21 – Mayo. VII Domingo de Pascua. Ascensión del Señor
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Evangelio según san Mateo 28,
16-20
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se
me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced
discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Comentario
Como broche final a su evangelio,
san Mateo incluye el “mandato misionero” con el que Jesús envía a los
discípulos a evangelizar y bautizar a todas las gentes, porque todos pueden ya
beneficiarse de los frutos de la redención. Y en su última aparición, el Señor,
“a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de
sus ojos” (Hch 1,9), como narra la primera lectura en la liturgia de la solemnidad
de hoy.
El mandato misionero del
resucitado no va dirigido solo a los primeros discípulos, sino que es tarea y
misión para todos: “A nosotros, los cristianos, nos corresponde anunciar en
estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y
nuevo del Evangelio”[1],
recordaba san Josemaría.
Y decía también que la mayoría de
los cristianos debemos “llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se
desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la
tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades ylos
senderos de montaña”[2].
San Josemaría invitaba por eso a sentir el mandato misionero en primera
persona: “Id, predicad el Evangelio… Yo estaré con vosotros…” —Esto ha dicho
Jesús… y te lo ha dicho a ti”[3].
La fiesta de la Ascensión es una
buena ocasión para renovar nuestro afán apostólico y el deseo de llevar almas
al cielo, donde Jesús glorioso nos espera y que aprendemos de los primeros
discípulos. Ellos se enfrentaban a la difícil tarea de cristianizar el mundo
entero, plagado de civilizaciones que aún no conocían el evangelio y de
ideologías y obstáculos de todo tipo. Pero lejos de desalentarse, los apóstoles
estaban llenos de confianza en Jesús resucitado y victorioso, quien les dijo
claramente: “se me ha dado toda potestad en el cielo y la tierra” (v. 18), “y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20).
Como decía el Papa Francisco, “la
Ascensión nos recuerda esta asistencia de Jesús y de su Espíritu que da
confianza, da seguridad a nuestro testimonio cristiano en el mundo. Nos desvela
por qué existe la Iglesia: la Iglesia existe para anunciar el Evangelio. ¡Solo
para eso! Y también, la alegría de la Iglesia es anunciar el Evangelio. La
Iglesia somos todos nosotros bautizados. Hoy somos invitados a comprender mejor
que Dios nos ha dado la gran dignidad y la responsabilidad de anunciarlo al
mundo, de hacerlo accesible a la humanidad. Esta es nuestra dignidad, este es
el honor más grande para cada uno de nosotros, ¡de todos los bautizados!”[4].
Por otro lado, nos dice el
evangelio que cuando el Resucitado se mostró a los discípulos, “en cuanto le
vieron, lo adoraron” (v. 17). Esta actitud reverencial ante el Señor será
también nuestra fuerza en la tarea de la evangelización. Dice santo Tomás de
Aquino que “lo que admiran mucho los hombres lo divulgan luego, porque de la
abundancia del corazón habla la boca (Mt 12,34)”[5]. Si sabemos
adorar al Señor con devoción y agradecimiento, si le damos al Resucitado el
homenaje que merece, nuestro testimonio ante los hombres será más auténtico y
eficaz, porque brotará de un corazón lleno de Dios, como el de los primeros
discípulos y las santas mujeres.
[2] Ídem, n. 105.
[3] San Josemaría, Camino, n. 904.
[4] Papa Francisco, Regina coeli, 28 de mayo de 2017.
[5] Santo Tomás de Aquino, Catena áurea, Glosa in Mc 1,23-28.
Pablo M. Edo