Vigésimo tercer día: Explicación de las letanías
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Aciprensa |
Salus infirmorun
Salud de los enfermos. Para
rendir homenaje al poder de María, se la llama Salud de los enfermos, porque
teniendo todo poder ante aquel de quien el profeta dijo en el salmo CII: Es el
que cura todas la enfermedades, el que devuelve la salud a los enfermos que lo
invocan; porque si Jesucristo dio a los apóstoles el poder de curar a los
hombres de toda clase de enfermedades, ¿quién dudará que la Madre de Dios, de
quien dice el Salmo LXXXVI: Se ha dicho de ti cosas gloriosas, ¡Oh ciudad de
Dios! Tenga el mismo poder? ¿Quién dudará en creer que su poder sea igual
a la gloria que goza en el cielo?
Refugium peccatorum
Refugio de los pecadores. Es
cierto que los pecadores, según san Juan, encuentran en Jesucristo un abogado
delante del Padre celeste, que compadecido de nuestras enfermedades intercede
por ellos, pero como después de haber ofendido al mismo Jesucristo, temen la
cólera de Cristo, no les queda sino María como refugio en su desventurado
estado. Es lo que ella parece ofrecer, siguiendo las palabras del salmo LXXXVI,
que se pone en sus labios. Me acordaré de Rahab de Babilonia, que me
conocerán. Promesa verdaderamente consoladora para los pecadores que han sido
figurados mediante los nombres de estas dos ciudades. Abrochémonos a ella con
confianza, reconozcamos su ternura, y encomendándonos a su recuerdo, pidámosle
que nos obtenga el perdón de nuestros pecados.
Ejemplo
El V.P. Bernard, ese célebre
sacerdote tan célebre en París en el siglo XIX, por su caridad hacia los
prisioneros, y por su devoción a la Santísima Virgen, conducía al patíbulo a un
hombre condenado a ser colgado: este desventurado, a sus crímenes anteriores,
agregaba ahora horribles blasfemias contra Dios. Aunque hubiese colmado la
paciencia de aquellos que lo habían exhortado, el Padre Bernard no se
desalienta; sube con él hasta el cadalso, y empeña con él todo el celo posible,
y como quiso abrazarlo, el malvado lo rechazó de un puntapié, y furioso, lo
arrojó al pie de la escalera, sobre el empedrado. El Padre Bernard, aunque
herido, se levanta, se arrodilla y en invoca a su potente Mediatriz, por su
oración ordinaria: Memorare, o piisima! Etc. ¡Admirable efecto de su
protección! La oración no había terminado y se vio al sentenciado estallar en
lágrimas de penitencia, convertirse, pedir perdón, confesarse y edificar con su
arrepentimiento, tanto como había horrorizado por su obstinación.
Si tenemos la desventura de ofender a Dios, recurramos a María, refugio de los pecadores, roguemos por la conversión de las almas que nos son queridas.
Traducido del francés por José Gálvez Krüger para ACI Prensa
Fuente: ACI Prensa