Este Sábado Santo, el Papa Francisco invitó a los fieles a recordar el primer encuentro con el Señor, el lugar donde Él “cambió tu vida para siempre”
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Aci Prensa |
A continuación, la homilía pronunciada
por el Papa Francisco en la Vigilia Pascual de este 8 de abril:
La noche está llegando a su fin y
despuntan las primeras luces del amanecer, cuando las mujeres se ponen en
camino hacia la tumba de Jesús. Avanzan con incertidumbre, desorientadas, con
el corazón desgarrado de dolor por esa muerte que les había quitado al
Amado.
Pero, llegando hasta ese lugar y
viendo la tumba vacía, invierten la ruta, cambian de camino; abandonan el
sepulcro y corren a anunciar a los discípulos un nuevo rumbo: Jesús ha
resucitado y los espera en Galilea.
En la vida de estas mujeres se
produjo la Pascua, que significa paso. Ellas, en efecto, pasan del triste camino
hacia el sepulcro a la alegre carrera hacia los discípulos, para decirles no
sólo que el Señor había resucitado, sino que hay una meta a la que deben
dirigirse sin demora, Galilea.
La cita con el Resucitado es
allí. El nuevo nacimiento de los discípulos, la resurrección de sus corazones
pasa por Galilea. Entremos también nosotros en este camino de los discípulos
que va del sepulcro a Galilea.
Las mujeres, dice el Evangelio,
“fueron a visitar el sepulcro” (Mt 28,1). Piensan que Jesús se encuentra en el
lugar de la muerte y que todo terminó para siempre.
A veces también nosotros pensamos
que la alegría del encuentro con Jesús pertenece al pasado, mientras que en el
presente vemos sobre todo tumbas selladas: las de nuestras desilusiones,
nuestras amarguras y nuestra desconfianza; las del “no hay nada más que hacer”,
“las cosas no cambiarán nunca”, “mejor vivir al día porque no hay certeza del
mañana”.
También nosotros, cuando hemos
sido atenazados por el dolor, oprimidos por la tristeza, humillados por el
pecado; cuando hemos sentido la amargura de algún fracaso o el agobio por
alguna preocupación, hemos experimentado el sabor amargo del cansancio y hemos
visto apagarse la alegría en el corazón.
A veces simplemente hemos
experimentado la fatiga de llevar adelante la cotidianidad, cansados de
exponernos en primera persona frente a la indiferencia de un mundo donde parece
que siempre prevalecen las leyes del más astuto y del más fuerte.
Otras veces, nos hemos sentido
impotentes y desalentados ante el poder del mal, ante los conflictos que dañan
las relaciones, ante las lógicas del cálculo y de la indiferencia que parecen
gobernar la sociedad, ante el cáncer de la corrupción, ante la propagación de
la injusticia, ante los vientos gélidos de la guerra.
E incluso, quizá nos hayamos
encontrado cara a cara con la muerte, porque nos ha quitado la dulce presencia
de nuestros seres queridos o porque nos ha rozado en la enfermedad o en las
desgracias, y fácilmente quedamos atrapados por la desilusión y se ha disecado
en nosotros la fuente de la esperanza.
De ese modo, por estas u otras
situaciones, nuestros caminos se detienen frente a las tumbas y permanecemos
inmóviles llorando y lamentándonos, solos e impotentes, repitiéndonos nuestros
“por qué”. Con la cadena del por qué.
En cambio, las mujeres en Pascua
no se quedaron paralizadas frente a una tumba, sino que - dice el Evangelio-
“atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y
corrieron a dar la noticia a los discípulos” (v. 8). Llevan la noticia que
cambiará para siempre la vida y la historia: ¡Cristo ha resucitado! (cf. v.
6).
Y, al mismo tiempo, custodian y
transmiten la recomendación del Señor, su invitación a los discípulos: que
vayan a Galilea, porque allí lo verán (cf. v. 7). Hermanos y hermanas,
¿qué significa ir a Galilea? Dos cosas: por una parte, salir del encierro del cenáculo
para ir a la región habitada por las gentes (cf. Mt 4,15), salir de lo
escondido para abrirse a la misión, escapar del miedo para caminar hacia el
futuro.
