Durante el Vía Crucis, la cruz protegió literalmente a Gabriele que hacía de monaguillo. Cuando cayó, la cruz que tenía en las manos se interpuso entre su cabeza y el suelo de mármol. Cruz rota, mi hijo ileso
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La
Cruz salva. Es un escudo muy poderoso, una armadura impermeable. Los ataques
del Maligno contra quienes lo abrazan con amor sincero y lo convierten en su
compañero de vida no podrán hacer nada.
A veces te salva de una manera tan delicada, que ni siquiera te
das cuenta hasta pasado un tiempo.
Y cuando rebobinas la película de tu vida, piensas en esa
situación y estás convencido de que no fue una simple casualidad fortuita.
A veces lo hace abiertamente, resultando imposible no darse
cuenta. Y entonces no puedes evitar agradecer y emprender
el viaje de nuevo con aún más convicción.
Durante el Vía Crucis, protegió literalmente a Gabriele (quien
realmente ama la Cruz, y la vamos descubriendo día a día, a partir de mil
pequeños detalles cotidianos, vividos en sencillez y naturalidad).
La cruz se rompió, protegiendo a mi
hijo del impacto
Comienza el mareo, la visión borrosa, se desmaya. Pero tenía la
cruz en la mano, estaba haciendo lo que más le gusta en la vida: de monaguillo.
Se cae. Es un momento.
La cruz se coloca entre su cabeza, de cara al suelo, y el suelo
mismo, de mármol duro y frío.
Gabri se abalanza sobre ella pero la cruz, debido al escalón que
conduce a la capilla lateral, se inclina y hace que la cabeza y los hombros, al
final de la caída, queden suspendidos en contacto con el aire. Cruz rota,
Gabri ileso, entre el espanto de los presentes.
En el triste final de la cruz de madera, vimos un simbolismo
increíble. Cristo parte su cuerpo por nosotros. Por nuestra
salvación, da su sangre hasta la última gota.
Y lo hace continuamente. Su
sacrificio se perpetúa a lo largo de los siglos y se renueva durante cada Santa
Misa. Y nos
salva.
En ese Via Crucis estaba María junto
a Gabriele
Durante décadas, esa cruz de madera ha acompañado al sacerdote en
su recorrido cuaresmal por la nave de la Colegiata.
Quizás, esta vez llevó a cabo una de las tareas más importantes:
salvar a un monaguillo enamorado de Jesús, de los posibles resultados de una
caída descontrolada y por tanto potencialmente muy peligrosa. Sacrificándose
sin saberlo después de años de servicio honorable.
Un simple trozo de madera, tan ligero que hasta un niño pequeño
puede sostenerlo con el sano orgullo típico de esa edad. Sin embargo, hemos
visto mucho más.
Todo esto después de la tercera estación… entre la primera caída
del Señor y el encuentro con su Madre. Tú también, María, estabas junto a la
Cruz, junto a Gabriele.
Cruz + María, ¡una combinación invencible y salvadora!
Artículo
original
Un cammino
chiamato famiglia
Fuente: Aleteia