3 – Febrero. Viernes de la IV semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Marcos 6, 14-29
Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él.
Unos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él».
Otros decían: «Es Elías».
Otros: «Es un profeta como los antiguos».
Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado».
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados.
El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».
Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?».
La madre le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista».
Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey se puso muy triste; pero
por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó
a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la
cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la
joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos fueron a
recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro
Comentario
En el
evangelio de Marcos el relato del martirio del Bautista está enmarcado entre el
envío de los doce apóstoles y su vuelta, como para señalar que el martirio es
una posibilidad en el horizonte de un apóstol de Jesucristo.
Pero los
detalles del relato adelantan algo acerca del sacrificio del Señor. Como el
Maestro, Juan no tenía miedo en decir la verdad: «No te es lícito tener a la
mujer de tu hermano», y todos, incluido Herodes, pensaban que era un hombre
justo y santo, como Jesús de quien la gente decía que “todo lo ha hecho bien”
(Mc 7,37).
El destino de
Juan, como el de Jesús, cayó en las manos de hombres como Herodes y Pilato,
débiles y temerosos, que no querían contrariar a los demás, hasta el punto de
sacrificar la verdad para evitar problemas personales. Tanto el profeta como el
Mesías mueren de una muerte cruel y en la soledad de la cárcel y de la cruz. Y
al final los discípulos de ambos vienen a recoger sus cuerpos y los ponen en un
sepulcro.
En aquellos
momentos se hablaría tanto del martirio del Bautista que la gente creía que
este profeta seguía actuando: “Juan el Bautista ha resucitado de entre los
muertos, y por eso actúan en él unos poderes”.
Juan es el
primero en imitar al Señor en su “dar la vida por sus amigos”. Por eso es el
único santo de quien la Iglesia celebra litúrgicamente el nacimiento y la
muerte.
Al volver a
leer el martirio de este hombre santo, podemos recordar que todos estamos
llamados a ser mártires, testigos de la verdad. Como en el Bautista, todos
tienen que ver en nosotros una semejanza a Jesús.
No podemos
tener miedo a manifestar en nuestro entorno la presencia de Dios, soportando
con alegría los riesgos que supone la coherencia de una fe vivida con
generosidad. “Hemos de hacer vida nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir
por la mortificación y la penitencia, para que Cristo viva en nosotros por el
Amor”. (San Josemarìa, Via Crucis XIV)
Giovanni
Vassallo
Fuente: Opus
Dei