El filósofo español Julián Marías desenmascara, a través del lenguaje y de lo cotidiano, la monstruosidad de "la interrupción del embarazo"
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El
filósofo español Julián Marías (Valladolid, 17 de junio de 1914 – Madrid, 15 de
diciembre de 2005), padre del novelista Javier Marías, (fallecido también el 11
de septiembre de 2022), autor de más de 50 libros y de una monumental Historia
de la Filosofía, editada por la mítica Revista de Occidente, tiene un análisis
puntual sobre la visión antropológica del aborto que podría ser punta de lanza
para extraer el tema religioso del debate sobre lo que eufemísticamente se le
llama «interrupción voluntaria del embarazo».
El
pequeño ensayo de Marías está contenido en el libro Sobre el Cristianismo
editado por Planeta + Testimonio en 1997. En él, el antiguo alumno de Ortega y
Gasset hace un recuento interesantísimo sobre la manera de enfrentar lo que
implica «la aceptación social del aborto.» Sin duda, «lo más grave
que ha acontecido en este siglo (el siglo XX, por añadidura y aumentado en el
siglo XXI) que se va acercando a su final».
Abrir los ojos y no dar la espalda a
la realidad
Hasta el momento en que escribía su ensayo Marías –sigue siendo
igual—las posiciones irreductibles eran (son) posiciones de fe. Una fe
religiosa (todo ser es querido por Dios) y otra fe en la ciencia: los datos
mesurables son los únicos que cuentan. Por ello, el filósofo español quiere
superar esta discusión mediante una visión antropológica, «fundada en la
mera realidad del hombre, tal como se ve, se vive, se comprende a sí mismo»,
abriendo los ojos y no volviendo la espalda a la realidad.
Mediante el uso del habla, de la lengua normal y cotidiana, Marías
comienza por hacer una distinción elemental, libre de cualquier peso
ideológico: no es lo mismo una cosa que una persona. En todos lados, en la isla
remota y en el centro de Manhattan, en la selva y en Buenos Aires, el hombre
distingue entre qué y quién; entre algo y alguien; entre nada y nadie.
No existe posibilidad de confusión: son conceptos-clave que
tenemos arraigados en nuestro lenguaje, por lo tanto, en nuestro pensamiento
sobre los esencial.
Con esta distinción, el hijo no es una cosa de sus padres, no es
un qué, sino es un quién, alguien al que se le puede nombrar, decirle tú.
Alguien que, pasando el tiempo, podrá decir de sí mismo «yo». Y al decir «yo»
se contrapone al universo de las cosas, incluso, al propio creador, si se
quiere pensar en Él. El feto no «pertenece a la madre»; está «encajado» en el
vientre de la madre. Pero una mujer nunca dirá: «mi cuerpo está embarazado»,
sino «estoy (yo, personalmente) embarazada». Y lo que dice la mujer es «voy a
tener un niño» y no «tengo un tumor».
Eliminados como cosas
Sin pretensiones religiosas, acudiendo a la experiencia cotidiana,
constatamos que, como nosotros mismos, el niño, aún no nacido, es una realidad
viviente. ¿ Que no está acabada? Bueno, tampoco ninguno de nosotros lo estamos,
aunque tengamos la edad que sea. El pequeño que vive ya en el seno de la madre
es algo que será. Como nosotros mismos.
La vida personal no basta para decir que ese alguien es un quién.
Es decir, la autonomía en el comer, en el andar, en el vivir autónomo. Si eso
fuera así, el niño, hasta de varios meses de nacido, el comatoso, el que duerme
profundamente, el arterioesclerótico… podrían ser «eliminados» como cosas no
autónomas.
Volviendo al lenguaje, Marías «recomienda» que se llame, al
ahorcamiento, «interrupción de la respiración». Basta con dos
minutos, y listo. Pero, la verdad –de nuevo, la verdad en la vida
cotidiana—debe imperar.
Y cuando se aborta o se ahorca a alguien, «no se interrumpe el
embarazo o la respiración, en ambos casos se mata a alguien» (aunque la mayor
parte de las veces se enmascara como una especie de muerte «necesaria»: para
mejorar la raza, decían los nazis, para evitar la sobrepoblación, para evitarle
el sufrimiento… Y con esos fines se encubre la realidad. Sobre todo, «porque
esos fines no son el aborto.»
Negar la persona del hombre
Finalmente, Marías llega a la conclusión que el núcleo está en «la
negación del carácter personal del hombre». Desaparece –en el aborto—la
paternidad; a la madre se le considera como alguien que sufre en ella el
crecimiento de un intruso…, en fin, se elimina el quién para dejar paso al qué. «Tan pronto
como aparece toda la producción elevada para justificar el aborto se desploma
como una monstruosidad.»
Al eliminar al padre, a la madre, al hijo, al deshumanizar la
relación de pareja, ¿qué queda de humano en todo esto? Absolutamente nada. «Por
eso –concluye su ensayo Julián Marías—me parece que la aceptación social del
aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo…».
Y en el nuestro.
Jaime Septién
Fuente: Aleteia






