30 – Marzo. Jueves de la V semana de Cuaresma
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Evangelio
según san Juan 8, 51-59
En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre».
Los judíos le dijeron: «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?».
Jesús contestó: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera “No lo conozco” sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».
Los judíos le dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?».
Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y
salió del templo.
Comentario
Nos acercamos
a la Semana Santa y la liturgia nos presenta unas palabras del Señor
transmitidas por san Juan. En ellas vemos un duro contraste entre el mensaje de
Jesús y el entendimiento terrenal de los judíos.
El Señor se
encuentra hablando de su relación con el Padre (v.54) y del conocimiento que
tiene de Él (v.55) y lo hace en términos tan fuertes que se aplica a sí mismo
las palabras “yo soy”, que el libro del Éxodo usa para designar a Dios mismo
(cf. Ex 3, 13-14).
San Juan nos
revela así una vez más que Jesús no es un mero hombre sino la encarnación del
verdadero Dios de Israel. Gracias a esto Jesús puede afirmar con seguridad que
quien guarde su palabra no verá la muerte (cf. v.51) o que antes que naciera
Abraham “él ya es” (cf. v. 58).
El contraste a
este mensaje nos lo ofrecen los judíos. Para muchos de ellos Jesús era un
simple hombre, cuyo modo de hablar era motivo de gran escándalo. En esta
ocasión, el desconcierto llega cuando escuchan la promesa hecha por Jesús de
salvar de la muerte a quien oyera sus palabras.
Incrédulos,
saben que sólo Dios puede hacer semejante afirmación, y no dudan en acusar a
Jesús de estar endemoniado (v. 52). Para ellos era evidente que hasta los más
grandes personajes del pueblo elegido habían muerto, tales como Abraham y los
profetas y por tanto no había razón para creer que Jesús correría una suerte
distinta ni que pudiese vencer la muerte con su palabra.
Ante la
insistencia del Señor por presentarse con las palabras divinas “yo soy”, no ven
otra opción que poner en práctica lo que mandaba el libro del Levítico: “quien
blasfeme contra el nombre del Señor morirá sin remedio; le lapidará toda la
comunidad” (24,16). Jesús sabe que no es aún su hora y logra escapar.
La discusión
que leemos hoy nos recuerda que Jesús nos pide saber reconocer en él al mismo
Dios y como consecuencia abandonarnos confiadamente en su Palabra de Vida. Esta
confianza total sólo puede nacer en nuestros corazones si contestamos
correctamente la pregunta que en el medio de la discusión le hacen los judíos:
¿Por quién te tienes tú?
De esta
respuesta trata en definitiva nuestra fe: de reconocer que la verdadera
identidad de Jesús es la del Hijo de Dios que se hizo hombre por nosotros.
Martín Luque
Fuente: Opus
Dei