2 – Marzo. Jueves de la I semana de Cuaresma
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Evangelio
según san Mateo 7, 7-12
Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.
Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente?
Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!
Así, pues, todo lo que
deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta
es la Ley y los Profetas.
Comentario
Quizás muchos
de nosotros compartimos esa experiencia común: la de estar rezando o haber
rezado por una persona, por una intención o por una causa santa y buena, pero
que no sale como nosotros queríamos. O que simplemente no sale: ese familiar
que sigue estando lejos de Dios, ese examen médico que nos da un resultado
desalentador, esa legislación que no responde a la dignidad humana.
La
frustración, la sensación de impotencia, la duda ante la aparente quietud de
Dios se agranda cuando escuchamos el eco de esas palabras de Jesús: “Pedid
y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá”.
Pero entonces,
¿en qué quedamos? ¿No nos pasa que hemos pedido muchas cosas que no se nos han
dado? ¿No hemos sentido todos que tocamos a la puerta de Dios, y parece como si
el timbre no funcionara?
Esa
perplejidad nuestra es comprensible, pero justamente por eso es importante que
vayamos más allá de nuestra perspectiva: es fundamental que en la oración
adquiramos poco a poco, con la ayuda del Espíritu Santo, el punto de vista
de Dios. De ese modo, nos daremos cuenta de que, paradójicamente, cuando
el Señor se hace esperar, es porque quiere prepararnos para recibir mejor sus
dones.
Nos lo explica
san Agustín: “Nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros
deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por
la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos
más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy
grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante”.
Así, esa
espera perseverante que es la oración de petición ayuda a las personas o
intenciones por las que rezamos, pero también redunda en beneficio nuestro. El
Señor es Padre, y por eso nos dará mucho más de aquello a lo que nosotros
aspiramos.
Pero es bueno
no perder de vista las palabras finales de Jesús en este pasaje: “todo lo que
queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con
ellos”. La perseverancia en la oración debe ir de la mano con la caridad: si
nos comportamos como Cristo con todas las personas y en todas las situaciones,
Dios Padre nos mirará con orgullo y colmará todos los anhelos de nuestro
corazón.
Luis Miguel Bravo Álvarez
Fuente: Opus
Dei