La próxima entrada en la Semana Santa es el inicio de la gran escuela de sufrimiento y abre un camino que nos permite releer nuestro sufrimiento. Una bella reflexión de Luisa Restrepo
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Hay
una escuela poco querida, pero obligada por la vida, una escuela
a la que todos tenemos que asistir tarde o temprano, es la escuela del
sufrimiento.
Es la escuela de esos momentos de la vida de los que no podemos
escapar, momentos
que podemos juzgar inútiles, desperdiciados, y que en cambio
nos permiten crecer.
La próxima entrada en la Semana Santa es el inicio
de esta escuela de sufrimiento. Y abre un camino que nos permite releer aquellos
tiempos de dolor que estamos llamados a atravesar de vez
en cuando.
Aprende del maestro
Dios
es el maestro que abre el oído del discípulo cada mañana y le enseña a
convertirse en siervo. El camino pasa por la aceptación del sufrimiento en la propia
vida.
Pero el Señor es un maestro que no nos deja solos. Nos asiste
porque conoce nuestra debilidad y sabe que necesitamos ser acompañados.
Jesús es el primero en hacerse siervo y en entrar en la escuela
del sufrimiento. Asume la condición de siervo y se hace obediente
hasta la muerte.
Para Él el sufrimiento no es un accidente en el
camino, sino que es la ocasión de gracia, a través de la cual
se une
más plenamente a su Padre.
Las cosas para aprender
El gran esfuerzo del
hombre es la voluntad de estar en el sufrimiento. Inevitablemente queremos
escapar.
La mayoría de las
veces nos engañamos a nosotros mismos evitando nuestro
sufrimiento, haciéndolo recaer sobre otro.
Todos tenemos,
como Judas, un chivo expiatorio que entregar. Pero
en realidad, tarde o temprano nos encontramos con nuestro sufrimiento sin poder
evitarlo.
El sufrimiento nos asusta porque lo consideramos un desperdicio.
Nos gustaría gastar nuestro tiempo y energía en otra parte.
El sufrimiento es como un vaso de perfume caro agrietado. Parece
inútil, un gesto excesivo y sin sentido.
En cambio, Jesús sugiere que aprendamos del gesto de la mujer del
Evangelio, la que derramó un perfume caro sobre sus pies.
La hora de la verdad
El sufrimiento es
también un momento de verdad. Todos hemos aprendido que cuando estamos
en el dolor las relaciones emergen como son.
En efecto, hay
quienes nos abandonan y nos dejan en paz. Otros quisieran enfrentarlo con la
violencia de una espada. También hay quienes se aprovechan de ese sufrimiento,
despotrican, exasperan y juegan con él.
Si quieres conocer a
una persona, mírala tal como es frente a tu sufrimiento.
En nuestro
sufrimiento están también los que, como el cirineo, están implicados a pesar de
sí mismos.
Porque el
sufrimiento nunca es solo nuestro, no queda encerrado en un contenedor
personal, sino que inevitablemente, involucra la vida de los
demás.
También están los que
permanecen bajo nuestra cruz y no se apartan. Incluso hay quienes, ante el
sufrimiento del otro, encuentran un coraje que no creían tener, como José de
Arimatea, que se expone yendo a pedir el cuerpo de Jesús. El coraje es
uno de los frutos del sufrimiento.
El dolor en nuestra
vida pone en marcha un camino, un río de amor que no se detiene.
Jesús nos lo recordó
varias veces, pero no siempre recordamos su palabra: el grano de trigo cae en
la tierra, pero muy pronto florecerá y la cosecha será abundante.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia