la aldea.
Comentario
El evangelio de hoy sitúa a Jesús
y sus discípulos en Betsaida. Ciudad de la que Jesús dijo “-¡Ay de ti,
Corozaín, ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran
realizado los milagros que se han obrado en vosotras, hace tiempo que habrían hecho
penitencia en saco y ceniza”. (Mt 11, 21) Betsaida era la patria de Felipe,
Andrés y Pedro. En ella muchos milagros se habían cumplido y muchas palabras de
vida eterna se habían escuchado.
Las acciones de Cristo para
devolver la vista a este hombre ciego están cargadas de simbolismo. En otro
momento del Evangelio, Jesús cura a un ciego de nacimiento. Mezcla la saliva
con la tierra. Este gesto recuerda el pasaje del libro del Génesis donde se
narra la creación del hombre como una figura de barro a la que el soplo de Dios
infunde la vida (Gn 2,7). Jesús, al curar a ese hombre, está llevando a cabo
una nueva creación. El hombre ciego, no solo va a recuperar la vista, sino que
es llamado por Jesús a comenzar una nueva vida.
A lo largo del todo el Evangelio,
Jesús da prioridad a los milagros interiores frente a los exteriores. Valora
más el perdón de los pecados que la curación de una enfermedad. Llama la
atención como Jesús no quiere dar publicidad al milagro e invita al hombre,
tras la curación, a no pasar por la aldea. No quiere llamar la atención, quiere
nuestra conversión personal. Nosotros también estamos necesitados de curaciones
interiores, de limpiezas en nuestra alma.
Cuando nos acercamos a la
Confesión, Dios cura nuestras heridas, limpiamos el alma de nuestros pecados. Y
entonces, vemos las cosas más claras, más nítidas. San Josemaría lo expresaba
así “Si alguna vez caes, hijo, acude prontamente a la Confesión y a la
dirección espiritual: ¡enseña la herida!, para que te curen a fondo, para que
te quiten todas las posibilidades de infección, aunque te duela como en una
operación quirúrgica.”
[1] San Josemaría, Forja, n. 192.
Guenther Dillingen
Fuente: Opus Dei






