20 – Mayo. Sábado de la VI semana de Pascua
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Evangelio según san Juan 16,
23b-28
En verdad, en verdad os digo: si
pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido
nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea
completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya
no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente. Aquel
día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por
vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y
creéis que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez
dejo el mundo y me voy al Padre».
Comentario
Varias comparaciones empleó Jesús
en su predicación para exhortar a la petición perseverante a Dios: la fe como
un grano de mostaza, la parábola de la viuda y el juez injusto, la del amigo
inoportuno... Ahora, sin comparaciones, revela que toda petición ha de ir
dirigida al Padre en el nombre de Jesús. Sorprendidos se quedarían los
discípulos al escuchar “en mi nombre”. Era como decirles: “Yo soy el Nombre de
Dios”. En Él tienen al Hijo de Dios, que está en plena comunión con Dios Padre.
Así lo enseñaba San Pablo a Timoteo: “Porque uno solo es Dios y uno solo
también el mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2,5).
Los discípulos, sobre todo en el
rezo de los Salmos, ya pedían confiadamente a Dios, le alababan y le daban
gracias, invocando el nombre del Señor: “Alabaré al Señor por su justicia, y
cantaré al Nombre del Señor Altísimo” (Salmos 7,18). “Me alegro, me regocijo
en Ti, y canto salmos a tu Nombre, ¡oh Altísimo! (Salmos 9,3). “Que el
Señor te escuche el día de la angustia, que te proteja el Nombre del Dios de
Jacob. (...) Unos confían en los carros, otros en los caballos; nosotros
invocamos el Nombre del Señor, nuestro Dios”. (Salmos 20,2.8). Y habían
aprendido de labios del mismo Jesús el mejor modo de orar: “Padre nuestro que
estás en los cielos, santificado sea tu Nombre”. Ahora descubrían que ese
Nombre del Señor es “Jesús”, quien les está hablando, en quien pueden depositar
toda su confianza.
Toda nuestra oración ha de tener
ese recorrido: al Padre, “por Jesucristo nuestro Señor”, como ya hacemos
continuamente en la oración litúrgica. Quizá a menudo notamos que nos falta fe,
y hacemos nuestra la petición de los Apóstoles: “Auméntanos la fe” (Lucas 17,5),
y crece nuestra unión con Él, hasta rezar cada vez con mayor convicción:
“hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. San Josemaría rezaba a
menudo, y dejó escrita con énfasis, esta primordial oración de petición:
"Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y
amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. –Amén. –Amén" [1].
[1].
San Josemaría, Camino, n. 691.
Josep Boira
Fuente: Opus Dei