10 - Febrero. Viernes. Santa Escolástica, virgen
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Evangelio según san Marcos 7,
31-37
Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del
asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los
mudos».
Comentario
La curación del sordomudo nos
puede servir para considerar cómo en la vida espiritual el Señor es capaz de
hacer que se vuelvan abrir los oídos del corazón y se desate su lengua. El
evangelio dice que aquel pobre enfermo es llevado a Jesús por otros:
probablemente sus allegados habrían intentado todo tipo de medios para curarlo,
pero con poco éxito. Ahora se limitan a propiciar ese encuentro personal con
Jesús.
Esto también sucede en la vida
espiritual: en ocasiones, podemos sufrir al ver amigos que se aíslan, que no
quieren hablar de sus problemas ni oír razones para cortar con lo que los aleja
de Dios. ¿Qué hacer? Favorecer el encuentro personal con Cristo: primero, con
la oración y la mortificación, después quizá con un comentario abierto, que
invite a reflexionar personalmente; así, esos amigos pueden avanzar por un
plano inclinado, como decía san Josemaría.
Jesús apartó de la muchedumbre al
enfermo antes de realizar el milagro. Para entrar en contacto con el Señor,
muchas veces es necesario apartarse de lo que produce ruido. No es tanto el
rumor exterior, sino el interior: el que se provoca cuando se pierde el
equilibrio y se da rienda suelta a todas las peticiones de la vista, el gusto,
la comodidad… Un primer paso para la conversión suele ser el reconocer que una
vida vertida hacia afuera produce un vacío interior en el que solo se escucha
un ruido inconsistente. Vale la pena poner un freno a ciertas peticiones de los
sentidos para así trabajar en nuestra interioridad. Y ahí se encuentra a
Cristo.
El evangelio de hoy termina con
el entusiasmo de la gente que contempla el milagro. «Todo lo ha hecho bien» (v.
31). También nosotros podremos maravillarnos de cómo el Señor es capaz de
reparar todas las situaciones, si acudimos a Él con fe.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus Dei






