Este miércoles 19 de abril, el Papa Francisco presidió la Audiencia General ante los fieles que estaban presentes en la Plaza de San Pedro del Vaticano, donde centró su catequesis en el testimonio de los mártires
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El Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles. Crédito: Daniel Ibáñez/ACI Prensa |
A continuación, la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos
días!
Hablando de evangelización y
hablando de celo apostólico, después de haber considerado el testimonio de san
Pablo, verdadero "campeón" del celo apostólico, hoy nuestra mirada se
dirige no a una sola figura, sino a la multitud de mártires, hombres y mujeres
de toda época, lengua y nación, que dieron su vida por Cristo, que derramaron
su sangre para confesar a Cristo. Después de la generación de los Apóstoles,
fueron los "testigos" del Evangelio por excelencia.
Los mártires: el primero fue el
diácono San Esteban, apedreado hasta la muerte fuera de las murallas de
Jerusalén. La palabra "martirio" procede del griego martyria, que
significa precisamente testigo. Un mártir es un testigo, alguien que da
testimonio hasta el punto de derramar sangre. Sin embargo, la palabra mártir
pronto se utilizó en la Iglesia para referirse a aquel que daba testimonio
hasta el derramamiento de sangre.
Es decir, al principio la palabra
mártir indicaba el testimonio dado cada día, más tarde se utilizó para indicar
a quien da la vida por la efusión.
Los mártires, sin embargo, no deben
ser vistos como "héroes" que actuaron individualmente, como flores
que brotan en un desierto, sino como frutos maduros y excelentes de la viña del
Señor, que es la Iglesia. En particular, los cristianos, al participar
asiduamente en la celebración de la Eucaristía, fueron conducidos por el Espíritu
a fundamentar su vida en ese misterio de amor: es decir, en el hecho de que el
Señor Jesús había dado su vida por ellos y, por tanto, también ellos podían y
debían dar su vida por Él y por los hermanos. Una gran generosidad, camino del
testimonio cristiano.
San Agustín subraya a menudo esta
dinámica de gratitud y de reciprocidad gratuita del don. He aquí, por ejemplo,
lo que predicó en la fiesta de san Lorenzo: "San Lorenzo era diácono de la
Iglesia de Roma. Allí fue ministro de la sangre de Cristo y allí, por el nombre
de Cristo, derramó su sangre. El bienaventurado Apóstol Juan expuso claramente
el misterio de la Cena del Señor, diciendo: 'Como Cristo dio su vida por
nosotros, así también nosotros debemos dar la vida por los hermanos' (1 Jn
3,16). Lorenzo, hermanos, comprendió todo esto. Lo comprendió y lo puso en
práctica. Y correspondió verdaderamente a lo que había recibido en aquella
mesa. Amó a Cristo en su vida, lo imitó en su muerte" (Disc. 304, 14; PL
38, 1395-1397).
Así explicaba san Agustín el dinamismo
espiritual que animaba a los mártires. Con estas palabras: los mártires aman a
Cristo en su vida y lo imitan en su muerte. Hoy, queridos hermanos y hermanas,
recordemos a todos los mártires que han acompañado la vida de la Iglesia.
Ellos, como he dicho muchas veces, son más numerosos en nuestro tiempo que en
los primeros siglos. Hoy hay tantos mártires en la Iglesia, tantos,
porque por confesar la fe cristiana son expulsados de la sociedad o van a la
cárcel... son muchos.
El Concilio Vaticano II nos recuerda
que "el martirio, por el que el discípulo se hace semejante a su maestro,
que acepta libremente la muerte por el bien del mundo, y por el que se asemeja
a él en el derramamiento de la sangre, es estimado por la Iglesia como un don
insigne y una prueba suprema de caridad" (Const. Lumen gentium, 42).
Los mártires, a imitación de Jesús y con su gracia, convierten la violencia de
quienes rechazan el anuncio en ocasión suprema de amor, que llega hasta el
perdón de sus verdugos. Interesante esto: los mártires siempre perdonan a sus
verdugos. Esteban, el primer mártir, murió rezando: "Señor, perdónalos,
porque no saben lo que hacen". Los mártires rezan por sus
verdugos.
Aunque son pocos los llamados a ser
mártires, 'todos, sin embargo, deben estar dispuestos a confesar a Cristo ante
los hombres y a seguirle por el camino de la cruz durante las persecuciones,
que nunca faltan a la Iglesia' (ibid., 42). Pero, ¿es esta persecución cosa del
pasado? No, no: hoy. Hoy hay persecuciones de cristianos en el mundo, muchas,
muchísimas. Hoy hay más mártires que en los primeros tiempos. Los mártires nos
muestran que todo cristiano está llamado al testimonio de vida, aunque no
llegue hasta el derramamiento de sangre, haciendo donación de sí mismo a Dios y
a los hermanos, a imitación de Jesús.
Y quisiera concluir recordando el testimonio cristiano presente en todos los rincones del mundo. Pienso, por ejemplo, en Yemen, una tierra herida desde hace muchos años por una guerra terrible, olvidada, que ha causado tantas muertes y que todavía hace sufrir a tantas personas, especialmente a los niños.
En esta misma tierra ha habido
testimonios luminosos de fe, como el de las Hermanas Misioneras de la Caridad,
que dieron allí su vida. Todavía hoy están presentes en Yemen, donde ofrecen
asistencia a ancianos enfermos y a personas con discapacidad. Algunas de ellas
han sufrido el martirio, pero las demás continúan, arriesgan su vida pero siguen
adelante. Acogen a todos, de cualquier religión, porque la caridad y la
fraternidad no tienen fronteras.
En julio de 1998, la hermana Aletta, la hermana Zelia y la hermana Michael, de
camino a casa después de misa, fueron asesinadas por un fanático por ser
cristianas. Más recientemente, poco después del inicio del conflicto que aún
continúa, en marzo de 2016, la hermana Anselm, la hermana Marguerite, la
hermana Reginette y la hermana Judith fueron asesinadas junto con algunos
laicos que las ayudaban en la obra de caridad entre los últimos. Son las
mártires de nuestro tiempo.
Entre estos laicos asesinados, además
de cristianos, había musulmanes que trabajaban con las hermanas. Nos conmueve
ver cómo el testimonio de la sangre puede unir a personas de religiones
diferentes. Nunca se debe matar en nombre de Dios, porque para Él todos somos
hermanos. Pero juntos podemos dar la vida por los demás.
Recemos, pues, para que no dejemos de dar testimonio del Evangelio incluso en
tiempos de tribulación. Que todos los santos y santas mártires sean semilla de
paz y reconciliación entre los pueblos para un mundo más humano y fraterno, a
la espera de que se manifieste plenamente el Reino de los Cielos, cuando Dios
sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 28).
Fuente: ACI Prensa