5– Julio. Miércoles de la XIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san Mateo 8, 28-34
Llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos. Desde los sepulcros dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?».
A cierta distancia, una gran piara de cerdos estaba paciendo. Los demonios le rogaron: «Si nos echas, mándanos a la piara».
Jesús les dijo: «Id».
Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se
abalanzó acantilado abajo al mar y murieron en las aguas. Los porquerizos
huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces
el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se
marchara de su país.
Comentario
Hemos llegado,
con Jesús a bordo, a la otra orilla del mar de Galilea y le acompañamos hasta
Gadara, tierra de gentiles. También allí el Señor quiere llevar la Buena Nueva,
pues “Él no hace acepción de personas” (Siracida 35,13). Bien unidos a Él
podemos ser testigos de las situaciones más impactantes: dos endemoniados
furiosos ante la presencia inesperada de Jesús. Los demonios no conocen que
Dios es Amor (1 Juan 4,16), ni saben que el Corazón de Jesús encarna ese
Amor por toda la humanidad; pero sí reconocen en ese Hombre un exorcista
implacable: muchos demonios ya se han sometido a Él. Y rabian de envidia cuando
le ven defender a los hombres del poder maligno y vencer. No entra en sus
planes que Jesús pueda recorrer kilómetros, atravesar mares y llegar “antes del
tiempo” para expulsarlos.
La escena se
nos muestra escalofriante: los hombres son liberados y en su lugar una piara de
cerdos serán los nuevos poseídos. Eran animales considerados impuros en las
leyes judías. Pero el hombre está llamado a la pureza, a la santidad; su cuerpo
no es un lugar digno de los demonios. Por eso Jesús ejerce todo su poder para
liberar a esos hombres. Por ellos, por cada hombre, por cada mujer, Él dará su
vida en la Cruz, rescatándonos del pecado y del poder del maligno. De su
Corazón abierto manarán la sangre y el agua que purificarán el mundo.
Junto a la
maravilla de ver libres a esos hombres, queda la pena del rechazo a Jesús por
parte de los habitantes de Gadara. Para ellos, el exorcismo es también un duro
reproche, pues no les importaba el terrible tormento de aquellos dos
conciudadanos suyos. Vivían a sus espaldas, con una impureza mayor que la de
aquellos animales. Si en algún momento de nuestra vida, ante el sufrimiento
ajeno, tenemos la tentación de mirar a otra parte, acudamos al Sagrado Corazón
de Jesús: de ahí manan, “tesoros inagotables de amor, de misericordia, de
cariño”[1]. Y
seremos capaces de hacernos cargo de las heridas de este mundo, de ser
misericordiosos como el Padre celestial (cf. Lucas 6,36).
[1] San
Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 162 (homilía “El Corazón de Cristo, paz
de los cristianos”).
Josep Boira
Fuente: Opus
Dei