27 – Mayo. Sábado de la VII semana de Pascua
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Evangelio según san Juan 21, 20-25
Pedro, volviéndose, vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?».
Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y este, ¿qué?».
Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme».
Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?».
Este es el discípulo
que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su
testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran
una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que
habría que escribir.
Comentario
Después de considerar ayer la
figura de san Pedro y cómo el Señor le confirmó en la misión de apacentar sus
ovejas (cfr. Jn 21,17), en continuidad con este mismo pasaje, la Iglesia nos
invita a considerar hoy los últimos versículos del Evangelio de san Juan.
Y es que, ante la pregunta de san
Pedro sobre qué será de Juan, Jesús le responde de un modo un tanto enigmático
(vv. 21-22). Será el propio discípulo y evangelista quién aportará más luz a
esas palabras del Señor, explicando su sentido (v. 23).
Sin embargo, hoy ponemos el foco
en los dos últimos versículos del evangelio: en cómo se acude al testimonio de
su propio autor, "el discípulo al que Jesús amaba (v.20), como garantía de
que lo escrito en el evangelio es verdad.
San Juan escribió su evangelio,
inspirado por el Espíritu Santo, para fortalecer nuestra fe en Jesucristo, en
lo que hizo y en lo que nos enseñó.
Precisamente, esta profundización
en la Persona de Jesucristo, hasta dejarle ser el centro de nuestra vida, es a
la que nos invitaba Mons. Fernando Ocáriz en su primera carta pastoral[1], tras ser
elegido prelado del Opus Dei. Este trato cada vez más profundo con
Jesucristo siempre constituirá una fuente inagotable para la vida interior de
las personas de todos los tiempos.
Así lo expresaba san Pablo VI:
«cuando comienza uno a interesarse por Jesucristo ya no le puede dejar. Siempre
queda algo que saber, algo que decir; queda lo más importante. San Juan
Evangelista termina su Evangelio precisamente así (Jn 21,25). Es tan grande la
riqueza de las cosas que se refieren a Cristo, tanta la profundidad que hemos
de explorar y tratar de comprender (…), tanta la luz, la fuerza, la alegría, el
anhelo que de Él brotan, tan reales son la experiencia y la vida que de Él nos
viene, que parece inconveniente, anticientífico, irreverente, dar por terminada
la reflexión que su venida al mundo, su presencia en la historia, en la
cultura, y en la hipótesis, por no decir la realidad de su relación vital con
nuestra propia conciencia, exigen honestamente de nosotros»[2].
[2] Beato Pablo VI, Audiencia general, 20-II-1974
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei