Mientras las sociedades pierden coherencia, la fe ofrece comunidad y esperanza
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Antonio Guillem - Shutterstock |
Aún
queda mucho que estudiar en relación al aumento significativo de suicidios. No
obstante, un reputado psiquiatra sugiere que la causa podría encontrarse en la
ruptura de la cohesión social, la familia y la fe.
El número de suicidios en Estados
Unidos se ha disparado un 24 por ciento en 15 años, según afirma
el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU. en un informe de
abril.
El índice de suicidios es ahora de 13 por cada 100.000 personas,
el nivel más elevado desde 1986. En total, 42.773 personas murieron por
suicidio en 2014, en comparación con las 29.199 de 1999.
Quizás el aspecto más preocupante de este informe es que se ha
triplicado el índice de suicidios entre chicas preadolescentes.
Aunque existen algunos «factores biológicos fijos que predisponen»
al suicidio, lo cierto es que no han cambiado desde que comenzaran los estudios
en la materia. «Así que tiene que haber alguna otra influencia que explique
este aumento», dice en una entrevista Aaron Kheriaty, autor de The Catholic
Guide to Depression [La guía católica para la depresión].
«Sabemos que muchos de los factores de riesgo para el suicidio no
son estos determinantes biológicos fijos e innatos. Son influencias
culturales, sociales y medioambientales«, afirma.
Kheriaty, profesor clínico asociado de psiquiatría y director del
Programa de Ética Médica en la Irvine School of Medicine de la Universidad de
California, declaró que los investigadores tienen algunas ideas sobre dónde
empezar a buscar.
«Sabemos que el suicidio está asociado con cualquier
elemento que cause que una persona quede más aislada socialmente«,
por ejemplo. Es un hecho ampliamente reconocido y bien respaldado con
documentación recopilada desde los años 1890.
«Los factores que provoquen que las personas tengan menos vínculos
sociales o que queden alienadas o aisladas podrían suponer un aumento en el
riesgo de suicidio», afirma Kheriaty.
«Sabemos que las personas divorciadas, enviudadas o las
que nunca se han casado tienen un riesgo significativamente más alto de
suicidio que los individuos que sí están casados».
Los lazos sociales se están
debilitando por otras razones también, continúa Kheriaty, y cita el
estudio del sociólogo Robert Putnam y el politólogo Charles Murray que
demuestra que las personas tienden a tener cada vez menos y más débiles
vínculos con la familia, los amigos e instituciones mediadoras, como lo son las
Iglesias y los grupos cívicos.
Los medios sociales, por su parte, que supuestamente deberían
acercar a las personas, mantienen el debate abierto sobre si este experimento
tecnológico está teniendo éxito a la hora de generar cohesión. Sin embargo, lo
que sí parecen estar haciendo es facilitar una mentalidad de suicidio en
ciertos sectores.
«¿Hasta qué punto hay información disponible en internet sobre
cómo poner fin a la vida de uno mismo, facilitada por las sociedades del
derecho a morir y el movimiento por el suicidio asistido y la eutanasia? ¿Hasta
qué punto supone una influencia en la actitud y el comportamiento de las
personas? Mi opinión es que probablemente está desempeñando un papel»,
reflexiona Kheriaty.
«Aunque de forma anecdótica, sin duda puedo
encontrar pacientes que estuvieron bajo la influencia del movimiento por el
derecho a morir o el movimiento en favor de la eutanasia, a través de fuentes
en línea e información en internet», asegura.
«Se trata de individuos que padecen depresión, trastornos de la personalidad
o alguna otra enfermedad mental que ya les pone en riesgo, y
este riesgo se ve agravado si pueden navegar por internet y conectar con otras
personas que promueven una inclinación hacia el suicidio y lo pintan como la
solución a los problemas».
