28 – Marzo. Martes de la V semana de Cuaresma
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Evangelio
según san Juan 8, 21-30
De nuevo les dijo: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros».
Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”?».
Y él les dijo: «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que “Yo soy”, moriréis en vuestros pecados».
Ellos le decían: «¿Quién eres tú?».
Jesús les contestó: «Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él».
Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre.
Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada».
Cuando les exponía
esto, muchos creyeron en él.
Comentario
Seguimos en el
Templo, donde ayer presenciábamos la maravillosa forma en que Jesús salvó a la
mujer adúltera. Después de ese suceso, se establece entre el Señor y los
fariseos un intenso diálogo acerca de su persona y de su misión.
Una vez más,
como sucede en tantos otros pasajes, lo que Jesús pide es fe en Él: “si no
creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados”. Se trata de algo crucial:
salvarse o condenarse. Vivir eternamente o morir en la ceguera producida por el
pecado.
Cuando los
fariseos insisten para entender exactamente qué quiere decir Jesús con
ese yo soy, el Señor les da una respuesta que es bueno no pasar por
alto: ante todo, lo que os estoy diciendo. No está ocultando ninguna
carta: Él es lo que está afirmando, el enviado del Padre.
A veces nos
podemos enfrentar a esa situación en nuestra oración: pensamos que Jesús no nos
escucha, que no nos entiende, o peor, que nos está ocultando algo, que no nos
está hablando claro. Como los fariseos, podemos pensar que el Señor no nos
quiere dar todos los datos y es por eso que no terminamos de comprender una
situación concreta que nos ha tocado vivir.
Sin embargo,
¿no podría darse el caso de que, como en este pasaje del evangelio, el problema
esté en la parte de los que escuchan a Jesús? Vosotros sois de abajo; yo
soy de arriba. ¿Puede ser que seamos nosotros los que no ponemos todos los
medios para estar en la misma longitud de onda del Señor?
Para refrendar
sus palabras y dar validez a su testimonio, Jesús anuncia la demostración
definitiva: la Cruz. Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces
conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo. Es por eso que, en
esta recta final de la cuaresma, vale la pena que nos preguntemos si nuestra
escasa capacidad de escuchar al Señor no será consecuencia de nuestra falta de
espíritu de sacrificio. Ya lo decía san Josemaría: “el Espíritu Santo es fruto
de la Cruz” (Es Cristo que pasa, n. 137).
La
mortificación nos sitúa en la misma frecuencia de Jesús. Cuando notemos cierta
sordera en nuestra oración, podemos revisar cuánto buscamos la Cruz en el día a
día. De esa manera, como sucede al final de este pasaje, el Paráclito nos hará
parte del grupo de los que creyeron en Él.
Luis Miguel Bravo Álvarez
Fuente: Opus
Dei