4 – Marzo. Sábado de la I semana de Cuaresma
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Evangelio según san Mateo 5,
43-48
Habéis oído que se dijo:
“‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”.
Pero yo os digo:
amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?
Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto.
Comentario
Dios no ha esperado que nosotros
lo amemos. Él nos amó primero (1 Juan 4, 19). Pero no solo eso: nos
amó también después del pecado original. Nos ama antes, durante y después de
cada caída. Nos ama a pesar de nosotros mismos. Y después de la Cruz, nos mira
como aquellos por los que su Hijo dio la vida. Valemos toda la sangre de
Cristo. Es decir, para Dios valemos todo.
Así se comporta el Señor, y así
aspira a que nos comportemos nosotros. El problema es que, en nuestro caso,
rápidamente surgen las excusas.
El vecino que me cae antipático
porque una vez no me saludó. La señora de la tienda de la esquina que una vez
me despachó sin siquiera mirarme. El dependiente de la ventanilla del banco que
no hace nada por resolverme el problema.
Mi cuñada, que es muy intensa. Mi
jefe, que es insoportable. Mis hijos, que no hay quién los aguante.
Así, podríamos continuar con una
lista infinita. De cada persona que conocemos podríamos mencionar un defecto,
un error cometido, incluso, un mal que nos causaron. Pero Jesús, en este pasaje
del sermón de la montaña, nos lo deja clarísimo: no hay excusa que valga. El
Señor nos amó primero, y por todos dio la vida. Jesús no le negó el saludo a
nadie: ni siquiera a Judas en el Huerto de los Olivos.
En un mundo lleno de oscuridad,
somos los cristianos los llamados a traer luz. En un mundo lleno de caras
largas, somos los cristianos los llamados a contagiar la sonrisa. En un mundo
lleno de miradas al suelo y oídos ocupados con auriculares, somos los
cristianos los llamados a decir siempre, pase lo que pase, buenos días.
Los avances neurocientíficos han
permitido entender cada vez mejor por qué la risa se contagia. Las
explicaciones son muy profundas, pero lo que aquí nos interesa es la
ratificación del hecho: la risa, lo confirma la ciencia, es contagiosa.
Nunca sabemos lo que pueda pasar
después de ese saludo. Quizás sea el primer paso para que el “fuego de Cristo
que llevamos en el corazón” (cfr. Camino, n. 1) comience a calentar otras
vidas. Si te parece que nadie a tu alrededor sonríe, empieza por sonreír
tú, “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”.
Seguramente te llevarás más de una sorpresa.
Luis Miguel Bravo Álvarez
Fuente: Opus Dei






