Un conductor que iba con el móvil mató al hijo de María Ángeles. Su marido, después, se mató por la pena. La fe sostuvo a esta mujer, que ahora da charlas en autoescuelas, colegios y cárceles
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| Mª Ángeles junto a un retrato de su hijo, en su casa de Granada. Foto cedida por Mª Ángeles Villafranca |
Según un estudio de la Fundación Línea Directa, realizado en
colaboración con la Universidad de Valencia, cada año mueren en las carreteras
españolas cerca de 400 personas por el uso del teléfono móvil. Ya es una de las
principales causas de muerte en accidentes de tráfico. Por eso, la legislación
ha endurecido las sanciones por su uso, equiparándolas a las del consumo de
alcohol o a las impuestas por no usar el cinturón de seguridad. Aunque un
número importante de conductores reconocen que usan el teléfono mientras
manejan el coche, lo cierto es que la sociedad es más consciente de sus
riesgos. Además, causar la muerte a otra persona por una imprudencia al volante
puede ser considerado homicidio. Algo se ha avanzado.
Al hombre que
causó la muerte al hijo de María Ángeles Villafranca hace 17 años por hablar
por teléfono mientras conducía e invadir el carril contrario solo le supuso una
falta y una multa simbólica. No hubo juicio ni nada. «Mi hijo costó 180 euros»,
afirma en entrevista con Alfa y Omega entre la Jornada de
Responsabilidad en el Tráfico, que la Iglesia española celebró el pasado
domingo, y la fiesta de san Cristóbal, patrón de los conductores, que tendrá
lugar el próximo lunes. Pero los efectos de esta tragedia no se quedaron ahí,
pues su marido se arrancó la vida tiempo después al no soportar la pérdida.
«Aquel señor le quitó la vida directamente a mi hijo e indirectamente a mi
marido por hablar por teléfono», reconoce.
A ella la salvó
la fe y la comunidad cristiana —los sacerdotes y los miembros del taller de
oración— con la que convive en Atarfe (Granada). Y también desde su creencia en
Dios colabora con Stop Accidentes en la labor de concienciación y de atención a
las familias que sufren como ella una pérdida de estas características. Es un
compromiso que tomó desde que le comunicaron el trágico fallecimiento de su
hijo. «Me puse de rodillas y pedí a Dios que fuera el último. Desgraciadamente,
no fue así», continúa.
En la
asociación fue a pedir ayuda, pero acabó ella misma ayudando. Y en la parroquia
nunca la dejaron sola. «En los peores momentos de mi vida los he tenido a
ellos. Venían por la mañana, por la tarde, para sacarme a dar una vuelta, como
quien no quiere la cosa». Ahora participa en charlas y campañas, visita
colegios, da cursos en autoescuelas e incluso acude a prisiones para hablar de
seguridad vial y concienciar sobre los riesgos del teléfono móvil durante la
conducción.
Fuente: Alfa y
Omega