Por otra parte, esto es mucho mejor,
significa volver a los orígenes, porque precisamente en Galilea había comenzado
todo. Allí el Señor encontró y llamó por primera vez a los discípulos.
Por tanto, ir a Galilea significa
volver a la gracia originaria; significa recuperar la memoria que regenera la
esperanza, la “memoria del futuro” con la que hemos sido marcados por el
Resucitado.
Esto es lo que realiza la Pascua
del Señor: nos impulsa a ir hacia adelante, a superar el sentimiento de
derrota, a quitar la piedra de los sepulcros en los que a menudo encerramos
la esperanza, a mirar el futuro con confianza, porque Cristo resucitó y
cambió el rumbo de la historia.
Pero, para hacer esto, la Pascua
del Señor nos lleva a nuestro pasado de gracia, nos hace volver a Galilea, allí
donde comenzó nuestra historia de amor con Jesús. Donde está la primera
llamada.
Es decir, nos pide que revivamos ese
momento, esa situación, esa experiencia en la que encontramos al Señor,
sentimos su amor y recibimos una mirada nueva y luminosa sobre nosotros mismos,
sobre la realidad, sobre el misterio de la vida.
Para resurgir, para recomenzar,
para retomar el camino, necesitamos volver siempre a Galilea; no al encuentro
de un Jesús abstracto, ideal, sino a la memoria viva, a la memoria concreta y
palpitante del primer encuentro con Él. Sí, para caminar debemos
recordar, para tener esperanza debemos alimentar la memoria.
Esta es la invitación: ¡recuerda
y camina! Si recuperas el primer amor, el asombro y la alegría del encuentro
con Dios, irás hacia adelante. Recuerda y camina. Recuerda y camina.
Recuerda tu Galilea y camina
hacia tu Galilea. Es el “lugar” en el que conociste a Jesús en persona; donde
Él para ti dejó de ser un personaje histórico como otros y se convirtió en la
persona de la vida.
No es un Dios lejano, sino el
Dios cercano, que te conoce mejor que nadie y te ama más que nadie. Hermano,
hermana, haz memoria de Galilea, de tu Galilea; de tu llamada, de esa Palabra
de Dios que en un preciso momento te habló justamente a ti; de esa experiencia
fuerte en el Espíritu; de la alegría inmensa que sentiste al recibir el
perdón sacramental en aquella confesión; de ese momento intenso e inolvidable
de oración; de esa luz que se encendió dentro de ti y transformó tu vida;
de ese encuentro, de esa peregrinación.
Cada uno de nosotros conoce dónde
tuvo lugar su resurrección interior, ese momento inicial, fundante, que lo
cambió todo. No podemos dejarlo en el pasado, el Resucitado nos invita a volver
allí para celebrar la Pascua. Allí.
Recuerda tu Galilea, haz memoria,
reavívala hoy. Vuelve a ese primer encuentro. Pregúntate cómo y cuándo sucedió;
reconstruye el contexto, el tiempo y el lugar; vuelve a experimentar las
emociones y las sensaciones; revive los colores y los sabores.
Porque cuando has olvidado ese
primer amor, cuando has pasado por alto ese primer encuentro, ha comenzado a
depositarse el polvo en tu corazón. Y experimentaste la tristeza y, como les
ocurrió a los discípulos, todo parecía sin perspectiva, como si una piedra
sellara la esperanza.
Pero hoy la fuerza de la Pascua
nos invita a quitar las lápidas de la desilusión y la desconfianza. El Señor,
experto en remover las piedras sepulcrales del pecado y del miedo, quiere
iluminar tu memoria santa, tu recuerdo más hermoso, hacer actual el primer
encuentro con Él. Recuerda y camina; regresa a Él, recupera la gracia de la
resurrección de Dios en ti. Vuelve a Galilea, vuelve a tu Galilea.
Hermanos, hermanas, sigamos a
Jesús en Galilea; encontremos y adorémoslo allí donde Él nos espera. Revivamos
la belleza del momento en que, después de haberlo descubierto vivo, lo hemos
proclamamos Señor de nuestra vida. Volvamos a Galilea, a la Galilea del primer
amor. Que cada uno vuelva a su propia Galilea, la del primer encuentro, y
resurjamos a una vida nueva.
Fuente: ACI Prensa