25 – Abril. Martes. San Marcos, evangelista
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Evangelio
según san Marcos 16, 15-20
Y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos se fueron a predicar por todas partes, y
el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Comentario
Hoy la Iglesia
celebra a San Marcos, uno de los cuatro evangelistas, muy cercano al apóstol
Pedro. El Evangelio de Marcos fue el primero en ser escrito. Con un estilo
sencillo y muy cercano nos narra la vida del Señor. Según la Tradición, San
Marcos fundó y fue el primer obispo de la Iglesia de Alejandría. Allí dejó una
huella indeleble de su amor por Cristo.
En el
evangelio de hoy Jesús se para, reúne a los discípulos en torno a él y les da
un último mandato: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda
criatura”. Les mira y elevándose se despide bendiciéndoles.
El mandato de
predicar el Evangelio, es considerado por los discípulos como un gran don de
Dios. Un don que quiere transmitir a los demás. “La fe siempre te lleva a salir
de ti mismo. Salir. La transmisión de la fe; la fe debe ser transmitida, debe
ser ofrecida, especialmente con el testimonio: “Id, que la gente vea cómo
vivís” (cf. v. 15)1.
Los
discípulos, llenos de alegría, vuelven a la ciudad santa y desde allí comienzan
a predicar la buena nueva por todo el mundo. Jesucristo es su amigo íntimo,
porque saben que Él está con ellos, que Él es fiel a sus promesas. Han
aprendido a fiarse de Él. No ponen su confianza en ellos, ni en sus fuerzas, ni
en sus capacidades.
La Ascensión
del Señor no es un “adiós”, un “hasta luego”, sino, paradójicamente, un “me
quedo”. Ellos se fían de la promesa hecha por Jesucristo: “Yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). No dudan de su
presencia en ellos y, de modo central, en la Eucaristía.
Una alegría
que se traduce en un abrirse en abanico para llevar ese Amor hasta el último
rincón del mundo. Los discípulos del Señor eran hombres y mujeres a los que
Dios confió todos los hombres. Y esa tarea les colmó de una alegría aún mayor.
Reflejaban en su rostro la gloria del Señor: el brillo de su rostro enamorado.
San Marcos no
solo trasmite esa fe, sino que la hace vida suya, es mediante su ejemplo y su
vida como se transmite como el fuego.
“La fe es
hacer ver la revelación, para que el Espíritu Santo pueda actuar en la gente
mediante el testimonio: como testigo, con el servicio. El servicio es un modo
de vivir: si digo que soy cristiano y vivo como un pagano, ¡no vale! Esto no
convence a nadie. Si digo que soy cristiano y vivo como tal, eso atrae. Es el
testimonio 2.
También nos ha
elegido y nos ha confiado a todos los hombres: a nuestros padres, hermanos,
familiares, amigos, compañeros de trabajo, la humanidad entera.
El apostolado
es una consecuencia lógica de la alegría de estar con Jesús. Como enseña san
Josemaría, “el apostolado es amor de Dios, que se desborda, dándose a los
demás. La vida interior supone crecimiento en la unión con Cristo, por el Pan y
la Palabra. Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada,
necesaria, de la vida interior. Cuando se paladea el amor de Dios se siente el
peso de las almas”3.
Las personas nos necesitan. Necesitan de nuestra alegría para que, a través de ella, descubran a Jesús en sus vidas. En nuestro quehacer cotidiano, en nuestras miradas limpias, en nuestras conversaciones llenas de comprensión, en nuestros afanes por servir, comprender, animar y perdonar, Jesucristo resucitado se hace presente llenándolo todo de su alegría. Este mundo, no tan distinto del mundo de los hombres y mujeres que acompañaron al Señor, necesita de cristianos que lleven en su rostro ese brillo de un Dios enamorado.
[1] Papa Francisco. Homilía 25-IV-2020[2] Íbid.
[3] San Josemaría, “La Ascensión del Señor a los cielos”, Es Cristo que pasa, n. 122a.
Luis Cruz
Fuente: Opus
Dei