Lo que sabemos sobre Ana proviene de sus propios escritos, diario, registros de ejercicios espirituales y cartas
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| Źródło: Arcibiskupství olomoucké; koloryzacja: Aleteia PL |
El rostro de Ana se iluminó con
una hermosa sonrisa. "Qué hermoso, no me cambiaría por nadie",
susurró. Sostuvo el crucifijo con fuerza en sus manos y lo
besó. Cuando la campana de la torre de la iglesia empezó a dar las doce,
su cabeza cayó sin fuerzas sobre la almohada. Solo tenía 17 años
«La verdadera belleza se esconde
en la fidelidad en las cosas pequeñas», escribió Ana Zelíková en su
diario. La adolescente ofreció su sufrimiento por
los niños fallecidos a consecuencia del aborto.
Ana Zelíková
La vida de Ana Zelíková se parece
a la de santa Teresa
del Niño Jesús. Ambas llevaron una profunda vida espiritual desde
temprana edad, se interesaron por la sabiduría carmelita y confiaron totalmente
en Dios.
Lo que sabemos sobre Ana proviene
de sus propios escritos, diario, registros de ejercicios espirituales y
cartas.
Zelíková nació el 19 de julio de
1924 en lo que hoy es la República Checa. Creció en una familia
creyente en la que se cultivaban las tradiciones religiosas.
Ana quería entregar su vida
a Dios.
Después de recibir su Primera
Comunión el 25 de mayo de 1933, asistía a misa todos los días.
Buscó inspiración para su vida
espiritual en la autobiografía de santa Teresa de Lisieux.
Siendo una niña de 13 años, decidió
hacerse monja carmelita, pero el momento más importante de su vida aún estaba
por llegar.
El sufrimiento como expiación por
los pecados del aborto
Un día, Zelíková se enteró de los
intentos de quitar la vida a los niños no nacidos en Checoslovaquia. Entonces decidió
ofrecer sus sufrimientos como expiación por los pecados del aborto.
El 15 de abril de 1938, Viernes
Santo, ofreció su sacrificio ante el Santísimo Sacramento. Pronto Anna
enfermó de tuberculosis.
Padeció esta enfermedad durante
varios años. Debido a su mala salud, no pudo ingresar al convento
carmelita.
Sin embargo, recibió permiso de
las autoridades eclesiásticas para ser carmelita de
la Tercera Orden. Hizo sus votos religiosos el 10 de septiembre de 1941.
La belleza tras la fidelidad en
las cosas pequeñas
En su diario escribió:
«La verdadera belleza se esconde
en la fidelidad en las cosas pequeñas. Siempre he querido realizar grandes
y heroicos actos de amor, pero cuando vi que no podía, me
entristecí. Ahora encuentro un gran heroísmo en las pequeñas cosas, de
modo que ya no tengo la mínima pena si puedo hacer algo o no».
Ana quería estar unida a Jesús y
tener una relación personal con Él.
«Querido Jesús, que mi amor por
ti sea cada vez más grande, y que este amor me haga olvidarme completamente de
mí misma. Todo, ya sea tristeza o alegría, proviene de Tu amor. Deja
que todo lo que soy y todo lo que tengo te cante una canción de alabanza.
En los últimos días antes de su
muerte, anotó en su diario:
«Sufro con una paz muy profunda,
aunque no hay un solo rayo de luz. Jesús concedió mi petición, que le
presenté en una de mis oraciones. Me deja en completa oscuridad sin
consuelo, ¡pero estoy tan segura de su amor! Estoy tranquila porque Jesús
lo quiere. Cuanto más amo a Jesús, más lejos de mí me parece que está».
Una apóstol de la sonrisa y
candidata a los altares
Ana quería dar a todos la alegría
de vivir y la paz, por eso eligió el «apostolado de la sonrisa» como
meta.
«Quiero sonreír hasta mi último
aliento. Ah, todo lo que puedo darle a Dios ahora es un latido y una
sonrisa. No me queda más que amor y confianza».
Alrededor de las cinco de la
mañana del 11 de septiembre de 1941, el rostro de Ana se iluminó con una
hermosa sonrisa. «Qué hermoso es, no me cambiaría por nadie»,
susurró. La adolescente sostuvo el crucifijo con fuerza en sus manos y lo
besó.
Cuando la campana de la torre de
la iglesia empezó a dar las doce, la cabeza de Anna cayó sin fuerzas sobre la
almohada. Solo tenía 17 años.
Las monjas carmelitas, antes de
colocar su cuerpo en el ataúd, vistieron a Ana de blanco y adornaron su cabeza
con una corona de laurel. Pusieron un ramo de rosas a sus pies y su
amado rosario y la cruz en sus manos.
Sobre el corazón de Zelíková
descansaba una imagen de la Primera Comunión, el escapulario carmelita marrón y
la regla de la tercera orden carmelita.
Aún falta un milagro para la
beatificación
No fue posible iniciar el proceso
de beatificación hasta la caída del régimen comunista. La fase diocesana
finalizó en diciembre de 1995. Ahora se encuentra en la fase romana.
Anna
Gebalska-Berekets
Fuente: Aleteia






