El del Corazón de Jesús es un amor cuya ternura podemos experimentar y gustar. Una emotiva reflexión de Luisa Restrepo
Cathopic - Gera Juarez |
Estamos
profundamente solos y solo aparentemente conectados entre nosotros.
Vivimos una soledad que no es solo una
cuestión de comunicación, sino sobre todo una cuestión de amor. Sí,
estamos cada vez más solos porque estamos cada vez menos dispuestos a amar.
En efecto, el amor es exigente, nos
pide que nos inquietemos, que salgamos de nosotros mismos.
El amor nos pide que reconozcamos que no estamos solos, que
también hay otros con necesidades y preguntas.
No puede haber relación ni amor verdadero cuando mi interés está
siempre en el centro y se convierte en el criterio de toda elección.
El amor es una comunión que nos
expropia, porque nuestro ego debe aprender a hacerle lugar a un tú.
Por eso hoy, el Corazón de Jesús nos
interpela y nos indica cómo se puede vivir amando.
El
amor ha sido derramado en nuestros corazones (Rm
5, 5), pero quizás no lo hemos notado o preferimos silenciarlo.
Esto nos sucede porque el amor también tiene que ver con la
tribulación, el sufrimiento, el cansancio, y precisamente, es en ese esfuerzo,
donde se produce la paciencia (cf. Rm 5, 3).
Sí,
porque el amor no se ve en los grandes sacrificios heroicos, que la vida no
siempre nos permite hacer, sino en la paciencia de lo cotidiano, en soportar el
peso de lo ordinario.
Es esta paciencia ordinaria, este amor
de todos los días, lo que nos hace crecer en la virtud, nos hace
santos y nos permite no perder la esperanza, no perder el sentido de nuestra
existencia, que a veces nos parece tan trivial.
Si somos amorosos, ciertamente la vida no nos parecerá inútil.
El
Dios del amor no podía ser una persona aislada, no podía ser el acto puro de
Aristóteles, porque el amor solo está dentro de una relación.
Dios Amor no podía ser soledad y Jesús, hecho hombre, tenía que ser
muestra de ese amor vivo que es traspasado y expuesto. Ese
amor sobreabundante que sale y se entrega por nosotros.
No podríamos amar si ese Amor no habitara en nosotros. No el amor
en general, sino el que existe entre el Padre y el Hijo, un amor concreto,
hecho de comunión. Un amor en el que no exista la competencia, la venganza o la
envidia. Amor que es el Espíritu que habita en nosotros, Amor que es el fuego
del Sagrado Corazón.
Podemos
descubrir la bondad del Señor cuando miramos su corazón expuesto, que es bueno,
que siempre está dispuesto a la humildad y a la misericordia.
El amor del Corazón de Jesús, como nos
dice el papa Francisco, «es un amor cuya ternura podemos experimentar y gustar»
en cada estación de la vida: en el tiempo de la alegría y en el
de la tristeza, en el tiempo de la salud y en el de la enfermedad y las
dificultades. Una promesa cierta, hecha por el mismo Jesús, que nos dice:
«Vengan a mí todos los que
están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi
yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así
encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana».
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia