La instagramer Mar Dorrio critica a fondo el aborto y la gestación subrogada: actitudes, negocio... En positivo, propone dos opciones para quienes aman la vida
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Shutterstock/antoniodiaz |
Soy
madre de una familia numerosa, muy, muy numerosa. Nuestras ansias de paternidad
están más que colmadas, pero no siempre fue así. Cinco abortos me hicieron
probar el sabor del dolor de la cuna vacía, de las ilusiones truncadas y de los
sueños despedazados. Cajones sin patucos y envidia de las
embarazadas. Sé perfectamente cómo pesa la cuesta arriba del camino del «tengo
mucho que ofrecer y no tengo a quien dar».
Con
algunas despedidas me recuperé pronto, y con otras pensé que no lo conseguiría
nunca. Recuerdo perfectamente el momento en que vi el cuerpecito de mi hija
María, sin vida, en la bandeja del quirófano. Allí me di cuenta
claramente de que cada vida es un milagro irrepetible, de que la maternidad es
un regalo que no merecemos y que, por desgracia, no valoramos lo suficiente.
Desde ese instante pensé que, si alguna vez volvía a tener otros
bebés (¡ojalá viniesen más!), entregaría mi vida por todos y cada uno de ellos.
Que, por supuesto, los trataría con la dignidad que merecen, que los atendería,
los alimentaría, los vestiría, les daría educación… Y que ese trato digno se lo
dispensaría desde su concepción hasta la tumba.
Porque el embrión, una vez fecundado, a las 6, 12, 24 ó 36 horas
ya era María, Blanca, Guadalupe, Juan, o el benjamín de la casa, y no podría
dejarlo en una fiambrera dentro de un congelador: nunca tendría
uno hijo pagando el precio de perder por ello a otros tres o cuatro.
La vida de cada hijo
Después de ese «¡ojalá vengan más!», vinieron uno, dos, tres… Why not
twelve? Sí, nuestras ansias de paternidad estaban saciadas,
como os podéis imaginar, con seis, con siete, con ocho, pero la vida de
cada uno de mis hijos es más grande que un capricho, que un
deseo, que unas ansias de rellenar los cajones con patucos. Mi hija María me
enseñó que son únicos, que son irrepetibles. Por eso, una vida se
merece una respuesta que va más allá del «yo lo quiero» o del «no me viene
bien».
En el
aborto del que tanto me costó recuperarme, lo que más me ayudó fue leer sobre Chesterton y
su mujer.
Ellos no pudieron tener hijos.
Ellos no habían soñado con un hijo perfecto, con la parejita…
Soñaban con una familia numerosa, pero pasaron de la resignación a la aceptación.
Seguro que convivieron con muchos sueños truncados, pero, después
de secarse las lágrimas, prepararon muchas meriendas para los niños del barrio.
Supieron cómo llenar su hogar de risas, de cuentos y de tartas.
Es más difícil que todo eso, lo sé. Yo misma he mirado al Cielo
airada, y le he preguntado a Dios: ¿Por qué me lo quitas a mí que le iba a
enseñar a quererte, y en cambio se lo das a mujeres que lo van a matar? Duele,
pero creo que imitar a Chesterton y su mujer es la mejor opción.
El estúpido orgullo y la absurda
soberbia de quien no ha vivido, se me han ido cayendo año a año, pero, sobre
todo, hijo a hijo, así que no me atrevo a juzgar a nadie. Sólo Dios conoce,
literalmente hablando, las circunstancias que llevan a las personas a decidir
tomar determinados caminos.
Como me enseñó un aragonés muy sabio
(sí, hablo de San Josemaría): «Se condena el pecado y se disculpa al pecador».
Por ello, sin juzgar a nadie, quiero gritar desde estas letras que las ansias de maternidad no
deben ser saciadas a cualquier precio, que las ansias de paternidad reales, no
caprichosas, no dejan a ningún hijo en un congelador.
Las
ansias de paternidad reales no buscan un niño o una niña perfectos: ¡Ojalá me
hubiesen dado un bebé vivo cuando perdí a mis peques! Me habría dado igual el
sexo o el número de cromosomas que tuviesen. Siempre pienso que Hitler se
estará revolviendo en su tumba por no vivir en esta época: ahora
conseguiría la raza aria y los progenitores pagarían por ella.
Si tus ansias de paternidad son reales, ves a esas madres de
alquiler como tus posibles hijas.
En definitiva, las ansias de paternidad no se sacian a
cualquier precio. Y no hablo de dinero, hablo de algo más
serio, más profundo, que sólo consigues apaciguar marcándote un Chesterton,
ayudando a los que más te necesitan ahora, que son muchos, sin dejar a nadie
atrás, tratando a esas niñas como si fueran las hijas que tanto te gustaría
tener.
Crítica a las agencias de maternidad
subrogada
Por eso, no quiero terminar este artículo sin hacer
una crítica a esta sociedad, que pasa horas hablando de una persona en
concreto, y no habla de la cantidad de premios que se han otorgado a agencias
de maternidad subrogada, también con sede en España: la Medalla
Europea del Mérito en el Trabajo, el Premio Europeo de Tecnología e Innovación,
y muchos más…
No se habla de que estas agencias se ocupan de todos los papeles
que necesites, acompañándote al consulado del país donde nacerá tu bebé para
que no tengas ningún problema legal. Agencias que te hacen recomendaciones del
tipo: «El precio de una gestación subrogada varía en función de la gestante. Nuestro
consejo es que no regatees: cuando pagas mejor que nadie, consigues a la mejor
gestante. Cuándo quieres pagar menos, las mejores
gestantes se van con otros padres…”.
¿De verdad vas a calmar tus ansias de paternidad buscando la mejor relación
calidad-precio en el mercadillo de muchachas desdichadas,
muchachas que, obviamente, no se ofrecerían para ese servicio si la vida las
hubiese tratado de otra manera, si hubiesen tenido la vida que desearías para
tu hija?
Detrás hay un gran negocio
Vivimos en una sociedad ecológica que nos conciencia a rehusar una
bolsa de plástico, que promueve dar una segunda vida a los muebles y que, en
una misma ciudad, mata a bebés cada 15 minutos mientras genera artificialmente
otros tantos unas calles más abajo, dejando congelados a la mayoría. Pero,
señoras y señores, no nos engañemos: tanto el edificio que mata como el edificio
que genera y congela, producen mucho, mucho dinero, algo que no
consiguen la adopción ni la opción de Chesterton. Nos dicen que
lo hacen por nuestros derechos y nos lo creemos…Why?
Mar Dorrio
Fuente:
Aleteia