14 – Mayo. VI Domingo de Pascua
![]() |
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Juan 14, 15-21
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le
pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el
Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo
conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en
vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco
el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo
viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo
en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el
que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Comentario
Estas palabras nos introducen en ese clima de intimidad con
el que Jesús abría su corazón a los apóstoles durante la Última Cena.
Comienza diciendo algo claro y exigente: “Si me amáis,
guardaréis mis mandamientos” (v. 15). Dios no es veleidoso, ni sus mandamientos
son ocurrencias arbitrarias para imponer su autoridad. Al contrario, son
expresión del amor con el que un buen Padre enseña a sus hijos cómo comportarse
para ser felices. Ciertamente, en algunas situaciones ajustarse a lo que Dios
manda resulta costoso. De hecho, “en las discusiones sobre los nuevos y
complejos problemas morales, puede parecer como si la moral cristiana fuese en
sí misma demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi imposible de
practicarse. Esto es falso –respondía San Juan Pablo II–, porque –en términos
de sencillez evangélica– consiste fundamentalmente en el seguimiento de
Jesucristo, en el abandonarse a él, en el dejarse transformar por su gracia y
ser renovados por su misericordia (…). El seguimiento de Cristo clarificará
progresivamente las características de la auténtica moralidad cristiana y dará,
al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización. (…) Quien ama a Cristo
observa sus mandamientos”[1]. La justa
correspondencia al amor que recibimos de Dios reclama dejarse querer, y eso no
consiste en otra cosa que en guardar fielmente todo lo que ha mandado. Así lo
dice Jesús confidencialmente a sus discípulos: “el que acepta mis mandamientos
y los guarda, ése es el que me ama” (v. 21).
Jesús es consciente del esfuerzo que supone guardar sus
mandamientos, pero nos asegura que contaremos con una ayuda inestimable: “yo
rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros siempre” (v.
16). La palabra Paráclito viene del griego parakletós, un término que
significa uno llamado al lado para ayudar – un consolador, defensor o abogado.
Es alguien invitado a caminar junto a nosotros, que nos acompaña, nos advierte
de los obstáculos, nos defiende, pero, a la vez, va hablándonos suavemente,
confortando, sugiriendo, animando… El Paráclito es un fiel compañero
inseparable.
Jesús mismo no dejará nunca de ser nuestro parakletós, como
lo prometió a los discípulos: “no os dejaré huérfanos, yo volveré a vosotros”
(v. 18). Pero, además de él, promete “otro Paráclito para que esté con vosotros
siempre” (v. 16). Se refiere al Espíritu Santo. “En efecto, el primer Paráclito
-son palabras de Benedicto XVI- es el Hijo encarnado, que vino para defender al
hombre del acusador por antonomasia, que es satanás. En el momento en que
Cristo, cumplida su misión, vuelve al Padre, el Padre envía al Espíritu como
Defensor y Consolador, para que permanezca para siempre con los creyentes,
habitando dentro de ellos. Así, entre Dios Padre y los discípulos se entabla,
gracias a la mediación del Hijo y del Espíritu Santo, una relación íntima de
reciprocidad: ‘yo estoy en el Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros’, dice
Jesús (v. 20)[2]”.
“Meditando estas palabras de Jesús –nos dice el Papa
Francisco–, nosotros hoy percibimos ser el Pueblo de Dios en comunión con el
Padre y con Jesús mediante el Espíritu Santo. (…) El Señor hoy nos llama a
corresponder generosamente a la llamada evangélica, al amor, poniendo a Dios en
el centro de nuestra vida y dedicándonos al servicio de los hermanos,
especialmente a los más necesitados de apoyo y consuelo”[3].
[2] Benedicto XVI, Homilía, 27 abril de 2008.
[3] Papa Francisco, Regina coeli, 21 de mayo de 2017.
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei






