Un tema controversial y que ha generado confusiones es el que trata la sanación del árbol genealógico y los pecados ancestrales o intergeneracionales, por eso, el P. Rogelio Alcántara aclara estos puntos
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| Shutterstock/Vladimir Volodin |
En algunos sectores de la Iglesia
católica, sobre todo en grupos de tipo carismático, se ha difundido mucho la
práctica de la oración, el rosario o las misas de «sanación del árbol
genealógico» o «sanación intergeneracional», que suscita grandes adhesiones,
por un lado, y duras críticas por otro.
La Asociación Internacional de
Exorcistas trabajó este tema en su congreso celebrado en Roma en septiembre de
2018, de la mano del sacerdote mexicano Rogelio Alcántara, a quien se le pidió
un estudio exhaustivo sobre el asunto. Alcántara es doctor en Teología y
director de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Arquidiócesis de México
y autor del libro ¿De qué diablos estamos hablando? , que difunde él
mismo. Este es un resumen de dicha intervención.
Unos males supuestamente
heredados
El autor resume así la idea que
está en la base de la sanación intergeneracional: «Los males que padecen
actualmente las personas (males psíquicos, morales, sociales, espirituales y
corporales) tienen una causa en sus antepasados. La persona actual sería como
el último eslabón de una cadena, por donde van pasando los males que llegan a
ella».
¿De dónde vendrían estos males?
De un triple origen: las malas inclinaciones de los antepasados, sus pecados, y
las maldiciones lanzadas sobre sus descendientes. Lo que llevaría a la persona
a tener «inclinaciones y tendencias a determinados males» o «ataduras
ancestrales» muy fuertes.
La solución propuesta al creyente
por algunos sacerdotes y grupos dedicados al ministerio de sanación y
liberación sería «sanar su árbol genealógico con prácticas religiosas y
oraciones específicas que puedan cortar esa nefasta «herencia» que se ha recibido
de los antepasados», logrando la liberación propia y el perdón de los
ancestros.
Para ello se realizan unos ritos
que implican asumir «nuevos conceptos como: transferencia, influencia,
maldición intergeneracional, herencia ancestral, pegajosidad, sanación del
árbol genealógico, etcétera».
¿De dónde viene esta teoría?
Después de ofrecer citas
significativas de varios autores que sostienen esta idea, el padre Alcántara
afirma que no podemos encontrar ningún autor católico que haya enseñado la
doctrina del «pecado ancestral» antes de la segunda mitad del siglo XX, por lo
que «es una «doctrina novedosa», inventada, que representa un grave peligro
para los que quieren aceptar la revelación divina tal como nos la presenta la
Iglesia católica».
Esta teoría, según el sacerdote
mexicano, «apareció por primera vez entre los protestantes por inspiración
pagana. Un misionero protestante, Kenneth McAll, es quien dio el
impulso a la práctica de «sanar» el árbol genealógico hasta convertirlo en un
movimiento».
Además, estas ideas tampoco
tienen ningún fundamento filosófico ni científico. De hecho, el padre Alcántara
apunta que «el supuesto fundamento filosófico del llamado daño ancestral es
muy semejante a lo que popularmente se conoce como el «karma», idea
procedente de la religión hinduista».
Por supuesto, la doctrina del
pecado ancestral tampoco tiene fundamento teológico alguno, aunque sus
defensores «tratan de justificar su aplicación del «karma» a la teología
cristiana basándose en las ciencias psicológicas, especialmente en Carl Jung».
O incluso, llegan a citar la doctrina católica del pecado original, sin
fundamento.
Pero… ¿no aparece en la Biblia?
La idea de pecados de los
antepasados que influyen en la vida de las personas aparece en varios pasajes
del Antiguo Testamento, que Rogelio Alcántara detalla y analiza para demostrar
que la correcta interpretación de esos textos implica leerlos en su contexto,
entendiéndolos «en un progreso pedagógico de la revelación, que llega a su
plenitud en Cristo, quien nos enseña el auténtico concepto, por ejemplo, de
castigo y misericordia divina».
Precisamente es la misericordia
de Dios el tema que se subraya en los textos bíblicos, la respuesta divina al
pecado del ser humano. Por otro lado, hay textos en el Antiguo Testamento en los
que se pone de manifiesto «que cada quien cargará con su culpa y las
consecuencias de su pecado», es decir, que «se subraya la dimensión personal
del pecado».
De manera que en el Antiguo
Testamento «hay ya una nítida aclaración de la relación entre las consecuencias
del pecado y la culpabilidad personal». Algo que queda confirmado por las
palabras de Jesús en los evangelios, como cuando responde a los que le
preguntaban si un ciego lo era por sus propios pecados o por los de sus padres.
Por eso, el sacerdote afirma que
«a partir del análisis de los textos de la Sagrada Escritura podemos concluir
que la «doctrina» del llamado «pecado ancestral» y la llamada «oración de
sanación del árbol genealógico» no tiene fundamento en la Revelación
sobrenatural».
Distinción entre influencias,
pecados y maldiciones
El paso siguiente en la reflexión
es aclarar los términos que se usan y distinguirlos. En primer lugar define la
influencia intergeneracional como «todo elemento que altera o determina la
forma de pensar o de actuar de alguien de una futura generación». La influencia
de una generación a otra existe, es algo natural, se da por cuestiones
ambientales o de convivencia (como la educación humana o religiosa, el buen o
mal ejemplo, etc.).
En segundo lugar aclara categóricamente,
con fundamento en la revelación, que los llamados pecados
intergeneracionales o ancestrales —entendidos como pecados que se
transmiten de una generación a otra—no existen, porque el pecado es un acto
libre, cuyas consecuencias por trasgredir la ley divina (culpa y pena) son
personales y por tanto intransferibles.
El padre Alcántara reitera que
«si por pecados ancestrales se entienden los pecados de los antepasados que se
transfieren a la actual generación, estos no existen, pues el único pecado que
puede transmitirse por vía de la generación es el pecado original».
Y añade que «si por pecados
ancestrales se entiende simplemente los pecados que cometieron nuestros
antepasados y que no se trasmiten a las actuales generaciones, podría aceptarse
la expresión. Sin embargo, por prestarse a confusión y por correr el riesgo de
que se interprete en el primer sentido, es mejor evitar el vocablo».
Los pecados de un antepasado no
pueden predisponer al pecado al descendiente, solo «podrían influir naturalmente
(ambientalmente) a modo de ejemplo en las personas cercanas al pecador, pero no
pueden predisponer a nadie al pecado». Los pecados se repiten en las familias,
sobre todo, por el mal ejemplo.
¿Tienen efecto las maldiciones?
En este punto, el teólogo mexicano
vuelve a la cuestión de «las maldiciones que se hacen como petición al demonio»
para que una persona quede privada de algún bien. Después de analizar los
distintos tipos, aborda su efectividad: «quien maldice puede simplemente desear
el mal del otro, pero el puro deseo humano no tiene poder para causar daño
alguno. La maldición podría tener efecto cuando quien la lleva a cabo pide el
mal para otro» —ya se lo pida a Dios o al demonio—.
Dado que Dios no responde a una
petición que busque el mal de otra persona, los únicos que podrían acceder a
cumplir las maldiciones son los demonios. ¿Y cómo es posible? Alcántara
responde: «por un misterio —incomprensible muchas veces para nosotros— Dios
permite actuar a su enemigo causando daños a sus criaturas humanas, de orden
físico, psicológico o espiritual para su conversión y salvación».
Avanzando… ¿cuál es el alcance de
una maldición o de la brujería en el tiempo? Según el autor, un hombre puede
maldecir a sus descendientes, pero solo a los vivos, pues no tiene bajo su
potestad a los que no han sido concebidos.
¿Qué peligros hay?
Para terminar, el sacerdote
mexicano afirma que «las llamadas misas (u oraciones) para sanar el árbol
genealógico no son parte de la doctrina y liturgia católica… ni en la
Revelación, ni en los Santos Padres, ni en la historia de la teología católica
hay un solo ejemplo de que estas sean o hayan sido enseñanzas católicas».
Basándose en un documento de los
obispos franceses, explica que «la llamada oración de sanación del árbol
genealógico lleva a la persona a buscar las razones de su sufrimiento fuera de
sí misma. Lo cual a su vez impide que haya un verdadero proceso de ayuda
psicológica que podría sanar al individuo. Por lo tanto, las «misas» que se
celebran con esta intención representan más un peligro psicológico para los
fieles que una ayuda».
Y, por último, subraya que «estas
misas desvían la caridad que deberíamos tener hacia nuestros seres queridos
difuntos. En efecto, en lugar de ofrecer misas por ellos, pedimos misas para
nosotros, en cuanto a que queremos que sus pecados dejen de afectarnos en esta
vida».
Luís Santamaría
Fuente: Aleteia






