«Hoy es necesario que los cristianos seamos testigos fuertes del señor en medio de este mundo», ha dicho el cardenal Osoro durante la Eucaristía
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| Los fieles veneran al Señor de Madrid. Foto: Ignacio Arregui |
Nuestro Padre Jesús Nazareno de Medinaceli se ha vestido este viernes,
primero de marzo, sus mejores galas para recibir, en su casa, al pueblo de
Madrid. Ese que tan fielmente acude a visitarlo para pedir y agradecer,
especialmente en esta ocasión. «Se oyen más gracias que peticiones», asegura el
vicehermano mayor de la archicofradía
de Jesús de Medinaceli, Miguel Ángel Izquierdo.
Este año, además, por primera vez tras la pandemia, se deja besar los pies,
como hiciera con la mujer pecadora en aquella ocasión, en casa del fariseo. Por
eso, el atavío está compuesto por la túnica que llaman de los ángeles, más
corta por delante para dejar los pies al descubierto; la corona de espinas de
procesionar, una joya en oro y piedras preciosas regalo del pueblo de Madrid
tras la guerra civil, y, a su espalda, una ráfaga de plata.
Y sí, los devotos lo besan. «Bueno, yo con la mascarilla», confiesa María
Ángeles [en la imagen inferior, a la derecha, junto a su amiga Rosi], que viene
de Villanueva de los Infantes (Toledo), como cada año desde hace casi 15. Allí,
nos cuenta, hay también un Cristo como este. «Según la tradición hay tres Medinacelis,
que los hizo el mismo escultor: el de Madrid, uno de Sevilla y el tercero, el
de mi pueblo». De ahí su devoción. «Ya no se parece tanto porque está muy
restaurado, pero mi madre dice que cuando ella era pequeña, era igualito».
Conociendo a los más pequeños
Hoy Jesús de Medinaceli y Antoñito se han conocido. Este último tiene un
mes y medio de vida aunque más bien parecerían nueve. «Nació con 4,2 kilos»,
justifica su madre, Beatriz. La joven, de 33 años, lleva en su corazón la
alegría de su bebé, pero también el dolor. Su padre murió en agosto pasado, y sus
abuelos maternos también fallecieron en 2022. Así que, además de presentar a su
tercer niño ante su Señor, le ha pedido que «los tres estén en el cielo».
Beatriz no puede evitar el llanto aunque sonría. «Le doy gracias a Dios»,
resume, todo fe.
A dolores como los de Beatriz se ha referido el arzobispo de Madrid,
cardenal Carlos Osoro, en la Misa de las 12:00 horas, que ha estado presidida
por él y concelebrada por el vicario de la Vicaría III, Ángel López. «Podremos
tener muchas dificultades, pero tenemos un rostro a contemplar, que es el
rostro de Jesús», ha asegurado. Ante Él «le decimos, como los apóstoles: «Señor
mío y Dios mío»».
Ha querido el cardenal Ososo acercar lo que significa la devoción a este
Nazareno en tres expresiones: encontrarse con Cristo, contemplar a Jesucristo y
caminar y aprender a caminar con Cristo. Es «hoy la gran invitación que nos
hace el Santo Cristo de Medinaceli».
Jesús, ha dicho, «viene a encontrarse con los hombres», «y este encuentro
con Jesucristo lo hacemos como Iglesia del Señor». En ese caminar, ha
continuado, Jesús «no nos deja», porque para eso regala la Eucaristía y el
perdón. «Hagamos presente el amor de Dios en medio de este mundo; hagamos
presente el bien». «Hoy es necesario que los cristianos seamos testigos fuertes
del señor en medio de este mundo», ha animado.
Al concluir la Misa, el arzobispo ha expresado su deseo: «Le pido al Señor
que se cumplan en vosotros los deseos que hoy pedís al Santo Cristo de
Medinaceli. Que el Señor os guarde siempre en la fe y en la pertenencia a su
Iglesia».
De Venezuela a Madrid
«Muchas personas cuentan que experimentan ante Jesús de Medinaceli la
tranquilidad y la paz que no encuentran en otros sitios». Habla el padre
Benjamín Echevarría, superior de la comunidad de capuchinos que atienden la
basílica. Por ejemplo, Luisa, que es una de las que hace cola a las puertas.
Trae en el corazón el dolor de la situación en su país. Venezolana con cinco
años de residencia en Madrid, conoció a Jesús de Medinaceli en la Semana Santa
del año pasado, en la procesión del Viernes Santo. «Nos dijeron que era muy
milagroso», así que vinieron con sus tres deseos en el corazón, según marca la
tradición popular, y ahora repiten. El Señor de Madrid, que también lo es de
todas sus gentes, vengan de cerca o de lejos.
Junto a los deseos, a Medinaceli se va también con mucho agradecimiento.
Como el que lleva en el corazón Carmela [en la imagen inferior, a la izquierda,
junto a Josefa], que este es su año número 43 (interrumpido solo por la
pandemia), en que acude a Medinaceli. «Tuve un milagro grande y, desde
entonces, no he faltado». Prefiere reservarse el milagro para su intimidad pero
sí nos cuenta que va a pedir, también, salud para los suyos y «por la paz».
La masiva llegada de peregrinos de fuera de Madrid es otra de las
singularidades. Cogen ritmo tras un 2020 que se celebró sin besapié, a escasos
días del confinamiento a causa del estallido de la pandemia; un 2021 en el que
ni siquiera se bajó el Señor de su camarín y un 2022 aún con muchas
restricciones.
Talla de tamaño natural del siglo XVII
La devoción al Señor de Madrid data del XVII. Un cautivo rescatado por los
trinitarios de Marruecos, por un grupo de republicanos durante la guerra civil,
por un trabajador del Museo del Prado tras encontrarlo en un hangar de Ginebra…
Este Cristo ha vuelto siempre a su pueblo.
La imagen del Señor de Madrid fue tallada en el siglo XVII en Sevilla,
posiblemente en los talleres de Ocampo o de la Peña, con destino a La Mármora
(Marruecos), que fue plaza española, atendida espiritualmente por los
capuchinos, entre 1614 y 1681. Este año, la ciudad cayó en manos árabes, y
también la talla del Cristo, que un año después fue rescatada por
lostrinitarios, y de ahí el escapulario trinitario que desde entonces luce en
supecho.
A Madrid llegó el 21 de agosto de 1682 y fue entronizada en la iglesia de
los padres trinitarios descalzos. En 1689 se levantó una capilla especial para
elNazareno en un terreno contiguo al templo donado por los duques de
Medinaceli. La supresión de la orden de los trinitarios tras la desamortización
de 1836 y diversos avatares llevó a la entonces duquesa de Medinaceli a
entregar la capilla de Jesús a los capuchinos.
Un siglo después, durante la guerra civil, la talla inició un periplo para
ser salvaguardada y acabó en Ginebra (Suiza), donde pasó los últimos meses de
contienda antes de regresar a España el 10 demayo de 1939. Desde entonces,
permanece en su casa, la basílica, donde recibe veneración de cientos de miles
de devotos a lo largo del año.
En 1997, la imagen fue restaurada de forma minuciosa. Representa a un ecce
homo en el momento en que es presentado por Poncio Pilato al pueblo judío.
Es de talla completa (1,73 metros) y muestra un sencillo paño de pureza, con lo
que se podría exponer sin vestir, aunque es habitual verlo con alguna de las más
de 30 túnicas con las que cuenta para las distintas ocasiones. Igualmente, si
bien se le conoce con pelo natural, tiene labrada la cabellera.
Begoña Aragoneses
Fuente: Alfa y Omega






