1– Julio. Sábado de la XII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Mateo 8, 5-17
Al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó: «Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes».
Y dijo Jesús al centurión: «Vete; que te suceda según has creído». Y en aquel momento se puso bueno el criado.
Al llegar Jesús a la casa de Pedro, vio a su suegra en cama con fiebre; le tocó su mano y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirle.
Al anochecer, le llevaron
muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos
los enfermos para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
«Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».
Comentario
El afecto del
centurión a su criado, es lo que le impulsa a acercarse al Señor. Ama a su
siervo enfermo y este afecto le hace superar los posibles respetos humanos.
También
muestra una gran delicadeza con Jesús. Cuando un judío entraba en casa de un
gentil contraía impureza legal, según la Ley de Moisés. Por tanto, quería
evitarle a Jesús tener que entrar en su hogar. Destaca esta delicadeza del
centurión con el Señor.
Pero, sobre
todo, asombra su fe en el poder de Jesús. Del mismo que él, como centurión
romano, posee una potestad sobre los soldados, es consciente de que es mucho
mayor la potestad de Dios: cuanto se diga se hará. Su fe fue eficaz porque en
ese momento el criado quedó sano. Y Jesús queda impresionado por su fe: 'En
verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande'. ¡Qué
maravillosa alabanza! Pidamos al Señor la fe del centurión.
La Liturgia de
la Iglesia toma las palabras del centurión para avivar la fe en el momento de
recibir al mismo Jesús en la Sagrada Eucaristía. Porque la fe debe ser también
humilde. La humildad del centurión fue la puerta por donde el Señor entró, no
solo para sanar el cuerpo del enfermo, sino para introducirse en el alma del
centurión.
Tras este
primer milagro, Jesús sana a la suegra de Pedro, que inmediatamente se pone a
servirles. Y más adelante continúa curando a los enfermos y expulsando los espíritus
de los endemoniados. Jesús se conmueve por el sufrimiento humano, lo hace suyo
“Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Is 53,4)
También
nosotros tenemos nuestras enfermedades interiores: nuestros pecados. Acudamos
con fe al Señor, especialmente en los Sacramentos y en la oración. Cuando Jesús
encuentra en nosotros la fe del centurión, cuando contamos con Él, sale en
nuestra ayuda.
Fuente: Opus
Dei