20 – Abril. Jueves de la II semana de Pascua
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Evangelio
según san Juan 3, 31-36
El que viene
de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y
habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo
que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que
acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. El que Dios envió habla
las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al
Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida
eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa
sobre él».
Comentario
En este breve
pasaje, puesto en boca de San Juan Bautista, se nos ofrece un resumen de la
revelación de Jesús, a través del testimonio del Espíritu.
El tema
principal es la relación entre el Padre y el Hijo y el testimonio tan especial
que "el que viene de lo alto", Cristo, nos ofrece del Padre.
Todos los
profetas –también Juan Bautista, como el último de ellos– dieron testimonio de
la luz, pero no eran la luz (cfr. Jn 1,7-8). Jesucristo es la luz del mundo no
porque hable las palabras de Dios, sino porque es propiamente
la Palabra de Dios.
Ganar altura
implica alcanzar una mayor perspectiva. La superioridad de Jesús es aquella de
quien está en lo alto, de quien viene del cielo y ha visto las cosas como
realmente son.
Hace unos
días, durante la Semana Santa, contemplamos a Jesús colgando del madero en el
Calvario, un lugar elevado. Desde esa altura, tendría más perspectiva que los
que estaban abajo.
Por eso,
muchas veces los que sufren entienden la vida de una manera más profunda.
Quien está clavado en una cruz tiene la oportunidad de observar la
realidad como Dios la mira desde el cielo. Pero depende siempre de si la acepta
o la rehúye.
A veces es
difícil de aceptar, pero la superioridad de la que habla Jesús no se consigue
dominando, sino cargando nuestra cruz hasta nuestro calvario personal. Creer en
el Hijo de Dios significa seguirle hasta el final.
"Si
alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me
siga" (Mc 8,34). En este seguimiento de Cristo nos jugamos nuestro creer.
Por eso, en cierta manera, la fe es un cambio de perspectiva, que no depende
tanto de cómo lo vemos nosotros, sino de la altura que dejamos que Cristo
alcance en nuestro interior.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus
Dei