En relación al descubrimiento de que la tasa de suicidio para
mujeres de entre 10 y 14 años tuvo el mayor aumento porcentual (200 por ciento)
durante el periodo de tiempo estudiado, triplicando el índice de 0,5 por
100.000 en 1999 a 1,5 en 2014, Kheriaty observó que las chicas de
ese grupo de edad viven «en una cultura que a veces promulga ideales imposibles
de alcanzar para las jóvenes, en términos de éxito, de
imagen corporal, de belleza o de atractivo, a menudo sexualizado en exceso y
prematuramente; unos iconos o unos ideales sobre lo que las jóvenes deberían
hacer o cómo deberían presentarse en la sociedad».
«Estos elementos conducen a todo tipo de dificultades, incluyendo trastornos
alimentarios, depresión y otros problemas de salud mental en
las adolescentes, vinculados a las presiones que sufren
las mujeres jóvenes para ser atractivas o tener éxito».
«Hay una cultura que valora y guía a los jóvenes hacia el éxito
empresarial, normalmente definido como éxito material, y hacia un
tipo de obsesión
excesiva con el alto rendimiento académico«, continúa
explicando el psiquiatra.
Además, según arguyó Kheriarty, los adolescentes y los adultos
jóvenes están siendo víctimas de una actitud utilitarista ahora enraizada en
áreas que les afectan directamente: «Soy respetable siempre y cuando consiga
cosas, en vez de soy valioso o respetable porque tengo una dignidad innata como
hijo de Dios«.
«Hay una tendencia en nuestra cultura a ver a los adolescentes
como un medio, en vez de como un fin en y para sí mismos», explica.
«Desde luego, el mercado les trata como un medio: son
consumidores. También creo que, cada vez más, el deporte trata
a los jóvenes como un medio para un fin».
«Están ahí para apoyar al club, para que así el entrenador pueda
seguir ganando montones de dinero entrenando al equipo y pueda seguir
reclutando gente que esté en los equipos de instituto, y también pueda ayudar a
los entrenadores universitarios a reclutar para los equipos de la universidad».
¿Hay soluciones para este problema del incremento en los suicidios?
Claro que sí, pero para el escritor del libro La guía católica para la depresión, es quizá
natural que la primera solución que le venga a la mente sea una respuesta
religiosa.
«La
fe, las convicciones o las prácticas religiosas desde luego no inmunizan o
vacunan a una persona contra el suicidio«, afirma Kheriaty.
«Es más, incluso muchas personas de profundas convicciones
religiosas y con una fuerte fe, o personas que tienen creencias morales
opuestas al suicidio, podrían terminar poniendo fin a sus propias vidas si se
encontraran bajo mucho estrés o sufriendo un tormento profundo, normalmente por
alguna causa como una enfermedad mental grave».
«Pero sabemos que la fe, las convicciones y las prácticas
religiosas disminuyen
el riesgo de suicidio en las personas».
«Es bien sabido que la fe y las prácticas religiosas suponen un
factor protector especial contra el suicidio. Por tanto, en una cultura cada
vez más secularizada, la pérdida de la fe religiosa podría ser un factor de
riesgo».
El psiquiatra afirma también que hay tres hipótesis que podrían
explicar cómo la fe religiosa protege al individuo de las tendencias suicidas:
- Ser miembro de una comunidad religiosa
ofrece apoyo social. Las personas religiosas suelen tener
más vínculos y compromisos sociales que las personas que no son
religiosas.
- La convicción sobre la inmoralidad del
suicidio tiene un papel protector.
- La fe religiosa aporta a las personas una
esperanza trascendente que les ayuda a ver más allá de su
situación actual de sufrimiento y les ofrece una razón para creer que el
futuro, ya sea en esta vida o en la próxima, será valioso y significativo.
«Por tanto, esta convicción religiosa sirve de apoyo a las
personas en los momentos difíciles y también les aporta un sentimiento de que
el sufrimiento no es enteramente sin sentido», declara Kheriaty.
«Puede que no lo entiendan; es algo
muy difícil de afrontar. Pero Dios permite estas cosas por unas razones que,
aunque yo no las entienda por completo, no son en absoluto inútiles».
John Burger
Fuente: Aleteia