11.7.23

«PEDÍ DE RODILLAS A DIOS QUE FUERA EL ÚLTIMO»

Un conductor que iba con el móvil mató al hijo de María Ángeles. Su marido, después, se mató por la pena. La fe sostuvo a esta mujer, que ahora da charlas en autoescuelas, colegios y cárceles

Mª Ángeles junto a un retrato de su hijo, en su casa
 de Granada. Foto cedida por Mª Ángeles Villafranca

Según un estudio de la Fundación Línea Directa, realizado en colaboración con la Universidad de Valencia, cada año mueren en las carreteras españolas cerca de 400 personas por el uso del teléfono móvil. Ya es una de las principales causas de muerte en accidentes de tráfico. Por eso, la legislación ha endurecido las sanciones por su uso, equiparándolas a las del consumo de alcohol o a las impuestas por no usar el cinturón de seguridad. Aunque un número importante de conductores reconocen que usan el teléfono mientras manejan el coche, lo cierto es que la sociedad es más consciente de sus riesgos. Además, causar la muerte a otra persona por una imprudencia al volante puede ser considerado homicidio. Algo se ha avanzado.

Al hombre que causó la muerte al hijo de María Ángeles Villafranca hace 17 años por hablar por teléfono mientras conducía e invadir el carril contrario solo le supuso una falta y una multa simbólica. No hubo juicio ni nada. «Mi hijo costó 180 euros», afirma en entrevista con Alfa y Omega entre la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico, que la Iglesia española celebró el pasado domingo, y la fiesta de san Cristóbal, patrón de los conductores, que tendrá lugar el próximo lunes. Pero los efectos de esta tragedia no se quedaron ahí, pues su marido se arrancó la vida tiempo después al no soportar la pérdida. «Aquel señor le quitó la vida directamente a mi hijo e indirectamente a mi marido por hablar por teléfono», reconoce.

A ella la salvó la fe y la comunidad cristiana —los sacerdotes y los miembros del taller de oración— con la que convive en Atarfe (Granada). Y también desde su creencia en Dios colabora con Stop Accidentes en la labor de concienciación y de atención a las familias que sufren como ella una pérdida de estas características. Es un compromiso que tomó desde que le comunicaron el trágico fallecimiento de su hijo. «Me puse de rodillas y pedí a Dios que fuera el último. Desgraciadamente, no fue así», continúa.

En la asociación fue a pedir ayuda, pero acabó ella misma ayudando. Y en la parroquia nunca la dejaron sola. «En los peores momentos de mi vida los he tenido a ellos. Venían por la mañana, por la tarde, para sacarme a dar una vuelta, como quien no quiere la cosa». Ahora participa en charlas y campañas, visita colegios, da cursos en autoescuelas e incluso acude a prisiones para hablar de seguridad vial y concienciar sobre los riesgos del teléfono móvil durante la conducción.

Fuente: Alfa y Omega


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